Un bello idilio escondido
Se tiene la impresión, cuando se arranca a ver Besos de gato, que vamos a meternos en una serie televisiva de consumo casero, de las de noche de sábado, pandilla, porro, chute de éxtasis y botellón. Hay algunos indicios en la pantalla que alientan ese prejuicio, pero éste desaparece poco a poco y, a medida que el suceso se adentra en sí mismo y deja ver la trama por donde ocurre y nos hace movernos por sus ramificaciones, la pantalla se va llenando de cine y, a ratos y en ráfagas, de buen cine.
Es el bronco itineriario de un hombre, un abogado cuarentón curtido en los entresijos legales y mentales de las ratas que se mueven detrás de las malas fachadas de la noche urbana, que, llevando de la mano a una hija adolescente, aún casi niña, rastrea con ella las huellas perdidas de un muchacho amigo de ésta, que ha perdido el rumbo en esa zona sumergida de la noche madrileña. Y poco a poco van aflorando a lo largo de ese rastreo tipos, lugares y situaciones que arrancan del hombre, frente a la mirada asombrada de la hija, zonas ignoradas de su identidad, que Juanjo Puigcorbé construye con más que buen oficio, con entrega y ese sentido del riesgo moral a que los intérpretes de talento dan la cara cuando actúan dentro del pellejo de alguien en quien creen.
BESOS DE GATO
Dirección y guión: Rafael Alcázar. Fotografía: Perecaula. Intérpretes: Juanjo Puigcorbé, Leticia Dolera, Antonio Resines, Lola Marceli, Ruth Gabriel, José Sancho, Imanol Arias, A. Dechel, D. Carrillo. Género: drama. Duración: 82 minutos.
Crea Puicorbé un tipo recio y esquinado que de pronto se abre, y esto le permite mantener con la joven actriz Leticia Dolera un tú a tú intenso y creíble, que a ratos se mueve sobre la cuerda floja, pero al que ambos dan firmeza con un buen y apasionado encaje recíproco, que dice mucho acerca de esta actriz casi debutante, pues no es fácil sostener y dar la réplica a un Puigcorbé en vena y actuando con comodidad, sin forzar la máquina de la erupción histriónica propia de un comediante superdotado que aquí se contiene, mide su gesto y aupa a su interlocutora en un delicado idilio escondido.
Hay en Besos de gato zonas de escritura muy bien medidas y solventes y una firme realización de Rafael Alcázar, que saca adelante con claridad una película emotiva y sencilla, que sostiene un trazado de alta trepidación y se las arregla para moverse alrededor de situaciones y personajes de cine negro verista para salir, sin ruptura argumental ni secuencial, de su cerco y arrancar de la negrura un brote convincente de cine lírico, en clave de buen melodrama, que humedece la mirada sin echar humo en los ojos, con la mirada limpia.
Hay en Besos de gato buenos giros y hábiles desarrollos de personajes episódicos, que tras su máscara inicial tiene una segunda oportunidad que les permite dejar ver qué hay detrás de su máscara y así ganarse un revés y un derecho, carne y complejidad, lo que da densidad a la imagen y permite dar relevancia a la galería de retratos que crean Antonio Dechent, Imanol Arias, José Sancho, Lola Marceli, David Carrillo y, sobre todo, Ruth Gabriel, que da una muestra de buena, de magnífica maduración.
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