_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tolerancia cero

El lema es el espejo del alma, y por eso ahora mismo, alabado sea el Señor todopoderoso, después de tanto preguntarnos quiénes y qué eran exactamente los líderes del Partido Popular, si eran franquistas emboscados o demócratas, conservadores o liberales, de derechas o de centro; después de dar tantas veces una máscara por respuesta, al fin se han identificado. Fue en Nueva York, en la sede del Consejo de Seguridad de la ONU, donde José María Aznar, además de ser el de siempre -tono atiplado, ojos castrenses, manos sacramentales con índices de fiscal, pulgares de banquero y puño de capataz- fue otro. Estaba perorando contra el terrorismo, que quizás en su cabeza sea matar inocentes de pocos en pocos y siempre y cuando sean de los nuestros, porque si son iraquíes o palestinos y los mata por miles un Estado, entonces la palabra que define ese acto no es terrorismo, sino política, y a los caídos no se les llama víctimas, sino daños colaterales. El caso es que el presidente clamaba contra la lacra del terrorismo cuando se le escapó el lema: tolerancia cero. Eso es lo que dijo, tolerancia cero.

La verdad es que tolerancia cero parece el final de una cuenta atrás, porque en los últimos tiempos, a medida que goteaban los escándalos en el fregadero del PP, desde la catástrofe medioambiental del Prestige a la invasión de Irak, iba avanzando el segundos fuera, tolerancia seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno... De pronto, quienes criticaban la desidia y torpeza gubernamentales en el drama de Galicia, se convirtieron en agitadores y calumniadores y el PP denunció a Nunca Máis. Después, los miembros de la oposición que cuestionaban el ataque contra Sadam Husein se transformaron en antipatriotas, en traidores, y a los ciudadanos que se manifestaban en las calles de todo el país se les calificó de kale borroka y se les degradó a la categoría de títeres manipulados por los rojos.

También se amenazó con llevar a juicio a los que tiraban huevos contra las sedes del PP, con denunciar ante la ley, por instigadores, a algunos políticos del PSOE que participaron en las concentraciones con final amargo y, para rematar la faena, el ala conservadora de los magistrados también quiere denunciar a Baltasar Garzón por un artículo antibelicista publicado en EL PAÍS.

Finalmente, los abogados del PP acaban de pedir una pena máxima de cinco años de cárcel para un asesor de IU que abrió una web contra la guerra en la que se llamaba a los diputados del PP "cómplices de asesinato". Ya lo ven, denuncias y más denuncias, cinco, cuatro, tres, dos, uno...

El último episodio ocurrió esta semana en Madrid, en el Juzgado de Instrucción número 17 de la plaza de Castilla, y el encausado es un profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense llamado Carlos Monedero. El PP le acusa de calumnias e injurias. No digo que las palabras elegidas por los estudiantes que hicieron esa página que, al parecer, financió Monedero, no puedan ser demasiado radicales, aunque son exactamente las mismas que le gritan las muchedumbres a los políticos del grupo conservador allá por donde vayan, para afearles su apoyo a la cacería humana que se ha celebrado en Irak, con lo cual, a este paso van a tener que llevar a los tribunales a tres cuartas partes del país. Pero ¿es lógico que un Gobierno democrático, o el partido que lo nutre, se dedique a demandar a todo aquel que se le opone, a echar a golpes de sus mítines a cualquiera que les contradiga y a quitarle el pasaporte de español a quien discuta sus decisiones, por graves que éstas sean? Al final, van a acabar metiendo en prisión a todo disidente que se les cruce, como Fidel Castro, quién iba a decirlo.

Quizá el profesor de la Complutense debiera ofrecerles algunos sinónimos en son de desagravio, en lugar de cómplices de asesinato, aliados del invasor, colegas del atropello, socios de la matanza, camaradas del verdugo, dicho sea todo ello sin ánimo de ofender, que luego abres la puerta y es el alguacil.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Ojalá los estudiantes de la Universidad madrileña decidan solidarizarse con su profesor y pedirle cuentas a los inquisidores en el único foro que les han dejado, la calle. Las libres y concienciadas calles de Madrid.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_