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Ellas, Venus y la guerra

Joan Subirats

Por lo que sabemos de las encuestas realizadas en muchos países acerca del apoyo que prestaba la opinión pública al inicio de las hostilidades en Irak y en relación a la posición unilateral de los Estados Unidos, no hay lugar en el que las mujeres no hayan estado por delante en la oposición a esta guerra. En general, la distancia entre mujeres y hombres rondaba los diez puntos. Y eso también sucede en los Estados Unidos. Decía hace unas semanas Ellen Goodman, habitual comentarista de The Boston Globe, que las mujeres estaban ejerciendo un claro liderazgo en todo el mundo contra la guerra, y citaba a una conocida responsable de estudios de opinión, Anna Greenberg, que afirmaba que "las mujeres americanas opinan como Europa". En Estados Unidos, el grupo Code Pink (www.codepink.utne.com) ha mantenido una movilización constante y muy innovadora contra la guerra. Y surgió también a este lado del Atlántico el Proyecto Lisístrata, en el que convergieron artistas de teatro de todo el mundo, que se centraba precisamente en la conocida obra de Aristófanes que narra la movilización de mujeres de toda Grecia contra la guerra del Peloponeso.

Ha hecho fortuna en estos meses la imagen lanzada por Robert Kagan en la que asimilaba Marte con Estados Unidos y Europa con Venus. Los norteamericanos serían más propicios a buscar resultados, a solventar de una vez los temas, sin importarles demasiado el proceso. Los europeos prestarían más atención a la manera como esos resultados son conseguidos, ya que, en el fondo, considerarían que en el proceso está buena parte del resultado. Unos tenderían a simplificar, dividiendo el mundo en buenos y malos, en amigos y enemigos, y los otros (nosotros) seríamos más sutiles, más tolerantes. Rápidamente pasamos de esas generalidades a la configuración de nuevos dualismos, americanos-poderosos-machos, europeos-débiles-femeninos. Marte y Venus. Unilateralismo y multilateralismo. Pero el autor nos previene, "para no caer en simplificaciones", que hay varios tipos de europeos. Los británicos, nos dice, tenderían a ver el tema del "poder" más desde la concepción norteamericana que europea. Habría, por tanto, grados de debilidad, de feminidad (?) entre los europeos. Uno podría concluir, viendo la actual crispación de la Administración norteamericana contra Francia, que los franceses ocuparían la posición más alta del ranking de afeminamiento, mientras que supongo que los británicos y los españoles (¿o sus gobiernos?) serían los más masculinos. En los Estados Unidos, en cambio, según Kagan, esos matices serían menores, demócratas y republicanos, Powell y Rumsfeld, estarían más cerca en la concepción del poder, que cualquiera de ellos con los europeos. La "feminización" europea derivaría de nuestra dramática historia. De nuestro sufrimiento colectivo. Ya nos ocurrió en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Estuvimos contemporanizando con Hitler, apunta Kagan, y así nos lució el pelo. Al final, cuando quisimos sacar el genio, fue tarde, y tuvieron que ser los norteamericanos quienes nos acabaran solventando el tema. Estos meses estaríamos repitiendo lo misma historia. Inspecciones, presiones, multilateralismo, y al final, nada de nada. Dejando a Kagan, pero siguiendo su razonamiento, podríamos decir que en tres semanas de "virilidad" se ha resuelto el problema. Y ahora, en todo caso y si nos dejan, "lavaremos los platos". Según los halcones, la debilidad europea nos lleva a despreciar lo que no tenemos. No tenemos capacidad de castigar, de golpear, de usar la fuerza hobbesiana del poder absoluto, y por ello rechazamos esa vía. Nos asusta, nos da miedo reconocer que los Estados Unidos ya no nos necesitan, que ya pueden tener su propia agenda, que tienen sus propios intereses. Y de ahí nuestras críticas y recriminaciones. No queremos cambiar nuestras prioridades, no queremos renunciar a nuestras comodidades. Y acusamos de prepotencia a quien, de hecho, las defiende. No nos hemos dado cuenta de que el mundo ha cambiado y queremos seguir siendo felices e ignorantes de los peligros que nos rodean, sabiendo que el sheriff está siempre ahí, por si acaso.

La caricatura es eficaz, pero resulta especialmente punzante cuando lo que ocurre es justamente lo contrario. Los Estados Unidos se encontraron sin misión el día en que la Unión Soviética se derrumbó y pasó a mejor vida el equilibrio bipolar de Yalta. En ese mismo momento, se abrieron nuevas vías, nuevos espacios. La falta de amenaza abrió en Europa nuevos caminos de integración. Los países en desarrollo empezaron a buscar nuevos caminos. Toda la gran construcción hegemónica estadounidense, toda su gran potencia militar, se quedaba sin objetivo conocido. Rumsfeld, Cheney, Wolfowitz y el resto de halcones han estado buscando qué hacer con todo ese complejo económico y militar durante años. A pesar de la precariedad con que llegó Bush a su toma de posesión, y a pesar de las influencias del entorno de su padre, los halcones se hicieron con la iniciativa el 11 de septiembre de 2001. Les daba igual con quién hacerlo. Pero necesitaban el "efecto demostración". La consigna es: "Hemos regresado", "sin nosotros, no sois nadie"; "podemos hacer lo que queramos, donde y cuando sea". Desde mi punto de vista, no hay nada más obsoleto que reclamar la vuelta atrás a la hegemonía americana en la defensa de Occidente, cuando no sabemos quiénes nos atacan, ni sabemos quién es Occidente. Pero para eso sirve Sadam Husein. No es ni petróleo, ni democracia, ni armas de destrucción masiva. Se trata de poder. De orgullo. De Marte. De tenerlos bien puestos y defender donde sea lo que hay que defender. Como reconoce Kagan: "[Los norteamericanos] no tienen experiencia de cómo promover sus ideales sin usar su poder".

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Ahora que Virginia Woolf ha vuelto a ocupar la atención de millones de personas a través de Las horas, o al ver reeditada su fantástica Mrs. Dalloway, deberíamos recordar, como hace Goodman, sus textos contra la guerra, en los que, partiendo de la diferencia entre la manera de ser y de actuar de hombres y mujeres, reclamaba que, queriendo alcanzar los mismos fines (libertad, igualdad, paz), la manera de entender los medios para alcanzarlos, los distintos valores que cada uno defiende en el proceso, deberían no confundirse. Sabemos que existen Condoleezza Rice, que el 15% de soldados en Irak eran mujeres, pero hay una manera femenina de mirar las cosas, que no debería confundirse con temas como que genéticamente las mujeres son más pacíficas o más cariñosas. Aunque es probable que las mujeres tengan visiones distintas de lo que es seguridad, de cómo tejer caminos para la paz, o rechacen más decididamente la actuación unilateral y extemporánea. No son las palomas europeas las que están equivocadas en relación a cómo afrontar los retos geopolíticos del futuro. Son los hoy influyentes halcones norteamericanos los que, aprovechando el persistente nacional-patriotismo y los miedos e inseguridades de una parte de su población, y a pesar de tener en contra otra buena parte de la misma, sobre todo mujeres, quieren regresar a una hegemonía indiscutida e indiscutible, temerosos de perder posición y hegemonía en un mundo multipolar y desordenado. Están consiguiendo lo que la diplomacia norteamericana nunca hubiera imaginado y siempre había temido, la alianza entre París, Berlín y Moscú. O la creciente percepción que Pekín, Tokio y Seúl han de trabajar más de común acuerdo. Visto lo visto, no deberíamos caer en la trampa de rehacer nuestra virilidad. No renunciemos a nuestros valores. Y, ¿por qué no?, reivindiquemos nuestra femineidad.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona y actualmente ocupa la cátedra Príncipe de Asturias en Georgetown University.

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