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El Prado rechaza un estudio que atribuye las pinturas negras a un hijo de Goya

Juan José Junquera y Mato, catedrático de Historia del Arte Hispanoamericano de la Universidad Complutense de Madrid, tiene serias dudas de que una de las joyas del Museo del Prado y el arte universal, las pinturas negras de Goya, sean de Goya. Junquera cree que esos 14 óleos son obra de un hijo de Goya, Javier, "personaje extraño, señorito y paleto, pero pintor aficionado que conocía perfectamente la obra de su padre". Ante la publicación, hoy, del estudio en la revista Descubrir el arte, El Prado hizo pública ayer una nota en la que manifiesta su respeto por el autor pero añade que el estudio "es incompleto y no concluyente".

Aragonés de origen, Junquera no sólo concluye que su paisano no pintó los muros de la Quinta del Sordo, en la Ribera del Manzanares de Madrid, sino que la atribución se debió a "una maniobra especuladora de Mariano, nieto del genio y dueño de la Quinta desde que Goya se la donara en 1823". "Mariano no podía vender la finca", explica Junquera, "así que dijo que su abuelo había decorado las paredes. Fue la operación de marketing de un canalla con pretensiones nobiliarias".

La historia oficial dice que Francisco de Goya (1746-1828) decoró el salón y el comedor de la casa que compró en 1819. Junquera cree que esa versión ha triunfado pese a diversas evidencias en contra. La principal, que "no hubo noticias de los murales en vida de Goya, lo cual resulta demasiado extraño". La segunda, que "la casa que compró Goya sólo tenía una planta, y una parte de las pinturas procede del piso superior, que fue construido por sus descendientes".

¿Pero cómo es posible que nadie supiera que Javier era tan buen pintor como para realizar obras tan célebres como El perro, Aquelarre o Saturno devorando a un hijo? "Probablemente", aventura Junquera, "no quiso que se supiera que era pintor, estaba muy mal visto y él no lo consideraba digno".

La raíz del estudio, dice Junquera, fueron las contradicciones que encontró en los archivos tras recibir "un encargo alimenticio" de la editorial londinense Scala. El catedrático afirma que su editor, Anthony White, recibió presiones del Prado para que no publicara el libro. El Prado negó ayer esas acusaciones.

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