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Reportaje:LA INDUSTRIA DEL CALZADO | El riesgo del mercado global

China invade la capital del calzado

El coste sin competencia de la mano de obra de nuevos productores amenaza la industria zapatera del Baix Vinalopó

María es aparadora, cose las piezas que componen los zapatos antes de ponerles las suelas. Empezó a trabajar a los 16 años. Acudía a la fábrica en temporada y recibía el sobre semanalmente. Nunca tuvo un contrato fijo. Cuando nació su primer hijo, hace 10 años, optó por trabajar en casa. "Ganaba bien", dice, "unas 15.000 pesetas a la semana por aparar cien pares". Hace un tiempo la cosa empezó a flaquear. Y empeoró súbitamente: "Desde hace año y medio no hay trabajo", asegura.

El caso de María ilustra la situación que atraviesa desde hace un tiempo la comarca del Baix Vinalopó. Localidades como Elda, Novelda, Villena y, sobre todo, Elx, la tercera ciudad de la Comunidad Valenciana con más de 200.000 habitantes, cuya vida económica gira primordialmente en torno a la producción de calzado.

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Kelme, el primer fabricante de calzado deportivo de España, anuncia regulaciones de empleo. Yuma's, un precursor en el mismo tipo de producto, pone en la calle a toda su plantilla, una cincuentena de trabajadores, todos ellos con contrato fijo y, en algunos casos, hasta 25 años de antigüedad en la empresa. No sólo María ha dejado de trabajar. Una cierta desazón se extiende por toda la comarca.

Las crisis han sido cíclicas. Los mayores recuerdan el espectacular crecimiento que registró la precaria industria local cuando varias empresas estadounidenses asentaron su producción en Elche hace cincuenta años. Tanto como el desastre que supuso su posterior traslado a Portugal, o a Brasil, o a la India, hace más de 30 años.

La mano de obra representa en torno al 40% del coste de fabricación de un zapato y sigue siendo un factor clave para competir en el mercado del mundo. Los grandes productores de la zona hace tiempo que trabajan fuera. Un veterano vendedor de piel y materiales sinténticos para el calzado celebra el talento de un reconocido fabricante de zapatillas deportivas: "Saca tiradas cortas hechas aquí para tantear el mercado", comenta, "y cuando un producto tienen éxito encarga la producción masiva a los chinos".

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Euros y céntimos

Los trabajadores chinos cobran poco, apenas generan cargas sociales y son disciplinados. El peligro es evidente. Según datos de la Federación de Industrias del Calzado de España, a lo largo de 2002 se importaron 103 millones de pares de calzado. El 45% procedía de China, más de 46 millones de pares. Un año antes, habían llegado desde China 32 millones de pares. El aumento en pares llega al 43%, pero en coste, el crecimiento apenas supone un 16%. La conclusión es clara, los fabricantes chinos han copado el segmento más barato del mercado. "Una alpargata le cuesta al fabricante español cinco euros", explica un abogado del sector, "al chino, 60 céntimos".

El nuevo polígono industrial de Torrellano Saladas, que rodeará la futura vía parque prevista entre Elche y Alicante, parece un parque tecnológico. Las naves de las grandes marcas compiten en lujo de materiales. Un ejecutivo de una prestigiosa marca ordenó instalar una fuente en el centro de su nave para relajarse con el ruido del agua. "En la fábrica todos tienen las batas limpias", explica el mismo abogado, "lo único que hacen es colocar los pares que reciben de China en cajas vistosas, ponen una latita de crema, un lacito... y cargan un 300%: el valor añadido".

El polígono de Carrús, en el extremo norte del núcleo urbano de Elche, alberga fábricas y almacenes convencionales. No hay parafernalia. La novedad reside en los grandes contenedores con la leyenda China Shipping que sirven a Haodeng, SL, C. Wei, SL, New Arian, SL, y muchas otras naves donde se cierran los tratos de venta al por mayor. Los vendedores y los almacenistas son orientales. A los fabricantes chinos ya les resulta rentable instalarse en plena capital europea del calzado.

El calzado es un artículo de primera necesidad. La demanda de zapatos se sostiene, incluso crece. Luego no hay crisis. El diagnóstico es compartido. Pero las recetas son dispares.

Paco Torres mantiene 40 trabajadores en plantilla, desde comerciales a cortadores y aparadores. En una nave discreta encierra una inversión de 50 millones en maquinaria de factura italiana, pero "para tratar la piel es esencial la mano del hombre", recuerda. Paco lo tiene claro: "No hay crisis, lo que hay es un caso flagrante de competencia desleal".

Juan Carlos Soler, director ejecutivo de la Asociación Española de Empresas de Componentes para el Calzado (AEC), tiene otra perspectiva: "Es necesaria una reconversión". Cita algunos ejemplos. El fabricante de las grandes plataformas que usaban las Spice Girls vende ahora el mismo material para suelos de gimnasios o de parques infantiles. Algunos productores de colas y adhesivos han desarrollado productos específicos para el mueble. Fabricantes de tejidos acolchados para plantillas del calzado extiende su mercado a productos de lencería femenina.

Pedro Crespo, secretario de la Asociación de Industriales del Calzado de Elche, confiesa que le pagan "para ser optimista". Admite que la producción se ha reducido ligeramente, lo mismo que las exportaciones. Crespo asume la amenaza china, pero se gana el sueldo: "Tal vez deberíamos exportar sindicalistas en vez de zapatos".

La asociación de industriales subraya que los productos de mayor calidad y precio son los que más éxito tienen. "El sector del calzado es como una pirámide", sugiere Crespo, "nuestra competencia es el fabricante italiano, el que está a la cúspide de la pirámide".

Los pequeños fabricantes tiene poco espacio en la cúspide. Pero representan una mitad larga de la producción que genera la comarca. Todas las recetas les auguran el mismo futuro: "Están condenados a desaparecer".

Un industrial catalán asentado en Elche y que sirve a grandes cadenas de moda vaticina que la mitad de los talleres de calzado que operan en la comarca cerrarán en un plazo máximo de cinco años, en primer lugar, los más pequeños.

La ficción del IPC

Las listas de precios que maneja Francisco Torres cuando ofrece su producto apenas han variado en los últimos seis años. "En 1998 vendía un par de zapatos de nobuk a 2.045 pesetas, ahora pido 13,95 euros (2.350 pesetas), un 12% más". Paco sacude las listas de precios: "¿Cuánto ha subido el precio de la vida en los últimos seis años? ¿Un 25%?".

Paco Torres se ha visto obligado a reducir su margen de beneficios, en algunos casos hasta un exiguo 5%, para vender y sostener la producción, pagar salarios y amortizar la maquinaria. Sin embargo, mes a mes, el sostenido aumento del IPC apunta al calzado como uno de los productos que más empujan la inflación.

El fabricante disecciona los costes de un par que vende a 17 euros: "Materiales, 11 euros; mano de obra, cinco euros; gastos generales, dos euros". Ninguna partida ha crecido por encima de la inflación media en los últimos años. Entonces, ¿por qué se disparan los precios del calzado que paga el consumidor final?

"Porque el espacio que ocupa un par de zapatos en un escaparate es el mismo hoy que hace seis años", sentencia un pariente de Paco, "y los alquileres que pagan las tiendas de zapatos han crecido un 300% en los últimos seis años".

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