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LA PRECAMPAÑA ELECTORAL | Las candidaturas en el País Vasco
Columna
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Quemar las naves

Antonio Elorza

Las expresiones públicas del nacionalismo democrático en torno al Aberri Eguna han tenido lugar bajo el signo de la incontinencia verbal. Parece claro que ante las dificultades reales con que tropezó el plan Ibarretxe en medios políticos y económicos vascos, él y su partido han optado por una huida hacia delante, radicalizando cada vez más las propias posiciones, de manera que resulte cada vez más difícil toda relación entre constitucionalistas y soberanistas. La radicalización tiene además como objetivo mostrar a la opinión pública que no hace falta la presencia del independentismo sometido a ETA, ya que entre PNV y EA cubren perfectamente el espectro secesionista y por añadidura garantizan que la marcha hacia el objetivo soñado tendrá lugar sin sobresaltos, sin deslizarse fuera de Europa. Se trata de incidir sobre el voto independentista, pero reacio a la violencia, para que prosiga el trasvase de votos desde el campo etarra al democrático en la estela del 13-M. En cuanto a los costes que semejante operación pudiera tener, quedan en principio cubiertos por el desgaste sufrido por Aznar y el PP en los últimos meses, de manera que pujando más alto que nadie el PNV puede pensar en la conquista de los tres "territorios históricos", tal vez de las tres capitales. Con ello estaría en condiciones de hacer una lectura de las elecciones administrativas a modo de plebiscito anticipado a favor del plan del 27 de septiembre. Y el siguiente paso, la discusión del proyecto de Estado Libre en el Parlamento vasco tendría para el discurso abertzale el carácter de una simple confirmación de la voluntad popular previamente expresada. Tal vez esa interpretación sea asumida por un sector del socialismo vasco. Después de la "consulta", Dios dirá.

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De ahí la vocación atrapalotodo de los discursos nacionalistas, siempre sobre un fondo de violencia. El partido apunta a la futura independencia, mientras Ibarretxe habla de acuerdo con España en régimen de co-soberanía. El Estatuto es presentado poco menos que como una carta otorgada franquista, y luego es reivindicado en calidad de plataforma para la nueva situación política. El PNV dice rechazar la violencia y considerar negativa la supervivencia de ETA, para a continuación cargar con la artillería de mayor calibre contra el PP (personificado en el "neofalangista" Aznar), sin duda el verdadero enemigo, que odia al euskera y a los vascos, y nada menos que pretende, siguiendo la recomendación que en tiempos hiciera el escritor facha Sánchez Mazas, grabar con fuego el nombre de España sobre los lomos de los vascos. Ni más ni menos, tal cosa dice el documento oficial ante el Aberri Eguna del PNV, donde la referencia a Espartero delata la pluma de Xabier Arzalluz.

La puja soberanista desemboca así en un escenario apocalíptico. De nada sirve que en sus declaraciones Ibarretxe dore la píldora con una sucesión de engaños para mostrar que toda Europa adopta las fórmulas de la libre asociación -para nada dentro de los Estados-, que su pretensión se inspira en el reconocimiento de länder y cantones por Alemania y Suiza, respectivamente, o que su plan cabe en la Constitución. La aparente suavidad se torna firmeza al pasar a lo concreto. Piensa llevar a cabo cuanto antes su "consulta" después del paso por el Parlamento vasco, y desaparecen las menciones precedentes a la exigencia de que la violencia -léase terror- de ETA cese de una vez para la puesta en práctica del procedimiento.

No estamos ante un proceso democrático de autodeterminación, sino de ejecución por encima de todo del proyecto soberanista de Ibarretxe, estableciendo de antemano un poder constituyente vasco. Por eso, Arzalluz se cura en salud y presenta el desbordamiento por su Gobierno del marco constitucional como reacción lógica a la agresión española. A eso llama estado casi de guerra con Madrid. Siempre en nombre de ese mítico "pueblo vasco", cuya esencia biológica se proyecta en un idioma, nada menos que desde el neolítico. Los derechos históricos son ya ahora derechos prehistóricos a la tierra prometida para ese pueblo excepcional. Y para que todo encaje, el siniestro documento se abre con la evocación de la espada de Josué, el líder del pueblo elegido que ocupó esa tierra prometida exterminando en lo posible hasta el último de los pobladores no judíos. Buena referencia para un partido que se dice democrático y triste signo de lo que nos aguarda.

El <i>lehendakari</i>, Juan José Ibarretxe.
El lehendakari, Juan José Ibarretxe.EFE
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