_
_
_
_
Reportaje:LOS FRENTES DE BATALLA

Basora: una lección de flema británica

Yolanda Monge

El coronel Chris Vernon, antebrazo apoyado en el atril del discurso, contemplaba con superioridad guasona a los periodistas que le interrogaban sobre si los británicos, por casualidad, se habían"empantanado" en Basora. El británico Vernon acusaba recibo de la pregunta y sonreía. Entonces, el responsable de la ofensiva sobre Basora levantaba una ceja y decía: "Sabemos lo que hacemos. Llevamos años haciéndolo".

Vernon, como la toma de Basora, fue creciendo en esta guerra. Poco a poco entraron las tropas británicas en la segunda ciudad de Irak. Aseguraba el alto mando británico que no querían demasiadas bajas civiles. Querían las mínimas. Por eso no bombardearon de forma indiscriminada. Tuvieron las mínimas. "Unos pocos cientos", informan fuentes militares. Querían llevarse bien con los habitantes de la ciudad. Ganárselos. Nunca impusieron un bloqueo.

El coronel británico Chris Vernon aseguraba que no querían demasiadas bajas civiles, justo las mínimas. Por eso no bombardearon de forma indiscriminada
Más información
Un plan militar flexible y complejo

Fue un asalto paciente, metódico. Como pacientes y metódicas eran las palabras a la prensa que ofrecía el coronel.

Cuatro mil ratas del desierto fueron rodeando la ciudad chií del sur por excelencia hasta el momento del asalto final. La unidad, que obtuvo su fama de las batallas contra Rommel en la II Guerra Mundial, entró en acción junto a decenas de carros de combate y paracaidistas a principios de esta semana. "Ésta es la liberación de la ciudad que habíamos planeado", informó el capitán británico Al Lockwood. Los comienzos fueron pausados. Se empezó con bombardeos limitados. Se apuntaba a objetivos del Gobierno, a los resortes del poder. Los bombardeos sólo se hicieron constantes una vez que se avanzaba en los combates, aseguran fuentes militares en Kuwait. Poco a poco, los combates se fueron ampliando a otras zonas, se fueron extendiendo. Las tropas no tomaban la ciudad. Entraban y salían. Pero cada vez que salían se acercaban más al final. Se replegaban a sus posiciones, pero lo hacían repletos de información. Sabían lo que sucedía dentro. Lo habían visto y entonces actuaban en consecuencia. Ganaban contactos. Ganaban lealtades. Sabían qué nuevos objetivos bombardear. El cuartel general del partido Baaz fue reducido a escombros con una bomba guiada por satélite. El mismo patrón fue utilizado para volar la casa de Alí el Químico, primo de Sadam.

Los británicos admiten estos días que siempre "alguien les decía algo". Conocían de primera mano que los mujabarats (hombres del servicio de información de Sadam Husein) tenían aterrada a la población de Basora. Eran conscientes de que sus ciudadanos, dos millones de habitantes, estaban recelosos de apoyar a una fuerza exterior si no veían antes caer a Sadam. En el año 1991 se les abandonó a su suerte en un levantamiento contra el régimen de Bagdad. Fueron masacrados.

El pasado domingo, tras dos semanas de ataques limitados, los mandos británicos consideraron que tenían bastante información. La resistencia al Gobierno era frágil. Había llegado el momento de lanzar un ataque de envergadura. Se queman los retratos de Sadam. Incluso su yate. Pero nadie está al mando de la ciudad. El vacío de poder es clamoroso. Y la ciudad se sume en el pillaje y los linchamientos. No hay ley. No hay orden. Sólo las fuerzas británicas patrullando las calles de una Basora ya caída.

Una familia iraquí pasa un control de las fuerzas británicas en Basora.
Una familia iraquí pasa un control de las fuerzas británicas en Basora.REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_