Resistiendo superpoderosas tentaciones
¿Puede la Administración de Bush continuar su triunfal campaña en Irak con una campaña política y diplomática inteligente después de la guerra? Puede; si evita algunas tentaciones peligrosas. La primera se da en Irak, donde algunos de los funcionarios estadounidenses podrían querer apoyar el destino político de personas a las que conocen y en las que han confiado durante años, como Ahmed Chalabi. Es comprensible, pero es un error. Indudablemente, Chalabi es un buen hombre. Cuando estaba en el exilio trabajó contra Sadam Husein. Si ahora, gracias a sus esfuerzos, es capaz de reunir un apoyo legítimo en Irak, el mundo debería desearle lo mejor. Pero Estados Unidos no debe echarle una mano frente a otros posibles líderes, especialmente aquellos que empiecen a surgir ahora desde el mismo Irak. Tal como Paul Wolfowitz lo planteó el domingo: "No puedes hablar de democracia y, a renglón seguido, darte la vuelta y decir que vamos a escoger a los líderes de este país democrático". EE UU no debería ayudar a Chalabi ni a cualquier otro a adoptar el papel del Charles de Gaulle iraquí en las postrimerías de la guerra. Si se empezara a dar la impresión de que Estados Unidos ha hecho la guerra contra Irak para poner a Chalabi en el poder, el gran éxito del presidente Bush perdería toda credibilidad.
La segunda tentación se da en Europa. En estos momentos hay una gran tendencia en el Gobierno estadounidense a castigar a los antiguos aliados que se opusieron a esta guerra. Se puede esperar un cierto justificado triunfalismo de Washington; y pagar a otros con la misma moneda es un deseo normal del ser humano. Pero ahora es el momento de mostrar un poco de magnanimidad en beneficio propio. La única superpotencia del mundo no necesita tener rencores, y en ciertos momentos tampoco se lo puede permitir. Al fin y al cabo, ningún aliado ha puesto más en peligro los esfuerzos de guerra de EE UU que Turquía, pero ahora que Washington está trabajando por conseguir un Irak democrático, sería una locura desde los puntos de vista político y estratégico el castigar a la única democracia moderada islámica bien asentada en la región árabe. El Gobierno de Bush parece capaz de enterrar el hacha de guerra con Vladímir Putin, pasando por alto el aprovisionamiento por parte de Rusia de armas prohibidas a Irak. Y uno supone que tampoco China va a pagar el precio por alinearse con Francia y Rusia.
Así que, ¿por qué no hacer las paces con Europa? Desde luego, Bush premiará a aquellos que arrostraron riesgos por apoyarle, especialmente a Tony Blair. Y no va a ser posible entenderse demasiado bien con Francia, en tanto en cuanto el Gobierno de Chirac se siga presentando como el constructor de un gran contrapeso a Estados Unidos. Pero si Washington da la apariencia de estar pidiendo a los europeos que elijan entre ser europeos o pro-Estados Unidos, fracasará. La UE sigue siendo la institución política dominante en la sociedad europea, y Blair está intentando remendar sus desastrosas relaciones con Europa. Castigar a los que han mostrado opiniones contrarias no va a ayudar.
EE UU no debería intentar dividir a Europa; dejemos que lo haga Francia. La mayoría de los dirigentes europeos se dan cuenta de que una política en contra de EE UU haría imposible la unidad europea. Por su parte, Washington debería abrazar a Europa. La semana pasada, Collin Powel hizo un buen trabajo en Bruselas, y el vicepresidente Dick Cheney se reunió con el ministro de Exteriores de la UE (Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común), Javier Solana. Es hora de dar el siguiente paso. Si la búsqueda de los intereses nacionales importantes significa que lo pasado, pasado está, en Moscú, Pekín y Ankara, ¿por qué no en Berlín? Al contrario que Turquía, Alemania no ha denegado a los aviones de EE UU el derecho a sobrevolar su territorio durante la guerra, ni ha limitado el uso de las bases estadounidenses en territorio alemán. Alemania ha enviado baterías de misiles Patriot a Israel. A muchos líderes alemanes les gustaría recomponer los lazos con EE UU. Si esas razones no son suficientes, quizás los funcionarios de Bush aprecien ésta: cuanto más castigue EE UU al Gobierno alemán, más empujará a una ansiosa y aislada Alemania a los acogedores brazos de Francia. Si Bush puede llamar por teléfono a Putin, puede llamar a Schröder, no porque le guste, sino porque es lo más inteligente que puede hacer.
La mejor manera de atraer a la mayoría de los europeos es por medio de la persuasión, no con sanciones. Lo cual nos lleva a la tercera tentación. Cuando la campaña militar toque a su fin, habrá una tendencia a disminuir también la intensidad de la campaña diplomática. De hecho, el Gobierno estadounidense debería hacer exactamente lo contrario. Cuando cese la lucha, la Administración Bush tendrá que esforzarse todavía más en justificar la guerra. EE UU puede ganar corazones y mentes en Europa, y puede que incluso en el mundo árabe, convenciendo a la gente, retrospectivamente, de que la guerra fue más justa de lo que pensaba. Obviamente, Washington tiene la intención de dar publicidad a todas las armas de destrucción masiva que encuentren, que serán muchas. Pero también deberán hacerse enormes esfuerzos para documentar y dar publicidad a la naturaleza brutal del régimen de Sadam Husein, con toda clase de horribles detalles. Algún multimillonario podría financiar el equivalente a un museo del holocausto en Bagdad, en memoria del sufrimiento humano causado al pueblo iraquí (y al kuwaití y al iraní) a lo largo de los últimos 25 años. Esas voces serán por fin escuchadas por todos, incluso aquellos que se las ingeniaron para cerrar sus oídos a las súplicas de los iraquíes, mientras agitaban sus puños contra EE UU.
En resumen, la habilidad de Estados Unidos para liderar eficazmente el futuro dependerá mucho de cómo el mundo entienda y recuerde esta guerra. Esta batalla no ha hecho más que empezar, y si la Administración es tan inteligente en el campo de la diplomacia como lo ha sido en la guerra, también puede ganarla.
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