Blanco por fuera, negro por dentro
Las playas gallegas recuperan su aspecto habitual, pero el chapapote aún está enterrado
A María García ya no se le pone un nudo en la garganta cuando pasea frente a las marismas de Carnota (A Coruña). Desde allí se extiende una lengua de arena de ocho kilómetros, la mayor playa de Galicia, resplandeciente bajo el sol primaveral, junto a un mar de estrías turquesas que compone una estampa caribeña. No hace mucho, las olas desfallecían antes de alcanzar la playa, incapaces de arrastrar la carga viscosa escupida durante semanas por el océano sobre esta localidad que marca el extremo sur de la Costa da Morte. "Y ahora ya lo veis, está esplendoroso", dice María, técnico de medio ambiente del ayuntamiento, con una sonrisa irónica. Cuando llegue la bajamar, el chapapote asomará de nuevo en el fondo de la marisma. Y quien aguce la vista para escrutar el horizonte descubrirá una interminable franja rocosa que todavía lleva luto por el Prestige.
El fuel penetró hasta las entrañas de la Costa da Morte y ahí sigue adherido
A punto de cumplirse el quinto mes de la funesta visita del petrolero, la Costa da Morte ya tiene mejor cara. Vistas desde la carretera, las playas emiten un destello blanco. Y en el paseo marítimo de Muxía, convertido en un símbolo de aquella oleada pestilente que se metió hasta en las cocinas de las casas, tan sólo las farolas conservan leves salpicaduras. Imágenes como ésas pueden servir al Gobierno para proclamar que la situación "está muy cerca de la normalidad", como aseguraba el sábado el vicepresidente primero del Gobierno, Mariano Rajoy.
Un aserto difícil de sostener después de una visita a Camelle, donde las rocas que envuelven el puerto, junto al museo de Manfred, el hippy alemán al que mató la pena de la marea negra, aún parecen enormes bloques de carbón. O tras echar un vistazo a los enjambres de monos blancos afanados en limpiar penosamente, uno a uno, los miles de cantos rodados que pueblan la costa cercana al cabo Vilán, en Camariñas. El chapapote penetró hasta las entrañas de la Costa da Morte y ahí sigue adherido, ocupando decenas de kilómetros de litoral. No va a ser tan fácil borrar su rastro, como tampoco vencer la desconfianza con que ha impregnado a la gente. Cuando se les cita la promesa del Gobierno de dejar limpias las playas antes del verano, vecinos y autoridades locales suelen refugiarse tras un suspiro y una sonrisa de incredulidad.
"En privado hay gente de la Administración que admite que va a ser difícil cumplir eso", asegura Xosé Manuel García, alcalde nacionalista de Carnota. García advierte de que el aspecto exterior de las playas es engañoso debido a lo que algunos ya llaman el efecto lasaña: tras la primera capa blanca de arena aparecen las inevitables vetas negras. En todos los pueblos hablan de concentraciones de hasta medio metro de grosor descubiertas al excavar en las playas. E incluso en la superficie la limpieza puede ser sólo aparente. "Esto no se acaba jamás; llevamos dos meses recogiendo estas migajas", cuenta un grupo de contratados por Tragsa que revuelve la arena en Carnota separando trocitos de chapapote del tamaño de una lenteja.
Medio Ambiente ya da por limpias 527 de las 723 playas de Galicia. Al resto, todas en la provincia de A Coruña, en el entorno de la Costa da Morte, se les asigna la categoría de "con afección en rocas y/o capas profundas". Ahí se están concentrando los esfuerzos de limpieza para lograr que los arenales estén listos en junio, "si no surgen contratiempos inesperados, como un temporal o algo por estilo", avisa con cierta cautela Xoan Novoa, comisionado de Medio Ambiente para la catástrofe del Prestige. Más de 3.000 personas trabajan a diario en la labor. "El fuel enterrado lo sacamos con palas, no hay otro modo", explica Novoa. "Los medios mecánicos agravan los daños, como se vio en el caso del Erika".
Desde hace poco más de una semana, varias empresas contratadas por el ministerio han iniciado la limpieza de las rocas más próximas a los arenales con máquinas que lanzan agua caliente a fuerte presión. Se van a desplegar 300.
Antonio Alonso, teniente alcalde de Camariñas, difícilmente puede aceptar que la normalidad esté próxima. Alonso, socialista de militancia y farero de oficio, aún no sale ni para comer del despacho desde el que dirige la guerra contra el chapapote. "No me creo que las playas estén limpias tan pronto", afirma. "Y aunque lo estén, queda el problema de los acantilados. Aquí hay algunos que ni se han podido tocar aún. Ahora que empieza a salir el sol, ya se ve que el fuel se derrite. Con el calor del verano, será inevitable que acabe en el mar y que las corrientes lo lleven a alguna playa". Novoa admite ese riesgo y señala que las dificultades de acceso a los acantilados más abruptos no permiten hacer una previsión sobre los plazos de limpieza. "Estamos haciendo todo el esfuerzo que podemos, pero sería insensato dar una fecha", previene.
En la playa de Arnela, en Fisterra, un claro entre los majestuosos farallones de la costa, las olas van dejando sobre la arena un leve rastro aceitoso. "En el mar aún encuentras mucha irisación", alerta Javier Sar, patrón mayor de Muxía. A Sar lo que menos le importan son las playas. Estos días ha vuelto a pescar, después de que el Gobierno levantase la veda, y se ha encontrado con una preocupante escasez de capturas y con serios indicios de que los fondos marinos están manchados. En su caso, el verano no traerá ninguna promesa de normalidad. "Yo me he hecho a la idea", dice con ese estoicismo tan propio de la Costa da Morte. "Voy a tener que vivir muchos años con el chapapote", añade.
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