La joya de las rías se abrillanta
El Parque Nacional de las Islas Atlánticas se reabrirá al público en Semana Santa
Cuatro meses después de haber sido azotadas por la marea negra, el 4 de diciembre, las Islas Atlánticas (Cíes, Ons y Sálvora, que componen el parque nacional homónimo) han logrado recuperar buena parte de su aspecto habitual. Pero no ha sido sin esfuerzo. El visitante tiene la sensación de que el empeño por regenerarlas supera al aplicado en cualquier otra zona afectada por el vertido. En los días más críticos, en el archipiélago han llegado a trabajar hasta 1.500 personas a la vez, entre voluntarios, personal de Parques Naturales y Medio Ambiente, soldados y buceadores. Las islas también han servido para desarrollar y perfeccionar nuevos sistemas de regeneración que ahora se aplican en otros puntos del litoral, como la limpieza con chorros de agua y la biorremediación, a base de bacterias que degradan el fuel.
A diferencia de las largas semanas de mareas en la Costa da Morte, el azote de los vertidos en las Islas Atlánticas se concentró en unos cuantos días de diciembre. Y el gran esfuerzo puesto en adecentarlas empieza a ofrecer resultados visibles en un doble aspecto. Por un lado el ecológico, en un sistema de fauna y flora privilegiadas, que, según el director del parque, Emilio Rodríguez, se recupera con rapidez. Y también cuentan los resultados más pragmáticos: las autoridades han dispuesto que el parque se abra a los turistas en Semana Santa, cerca ya de las elecciones municipales.
En las islas Cíes continúan trabajando entre 18 y 22 parejas de buzos de la Armada y los bomberos de Vigo. Buscan fuel en los fondos -que extraen de forma manual, depositándolo en sacos bajo el agua que son elevados a la superficie-, aunque, según Rodríguez, apenas encuentran ya. "Pensábamos que iba a haber más, pero comprobamos que se acumulaban sobre todo en las esquinas de los arenales", señala.
En tierra, para el que vio las islas en diciembre, la diferencia es abismal. En las Cíes sólo quedan afectados 1.500 metros cuadrados de las tres hectáreas que dañó el vertido. En Ons, la regeneración va algo más lenta y todavía se trabaja en una ensenada, en una franja rocosa y en los fondos. Tanto en esta isla como en Sálvora, donde sólo queda por limpiar una zona de 650 metros cuadrados, se está ensayando la biorremediación.
En el sur de Galicia, ya muy cerca de Portugal, la marea negra se ensañó con el municipio de Santa María de Oia. Y las huellas aún son notorias en calas de pequeñas piedras. María del Carmen Rivas y Esperanza Mínguez, mariscadoras, usan espátulas para levantar piedras que no son más grandes que un puño. "Empezamos a las 7.30 y acabamos a las 6 y media de la tarde", explican. "Tenemos la sensación permanente de que esto no se va a terminar nunca".
En el otro extremo de los casi 1.000 kilómetros de litoral gallego castigados por la catástrofe está Ferrol, donde impactaron los restos de las enormes manchas de fuel que derivaron desde la Costa da Morte. Es una zona de grandes arenales a mar abierto, sin más frontera que la costa de Inglaterra, muy apreciados por los surfistas. "Las playas están en situación de aparentemente limpias", comenta el concejal de Medio Ambiente, Xaquín Ros. "Pero faltan por hacer las catas que hemos solicitado, porque hay sitios en los que no se aprecia nada y si das un paseo vuelves con chapapote en los pies".
En la enorme playa de Doniños, junto a la laguna del mismo nombre, se mezcla la actividad de los surfistas con los operarios de limpieza que rastrillan la arena y recogen bolitas de fuel. Cuatro chicos que acaban de jugar un partidillo de fútbol y se declaran habituales de la playa confiesan que algunas veces se han manchado. "Pero hoy me estado rebozando en la arena y nada", dice la única chica, enseñando su pantalón inmaculadamente blanco.
Restos de chapapote surgen por aquí y por allá en las playas vecinas de San Xurxo y O Vilar. En el inmenso arenal de Cobas, los conguitos se aprecian a simple vista. Las orillas de un pequeño río que discurre paralelo a la línea de marea tienen una tonalidad grisácea. Profundizando unos centímetros, el color se va oscureciendo. Es el efecto lasaña.
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