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Columna
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La nave envejecida

En estos días tan revueltos y extraños, más allá de la desolación que la guerra está causando entre las gentes de Irak, sorprende reencontrar en nuestra vida pública los fantasmas del pasado. Si José María Aznar y su estridente coro recuerdan desde hace años a los más intemperantes y avinagrados jerifaltes falangistas, los jóvenes que con grotesco radicalismo saquean unos grandes almacenes o golpean a Alberto Fernández Díaz recuerdan a los descamisados violentos que, inspirados por anarquistas pasados de rosca, por insensatos lerrouxistas y por pistoleros a sueldo de la patronal, se cargaron el espléndido movimiento popular de la Barcelona romántica.

En el verano de 1909, por ejemplo, Barcelona desarrolló la tremenda revolución antimilitarista de la Semana Trágica. España trataba de defender su enclenque colonialismo en el protectorado de El Rif enviando a miles de reservistas. Las organizaciones de izquierda promovieron campañas pacifistas, pero sólo en Cataluña cuajó popularmente la repulsa. La desconfianza en el Estado era ya enorme: por la fuerte implantación del anarcosindicalismo, por la creciente popularidad del catalanismo y por las fatales experiencias militares de 1898 en Cuba y Filipinas. El embarque de las tropas en el puerto de Barcelona, a principios de julio, provocó una tremenda indignación que derivó en huelgas y movilizaciones cada vez más compartidas y radicales. Uno de los argumentos usados en aquel momento tiene eco en algunos tópicos de ahora: "Que envíe a Irak a su yerno Agag", dicen las pancartas, de la misma manera que en las calles barcelonesas de 1909, la gente reclamaba que enviaran al rey o a Romanones a luchar por las minas de El Rif. Pronto la repulsa se desbordó. Huelga general, enfrentamientos con las fuerzas de orden, declaración de estado de guerra, barricadas, conventos en llamas, caos, curiosa pasividad del ejército ante los incendios, sacerdotes asesinados, aislamiento completo de la ciudad, brutal represión del ejército, 100 muertos, centenares de heridos y un castigo considerado ejemplar por las autoridades y reclamado con énfasis por la timorata burguesía catalana: clausura de diarios y centros políticos y culturales, miles de encausados, fusilamientos sumariales. Ante los desastres de ciudad quemada y ante la ferocidad vengativa de la ciudad del castigo, el poeta Joan Maragall reclamó inútilmente la "ciudad del perdón" en una lúcida descripción de la miseria social que había alimentado el tremebundo episodio. Lo más sorprendente de aquella Barcelona rabiosa es este dato: en los tres días que dominaron la ciudad, los descamisados no ocuparon las fábricas, ni las comunicaciones, ni las instituciones políticas o financieras: asaltaron tan sólo las iglesias. Quemaron la mitad de los templos y llegaron incluso a desenterrar las tumbas de los conventos a la búsqueda de los cadáveres de unos supuestos hijos de las monjas, asesinados en el secreto claustral, según proclamaban las leyendas urbanas de aquel tiempo.

Es ejemplar el comportamiento del 99% de los activos pacifistas que expresan su repugnancia moral a la guerra

Dos factores explican, según los historiadores, el extraño comportamiento de los rebeldes: la pervivencia del anticlericalismo entre la clase trabajadora, y la extrema debilidad de las organizaciones republicanas y de izquierda, completamente incapaces de asumir, dirigir y encauzar la espontánea irritación de las clases populares.

Los trágicos episodios de 1909 y las nobles manifestaciones actuales nada tienen que ver. Es ejemplar el comportamiento de la inmensa mayoría de los activos pacifistas que expresan su repugnancia moral a la guerra. No, no estoy comparando. Quisiera, sin embargo, poner el acento en el principal déficit que muestran las actuales movilizaciones: si algo ha quedado en evidencia estos días (como quedó claro en la Semana Trágica) es la incapacidad de la política para encauzar el masivo y espontáneo movimiento pacifista. Cruje la democracia catalana, sometida a una pequeñez legal insoportable que obliga a nuestros políticos a discutir en paños menores mientras el mundo se tambalea. Cruje la democracia española, empequeñecida por un Aznar en el que asoman, cada vez con más claridad, unas tendencias caudillistas de origen obvio para cuyo desarrollo necesita reducir nuestra vida social a "pan y televisión". Cruje el sistema de partidos ante la formidable ola que forman los pacifistas domésticos, los católicos comprometidos, los progres rejuvenecidos; cruje ante los colectivos de nuevo cuño que se coordinan por Internet, cruje ante el imprevisto liderazgo de los artistas, ante el sorprendente renacimiento del periodismo crítico que ha desbordado los techos empresariales, cruje nuestro sistema de representación ante la resurrección del movimiento estudiantil y cruje también ante los bárbaros que pescan en río revuelto. Cruje, finalmente, la democracia europea: incapaz de dar salida a una conciencia cívica transnacional que podría convertirse perfectamente en la palanca que Europa necesita para superar el bloqueo institucional que la paraliza.

El otro día, escuchando a Aznar en las Cortes o viendo las imágenes de Reus, pensé en el viejo y astuto De Gaulle, en cómo fue capaz de llevar las aguas turbulentas de Mayo del 68 a su molino. ¿Podrá Aznar reconducir a la opinión pública usando el espantajo del miedo entre el espectador bienpensante? El mundo se tambalea, pero los que supuestamente deberían ser capaces de dar precisamente el do de pecho, callan. Pregunto a un amigo socialista por su internacional. Está bloqueada, me contesta. ¿Pues a qué esperan para jubilarla y recrear un nuevo instrumento transnacional que pueda reseguir, cuando menos, el camino que abre la formidable ola de la ciudadanía europea? ¿A qué esperan? ¿A que los astutos reconstruyan el miedo de las clases medias? Cruje como una nave envejecida, la democracia europea. Nada ni nadie parece estar en condiciones, en nuestra Europa, de encauzar políticamente a esta formidable masa crítica que supera gobiernos y descoloca a los partidos, pero que puede acabar languideciendo como un frustrante rosario de la aurora.

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