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Columna
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Los costes del conflicto de Irak

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Los costes del conflicto de Irak pueden dividirse en los que genera la guerra y los que originará la posguerra. Los costes de la guerra son los más aparentes y fáciles de medir pero seguramente son menos importantes que los costes de la posguerra que, aunque más difíciles de estimar, pueden tener peores consecuencias para la economía mundial. Para intentar entender la repercusión económica del conflicto, también se debe distinguir entre costes reales o directos y costes psicológicos o indirectos, esto es, aquellos derivados de la incertidumbre. A su vez, los costes reales se pueden dividir entre los costes públicos (que inciden en los presupuestos estatales) y los costes privados (los que soportan directamente los agentes privados).

Si no hay destrucción de pozos, el petróleo sería el único campo donde la guerra puede tener alguna consecuencia positiva sobre la economía mundial

Sobre los costes presupuestarios, Bush acaba de proponer al Congreso un paquete de gastos de 75.000 millones de dólares, entre los que sobresalen los 60.000 millones dedicados al gasto militar. El presidente Bush no se atrevió a hacer explícitos los costes de la guerra hasta después de iniciar la invasión, pero la mayoría de los analistas consideran que las cifras propuestas ahora son tan sólo un aperitivo de lo que va a costar finalmente la guerra. Utilizando los cálculos de Nordhaus, cuyo estudio es lo mejor que se ha escrito sobre los costes del conflicto, esos 60.000 millones estarían más cerca del nivel mínimo de la horquilla posible de gastos militares cuyo límite superior estima en unos 140.000 millones de dólares. Pero en la petición de dinero al Congreso hay otras dos rúbricas que no deberían pasar desapercibidas, aunque su importe parezca menor. Por un lado, está la dotación para reforzar la seguridad interna frente a posibles atentados y, por otro, la ayuda destinada a Turquía, Jordania, Israel y Pakistán, que correctamente se ha considerado como una necesidad presupuestaria derivada del conflicto. Finalmente hay que anotar que Bush todavía no ha solicitado fondos presupuestarios para los tres epígrafes de gastos de la posguerra: los de la ocupación militar, la reconstrucción de las infraestructuras, y la ayuda humanitaria.

Efecto presupuestario

¿Cuál será el impacto sobre la economía de estos costes presupuestarios? Lo que más preocupa son los efectos del aumento del déficit público sobre la elevación de los tipos de interés a largo plazo, lo que llevará a un menor gasto en vivienda y también a una reducción del consumo y de la inversión empresarial. El aumento del déficit es especialmente preocupante en este momento, porque el Presidente Bush ya había dado un giro expansivo de 700.000 millones de dólares al presupuesto americano, pasando del superávit de Clinton a un déficit de 400.000 millones de dólares en dos años. El aumento del déficit público como consecuencia de la guerra no va a empezar a calentar un problema, sino que viene a echar leña a un fuego que ya había sido iniciado con la reducción de impuestos y la debilidad del crecimiento económico.

Respecto a los costes del conflicto para los agentes privados, se ha destacado, con razón, el impacto de los precios del petróleo. Cada aumento de un dólar en el precio del barril, le cuesta a los consumidores norteamericanos unos 5.000 millones de dólares. El efecto en los países desarrollados de un aumento del precio del petróleo es nefasto, pues suma todos los efectos negativos de la inflación y de la subida de impuestos sin obtener ninguna de sus posibles ventajas -que algunas tienen- estos dos fenómenos. Por un lado, el aumento del precio del petróleo aumenta la inflación, pero no tiene los efectos positivos de una inflación que se base, por ejemplo, en mejoras de márgenes empresariales, lo que podría animar, al menos a corto plazo, una mayor inversión y empleo. Por otro lado, funciona como un aumento de los impuestos, detrayendo renta de los consumidores y aumentando los costes empresariales y, a diferencia de otros impuestos que aumentan los ingresos públicos, y por tanto reducen el déficit, en este caso no se obtiene tal beneficio, pues el dinero adicional pagado por los consumidores sale fuera del país.

La guerra ya ha tenido un primer impacto negativo en el mercado del petróleo por los problemas creados en la producción de Irak, pero el juicio no es tan claro en cuanto al efecto que pueda tener la posguerra en el precio del petróleo. Si Saddam Hussein consigue dañar los pozos gravemente, ello producirá un retraso en la restauración de los flujos de petróleo irakí con efectos negativos sobre los precios. Si no hay tal destrucción, el petróleo puede ser el único campo donde la guerra puede tener alguna consecuencia positiva sobre la economía mundial.

En efecto, la primera tarea para la posguerra que se ha propuesto la administración americana es la de situar cuanto antes la producción petrolera irakí a su nivel máximo, como lo muestra que los primeros contratos de reconstrucción de Irak adjudicados van justamente destinados a este propósito, como el concedido a Halliburton, la empresa que, presidió Cheney hasta el año 2000. No obstante, y aunque es evidente que la posguerra podría ayudar a reducir los precios del petróleo, ello no quiere decir que dejen de influir en el mercado del petróleo otras incidencias como las de Venezuela o las de Nigeria, cuyo impacto negativo pueda compensar el aumento de los flujos de producción de Irak.

Finalmente, los costes con más graves consecuencias para la economía son los costes indirectos o psicológicos del conflicto, es decir, aquellos que surgen como consecuencia de un aumento de la incertidumbre. Es curioso que se ha comparado muchas veces la guerra actual con la del Golfo (respaldo internacional, legalidad, mayor desproporción del poderío militar, etc.) y, sin embargo, se ha comparado poco lo que significó la posguerra del Golfo con la posible posguerra del conflicto actual. Y ciertamente, si juzgamos el posible resultado en términos de incertidumbre, nos encontramos ante una situación inversa a la del Golfo.

El final de la guerra del Golfo significó la vuelta a lo conocido y, en consecuencia, significó el final de la incertidumbre. Se echó al dictador fuera de Kuwait, pero no se hizo nada más, con lo cual se restableció la situación anterior y no se introdujo ningún elemento nuevo de incertidumbre. Para muchos esto fue un mal final político, pues no se decapitó a Saddam, pero desde el punto de vista económico, el mensaje fue el tranquilizar, el de "volvemos a estar como antes", incluso con un valor adicional de certidumbre, ya que ningún dictador se atrevería otra vez a invadir un país. Fue la vuelta a un mundo conocido, incluso más seguro que el anterior.

Ruptura con el pasado

Ahora, aún suponiendo un éxito militar sin problemas, el resultado será que entramos en un mundo nuevo con la comunidad internacional (ONU, UE, OTAN) fracturada. Los objetivos esta vez pueden ser más nobles -la democracia en Irak, el relanzamiento de la solución palestina, etc.- pero más inciertos porque se plantean cambiar el mundo. Frente a la posguerra del Golfo, ahora no habrá un restablecimiento de la situación pasada, sino la apertura de nuevos horizontes, se iniciará la construcción de un mundo mejor (aceptando los objetivos americanos), pero en todo caso, éste será un mundo desconocido, nuevo, y, en consecuencia, con más incertidumbre.

Desde Keynes sabemos que la incertidumbre tiene efectos económicos negativos, que no sólo serán sectoriales (turismo, compañías aéreas, aseguradoras, etc.), sino también generales: efecto en las bolsas, en las decisiones de inversión, incluso en la actitud de los consumidores. Todos estos costes son muy difíciles de medir y estimar, pero no por ello son menos importantes que los costes mensurables a los que nos hemos referido antes. Porque no debemos pensar que el hecho de que estos costes sean psicológicos significa que no son costes reales. El origen de los mismos es psicológico, pero los efectos de la incertidumbre son al final costes reales para la gente: menos inversión, menor crecimiento, mayor desempleo, etc. Incluso se producirá un efecto de la incertidumbre sobre los costes presupuestarios, pues, por ejemplo, las necesidades de una mayor seguridad en la zona llevarán a unas mayores necesidades de ayuda a los gobiernos correspondientes, la incertidumbre sobre la reanudación de los atentados hará necesaria una mayor aportación presupuestaria para su prevención, o los efectos de la incertidumbre sobre las compañías aéreas pueden acabar convirtiéndose en ayudas públicas.

La incertidumbre terminará a medida que vayan confirmándose la ausencia de atentados, que haya una mayor estabilidad en la zona, que se haya reconstruido la cooperación entre los países desarrollados, y entonces se podrá llegar a pensar que los costes económicos de la guerra y la posguerra no fueron tales, sino más bien fueron una inversión para obtener un mundo mejor. Pero si este escenario rosa no se confirma, el conflicto declarado en las Azores pasará a la historia como uno de los más lamentables episodios para la economía mundial, ya que no surgió de variables ajenas al control de los gobiernos, sino que fue consecuencia de decisiones adoptadas por ellos mismos.

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