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París enseña la belleza y perfección de un centenar de muebles Ching

El Museo Guimet de París ofrece, hasta el 14 de julio, la oportunidad de descubrir un centenar de muebles Ming, la gran mayoría de los cuales de la llamada era Wanli (1573-1619). Se trata de sillas, butacas, camas, armarios, mesas, taburetes, cofres, biombos o sofás, todos ellos de una elegancia extrema y testimonio de una artesanía de una inventiva extraordinaria. Todo ese mobiliario, hijo también de la apertura de fronteras decretada por el emperador Longquing en 1567 y que permitió la irrupción en China de maderas preciosas, tiene en común el hermanar belleza y funcionalidad llevando los dos valores a un grado máximo.

Los artesanos que los construyeron renuncian entonces a la laca, a la pintura, para potenciar la textura y el dibujo de la madera. Los muebles son todos desmontables, pues sus destinatarios eran funcionarios de alto rango a los que los emperadores cambiaban periódicamente de destino. En algunos casos también son plegables, una técnica aprendida de los mongoles.

Los recursos utilizados por los artesanos están perfectamente inventariados desde antes y recopilados en un libro -Yingzao fashi- de 1103 y del que el Museo Guimet presenta una copia del XVII. La utilidad de cada objeto está perfectamente ilustrada por los dibujos que acompañan los cuentos, novelas o relatos publicados durante el imperio Ming y que permiten descubrir el uso cotidiano de unos muebles que hoy contemplamos sacralizados en los museos, y de los que se conservan en el mundo menos de un millar.

Modernidad

Para subrayar la insólita modernidad de esos muebles, la exposición parisiense se abre con un acertijo propuesto al visitante que, de entrada, se encuentran confrontados una mesa y un armario chinos del XVI con sus equivalentes franceses del XVIII y dos piezas del siglo XX, estableciendo una perfecta continuidad en las formas, pero siempre con un plus de elegancia y estilización para los más ancianos.

En realidad, el interés de este mobiliario chino obra de artesanos anónimos no fue descubierto en Europa hasta 1930. La escuela danesa de diseño se inspirará en ellos de manera clara, aunque la lógica de sus soluciones ya había sido adoptada durante el reinado de Luis XV e incluso antes, como lo prueba la venta pública del mobiliario del cardenal Mazarino, que poseía piezas catalogadas como meubles de Lachine.

En el Museo Guimet, los muebles se exponen junto a los utensilios que permitieron crearlos, los manuales que conservaron ese saber artesano y, en dos casos, se muestran sillas y mesas desmontadas para enseñar la arquitectura que las sostienen. Y puede que la auténtica obra maestra del maravilloso conjunto presentado sea una pantalla, una de esas paredes móviles sin la articulación de los biombos que servían para crear espacios de intimidad. Es un objeto de 180 por 95 centímetros de madera, pero que enmarca una gran placa de mármol, muy fina, blanca y con unas prodigiosas vetas negras que sugieren las montañas en medio de la bruma.

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