Ladrones de palabra
Durante los años de la transición, los recién convertidos a la democracia que fundaban un partido político podían dudar con qué nombre inscribirlo; pero no dudaban acerca de que utilizarían las palabras demócrata o democracia o democrático (en el caso de los sindicatos, la palabra inevitable era independiente). Hago un repaso, confiado en mi memoria, y podría dividir en dos grupos los partidos políticos de la época: si tienen la palabra democracia o derivados, sus fundadores no habían luchado para conseguir la libertad y la democracia más bien habían estado al calorcito de la dictadura y/o la habían defendido colaborando con ella; en el otro grupo estaban los demás. Es cierto que algunos no querían la democracia ni en el nombre de su partido político, así que retorcieron el vocabulario y colocaron, junto a su alianza de ex ministros de la dictadura, la palabra popular.
Se decía entonces que algunos habían salido de la cárcel y otros de debajo de las piedras. Algunos más, añado yo, siguieron donde habían estado siempre. Y siguen, porque a algunas familias les gusta mantener las tradiciones.
Cuando hablabas con uno de estos demócratas de toda la vida o con los populares aliados, siempre te quedabas con la desazón de que te habían robado medio vocabulario. Ya se sabe lo extremista que es la fe del converso, pero una cosa es que se proclamaran campeones de la democracia y de todos los derechos civiles que acababan de aprender y otra que te arrebataran las palabras que tantos padecimientos te había costado defender.
Últimamente, no es que me sienta robado, me siento saqueado y asqueado, si me permiten el juego de palabras. Tras oír el martes 18 al presidente Aznar en el Parlamento, me quedé sin palabras. Mudo y apaleado, porque esta banda de ladrones de palabras no solo te roban sino que se hartan de lucir ante tus ojos el botín y pisotean con saña nuestro pequeño tesoro.
Cierto es que no nos debería sorprender. En el último año, Aznar & Cía han estado de correría sin parar. Quisieron arrebatarnos los derechos laborales con aquel decretazo que convertimos en el más efímero que se recuerda; saltearon la calidad de la enseñanza con una ley que restringe derechos; estafaron a Galicia (y al resto de España) al estilo trilero: aquí no está el Prestige y ahora sí está; la catástrofe no es, pero va siendo, y las ayudas son pero ojo con el quejoso.
En su última correría, el presidente del Gobierno español y el Partido Popular se han puesto al servicio del Señor de la Guerra y de la Muerte.
Malvenden los pueblos de Rota y Morón, cediendo las tierras, el aire y el mar que no les pertenecen. Nos timan a los andaluces (¡otra vez!) con palabrería leguleya al justificar el uso de las bases militares por un país en guerra preventiva con otro. Andalucía acoge, contra su voluntad, a los soldados de la política del odio y del terror ¿Justificarían esos mismos, con más palabrería, un ataque defensivo del país invadido y bombardeado?
Nos roban y destrozan a cañonazos la palabra Paz. Usurpan la ayuda humanitaria con barcos de guerra y con aviones de guerra. Nos despojan de los artículos de la Constitución que establecen el procedimiento formal de declaración de guerra y sus consecuencias constitucionales -y es como si nos desvalijaran la Constitución- y lo tapan con tiritas y vendas para el pueblo iraquí. Malversan los derechos de ciudadanía para someternos al vasallaje de un Señor de la Guerra que ni hemos elegido ni podremos hacerlo, nombrado por una minoría de sus compatriotas y un recuento de votos discutido. No soy la persona más adecuada para opinar sobre el uso del nombre de dios en vano.
Me quedé el martes tarareando la Marsellesa, al oír ese himno en las desalojadas tribunas del Parlamento. Hasta tipos como Chirac le reconcilian a uno con los ideales cívicos de la Revolución Francesa.
Recordemos, recuperemos el espíritu noble de esa bella canción, "Que la Guerra no nos sea indiferente, que es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de las gentes", recuperemos ese espíritu y no nos quedemos quietos, salgamos y llenemos las plazas y las calles contra la barbarie y para que se recupere el triunfo de la razón, la justicia y la civilización, frente a la muerte, la incivilización, la miseria, el dolor y el odio que representa la guerra. No a la Guerra, no en mi nombre.
Julio Ruiz Ruiz es secretario general de Comisiones Obreras de Andalucía
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