La religión en la cruzada de Bush contra Irak
Durante el mes pasado, mientras visitaba a mi familia en el sur de Oregón, estuve escuchando las tertulias de la radio local, viendo las noticias en la televisión y leyendo los periódicos locales en un esfuerzo por comprender perspectivas distintas a las de los amigos y colegas de izquierda, en su mayoría laica y democrática, que son mis compañeros de conversación habituales en España. El factor más importante en la opinión pública estadounidense, que no es apreciado lo bastante ni por los liberales seglares estadounidenses ni por el mundo europeo en general, es la importancia de la cristiandad bíblica. Me quedé asustado recientemente al leer una encuesta Gallup que afirmaba que el 68% de las personas encuestadas creía en el diablo, que el 48% creía en el "Creacionismo", la creación directa del universo entero por Dios tal como se describe en el libro del Génesis, más que en la evolución darwiniana, y que el 46% se consideraban cristianos "renacidos".
No sé si el presidente Bush cree en el diablo, pero sé a ciencia cierta que él, como el presidente Reagan antes que él, considera la teoría de la evolución como una teoría más entre otras, y se ha referido a sí mismo varias veces como un cristiano renacido. Comparadas con la acumulación masiva de propaganda para justificar una guerra contra Irak, sus referencias a su persona han sido apropiadamente modestas. Pero varias veces en el mes pasado ha contado a los periodistas cómo sus creencias religiosas renovadas en los años ochenta le rescataron de consumir demasiado alcohol, lo importante que la oración ha sido a la hora de definir las políticas exterior y de "seguridad interna" y lo feliz que sería si pudiera establecer contacto personal con los millones de estadounidenses que le respaldan sobre la base de su propia cristiandad evangélica.
Algunos de los apoyos financieros y mediáticos más fuertes a la campaña presidencial de Bush procedieron de cristianos renacidos y de creyentes en la verdad literal de la Biblia. Una elevada proporción de dichas personas ha estado constituida por antisemitas sociales en el moderno Estados Unidos, es decir, personas que no perseguirían físicamente a los judíos como hicieron los nazis, pero que preferirían vivir en áreas residenciales y pertenecer a clubes que no animan a los judíos a ingresar. Sin embargo, su creencia literal en la Biblia, incluido el retorno de los judíos a sus tierras bíblicas y el Segundo Advenimiento de Jesús (junto con la conversión o desaparición de los judíos), los convierte en aliados circunstanciales de los conservadores que apoyan a Israel en su lucha centenaria con los habitantes árabes de la Palestina bíblica.
Así pues, hay varias formas en que la religión desempeña un papel destacado entre los grupos que apoyan la cruzada de Bush contra Irak, y más ampliamente, su división del mundo en buenos y malos, amigos de la América imperial tal como ha sido definida por el régimen de Bush y los enemigos que, es de esperar, han de ser convertidos o, en caso contrario, enviados a las tinieblas exteriores. Los cristianos bíblicos ven una oportunidad dada por Dios de ayudar a que la historia materialice las predicciones bíblicas. Los cristianos menos dogmáticos, aunque esperan, como muestran todas las encuestas de opinión, que cualquier guerra estadounidense contra Irak será aprobada por Naciones Unidas, y aunque las proclamaciones de Bush de tolerancia religiosa hacia los musulmanes los reconfortan, no obstante, asocian sus creencias cristianas con la superioridad político-militar de Estados Unidos. Nuestro juramento nacional de lealtad, que originalmente no hacía ninguna referencia a la religión, fue enmendado a mediados del siglo XX para incluir la frase "bajo la voluntad de Dios". Es imposible decir qué proporción de judíos estadounidenses está ahora a favor de la guerra contra Irak y apoya al régimen completamente antipalestino de Sharon y qué proporción está a favor de una solución del conflicto israelo-palestino con dos Estados, pero el apoyo de Bush a Sharon es sin duda un importante elemento de la actitud fuertemente favorable de los judíos creyentes políticamente conservadores hacia la política exterior de Bush.
Pasando de los factores específicamente religiosos al carácter general de la coalición de Bush, se puede ver la siguiente combinación poderosa de elementos. Están, por supuesto, los intereses de la industria petrolera, representada por las carreras empresariales anteriores a sus cargos públicos tanto del presidente Bush como del vicepresidente Cheney. Están los intereses militaristas de tecnología avanzada, representados por el secretario de Defensa, Rumsfeld, y los numerosos militares profesionales con formación científica aplicada y habilidad para referirse a las víctimas civiles como "daños colaterales". Y están los intelectuales del Pentágono, dirigidos por Wolfowitz, que ven una oportunidad (¿dada por Dios?) para la única superpotencia existente de reorganizar el mundo en nombre del capitalismo global y una forma restringida de democracia política occidental. Un matiz interesante de este último grupo es que varios de ellos fueron marxistas antiestalinistas en sus años de estudiante, y muchos tenían amigos trotskistas. De diversas maneras imaginativas, han progresado desde el flirteo con la "revolución permanente" a la planificación de la contrarrevolución permanente, o "el final de la historia" en forma de hegemonía estadounidense capitalista, en parte democrática y en parte fascista, dependiente de las circunstancias políticas locales en todo el mundo.
Cuando se combinan el burdo poder militar y las intensas convicciones religiosas es sumamente difícil tratar con los que detentan tal poder y tales creencias. Hasta hace bastante poco tiempo parecía como si la conmoción del 11-S y la amenaza continuada de terrorismo mundial hubieran hecho prácticamente imposible para las voces autorizadas desafiar el espíritu de cruzada del régimen de Bush. Afortunadamente, los intensos debates en la ONU de las últimas semanas han forzado a EE UU a reconocer la existencia de una intensa oposición mundial a sus planes. Y en el Senado de Estados Unidos, el 12 de febrero, el senador Robert Byrd fue la primera figura política estadounidense importante en atacar tanto la desastrosa política económica como la arrogante política exterior de la Administración de Bush. Es de esperar que dentro de dos años sea posible echar con los votos a un presidente que en primera instancia no fue puesto en el cargo por los votos.
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