Los cinco homicidios del 'asesino del naipe'
La policía atribuye también al mismo pistolero la muerte de un portero de Madrid y de dos personas en Alcalá de Henares
Madrid se enfrenta a un asesino en serie al que la policía atribuye al menos cinco muertos. Es un hombre fuerte, de cabello negro, con perilla, de aspecto europeo, que aparenta entre 25 y 30 años de edad. Esta vaga descripción resume los escasos datos con que cuenta la policía acerca del misterioso pistolero conocido ya como el asesino del naipe, debido a que suele firmar sus crímenes dejando una carta de la baraja española junto a sus víctimas. Así lo ha hecho en tres ocasiones: en la primera, mató a un empleado de Barajas y depositó a sus pies una cartulina del as de copas; en la segunda, dejó malherido a un estudiante ecuatoriano y rubricó su acción con un dos de copas; en la tercera, dio muerte a un inmigrante rumano e hirió gravísimamente a su compañera, y, antes de huir, arrojó dos nuevas cartas (el tres y el cuatro de copas). Pero los investigadores policiales creen que no son éstos sus únicos crímenes, sino que tiene en su haber al menos otros tres cadáveres sobre los que no puso su marca macabra. De hecho, los agentes están indagando todos los crímenes cometidos el año pasado para comprobar si hay alguna similitud con los que ya se imputan a este asesino.
"Da la cara y dispara a la cara, sonriendo, con una frialdad enfermiza"
La carrera criminal del asesino del naipe comenzó el viernes 24 de enero, sobre las 11.30, cuando Juan Francisco Ledesma, de 50 años, el portero del inmueble número 89 de la calle de Alonso Cano, en el distrito madrileño de Chamberí, fue hallado muerto de un disparo en la cabeza dentro de su vivienda. Su hijo de dos años fue el único testigo de todo lo sucedido y, dada su corta edad, sólo sabe decir que un señor estaba con papá. Ninguno de los vecinos oyó el disparo que acabó con la vida de Ledesma.
Vida ejemplar
Los investigadores comenzaron a indagar este homicidio como una muerte más, pero, según se adentraban en las pesquisas, se dieron cuenta de que algo no encajaba. La víctima no tenía antecedentes y no se le conocía una vida oscura ni asuntos turbios que hicieran pensar en un ajuste de cuentas. Más bien, su vida era ejemplar. El siguiente homicidio sí fue firmado por este asesino en serie. El empleado de limpieza del aeropuerto de Barajas, Juan Carlos Martín Estacio, de 28 años, fue hallado muerto en una parada de autobús del barrio de la Alameda de Osuna, a unos dos kilómetros del aeródromo, el miércoles 5 de febrero. De nuevo, un tiro en la cabeza acabó con la vida de su víctima. El proyectil le entró por la zona parietal izquierda de la cabeza y le salió por la frente.
Poco a poco, las coincidencias con el primer asesinato se concatenaban. Además del tiro en la cabeza, se sumaba la falta de móvil aparente y el calibre del arma utilizado. En un principio, la policía habló de un nueve milímetros parabellum. Falso. Análisis posteriores en los laboratorios de balística demostraron que se trataba de un 7,62 marca Tokarev, una munición rusa o yugoslava.
Mientras los investigadores estaban redactando las diligencias del asesinato de Martín Estacio, un nuevo tiroteo sacudió la tranquilidad de ese 5 de febrero. Habían pasado menos de 12 horas del segundo homicidio. En Alcalá de Henares, un hombre entró a las 16.40 en el bar Rojas, en la calle del Río Alberche, y asesinó al hijo de la dueña, Mikel Jiménez Sánchez, de 18 años, y a una vecina del inmueble, Juana Dolores Uclés López, de 57. La dueña del local, Teresa Sánchez García, de 38 años, resultó herida grave, al recibir tres balazos que le alcanzaron la parte izquierda del tórax, el muslo izquierdo y la parte derecha del codo. El homicida entró y comenzó a disparar a discreción. Primero sobre el hijo de la dueña, que acababa de entrar en el bar. La bala le entró por la nuca y lo mató en el acto. Después se dirigió a la vecina del inmueble que hablaba por el teléfono público. El tiro le entró por el ojo derecho, mortal de necesidad. En fracciones de segundo, cambió de objetivo y encañonó a la propietaria del local, a la que le asestó tres balazos. En un principio, las investigaciones se centraron en el hijo del dueño y en posibles conexiones con la supuesta venta de pastillas de éxtasis o de juegos de rol. Esas pesquisas iniciales fueron desechadas a los pocos días. Tampoco había móvil aparente que explicara de alguna manera el crimen. Los análisis de los casquillos y de las balas dirigieron los esfuerzos de la policía hacia el asesino del naipe: había utilizado el calibre 7,62.
La escalada criminal de este asesino, de unos 30 años, hacía pensar que seguiría matando con cierta periodicidad, por lo que los policías encargados del caso pensaron en que tendría alguna frecuencia en sus objetivos. Sin embargo, tuvieron que pasar 30 días exactos para su siguiente actuación. Esta vez eligió a Eduardo S. S., de 27 años, un estudiante de un máster de la Universidad Autónoma de Madrid, al que disparó cara a cara el viernes 7 de marzo. Lo intentó después con su novia, pero se le encasquilló el arma. En un principio, los investigadores no hallaron restos del proyectil, pero cuatro días después, un minucioso rastreo de la zona por parte de la Guardia Civil permitió localizar parte del proyectil en una marquesina cercana. Esta vez también dejó su particular tarjeta de presentación: un dos de copas.
Este cúmulo de coincidencias ha hecho que los agentes de Homicidios de la Jefatura Superior de Policía y de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid trabajen codo con codo para atrapar a este serial killer (asesino en serie). La sorpresa llegó la noche del pasado martes, cuando el asesino reapareció en Arganda del Rey (a 40 kilómetros de la capital). Allí mató de otro disparo a un inmigrante rumano de unos 40 años y dejó gravísimamente herida a su compañera. Ayer estaba ingresada con pronóstico crítico en el hospital Gregorio Marañón. Ambos recibieron sendos disparos en la cabeza. La alarma cundió entre los guardias civiles que acudieron al lugar de los hechos cuando hallaron junto a los cuerpos dos cartas: el tres y el cuatro de copas. El fallecido llevaba cuatro años en España, mientras que la mujer llegó hace menos de un mes. Tienen un hijo de seis años.
Conexión entre las víctimas
Ahora, los investigadores trabajan en varias líneas: estudian si hay algún tipo de conexión entre las víctimas de los últimos crímenes (aunque, en principio, parece que no la hay), analizan la posibilidad de que el asesino haya estado algún tiempo en una zona de conflicto militar, por ejemplo Kosovo, y rastrean los hospitales psiquiátricos para ver si se ha fugado algún interno muy peligroso. "Si efectivamente es un asesino en serie, no habíamos tenido nada igual desde el caso de Manuel Delgado Villegas, el Arropiero. Aparentemente, cualquier persona puede ser una víctima potencial de este asesino", añaden las fuentes de la investigación. "Los asesinos en serie suelen emplear métodos similares para sus acciones. Éste, en concreto, muestra afán de notoriedad en sus acciones, da la cara y dispara a la cara, sonriendo, con una frialdad enfermiza: es una persona muy peligrosa".
El delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Javier Ansuátegui, aseguró ayer que 150 agentes del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil están dedicados "de lleno y con carácter prioritario" a detener a este asesino. "Están abiertas todas las líneas de investigación, aunque yo me inclino porque se trata de un loco o un psicópata", concluyó Ansuátegui.
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