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Tribuna:LA HORA DE LA GUERRA | Las relaciones hispano-alemanas
Tribuna
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¿Electoralistas?

A lo que parece, ya está todo decidido: en Azores lo han puesto en marcha definitivamente. Y todos quedamos advertidos. Expresamente, Irak: y digo Irak y no Sadam Husein, porque la decisión de Azores puede acabar o no con Sadam, pero con quienes con toda seguridad acabará será con cientos o miles de iraquíes que verán así incrementada su pérdida de libertad, su sufrimiento, su humillación.

También expresamente ha quedado advertida la comunidad internacional y, en concreto, Naciones Unidas: si no se pliega a lo que Bush, Blair y Aznar le están exigiendo, es decir, si no les concede, sin más, la coartada que necesitan, ya puede saber que sus días están contados y será "rediseñada" conforme a los deseos de quienes no están dispuestos a tolerar más la independencia de que, no sin dificultades, ha dado muestras en estos meses.

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También quedamos advertidos los millones de personas que en todo el mundo hemos manifestado nuestra oposición a esta guerra anunciada: si se puede actuar con tanta impunidad, despreciando tan intensamente la opinión mayoritaria de sociedades avanzadas, ¿por qué detenerse en el futuro; por qué hacerlo así tan sólo en la esfera internacional? Algún ejemplo repugnante ya se conoce: el del silencio cómplice sobre el "limbo" de Guantánamo. Y si al lector le parece excesivo para imaginarlo entre nosotros, podemos quedarnos con algún otro que también nos retrotrae a la noche de los tiempos: las listas negras que ya están permitiendo purgar a quienes, en el mundo de la cultura, han tenido la osadía no ya de enfrentarse al Gobierno, sino, simplemente, de expresar con libertad sus opiniones.

En España, la oposición a la guerra está siendo social y política. La oposición social está sufriendo la afrenta de que el Gobierno se identifique verbalmente con ella mientras en los hechos sigue provocándola. Y la oposición política está padeciendo la agresión moral de que el Gobierno descalifique su actitud ante la guerra con acusaciones de deslealtad, falta de patriotismo, oportunismo...

En este despropósito, han sacado en procesión viejos fantasmas que todos creíamos enterrados. Les hemos oído acusar a los socialistas de rehenes del comunismo. Les hemos oído advertir sobre la constitución de un nuevo Frente Popular entre la izquierda y "todos" los nacionalistas. Les hemos oído tachar a los socialistas de "compañeros de viaje" de Sadam.

Prietas las filas, todo el que es o quiere ser alguien en el Partido Popular viene aplaudiendo, desde hace semanas, el apoyo a una guerra ilegal, injustificada e insensata y acusando de electoralista a toda la oposición parlamentaria y, singularmente, al partido socialista. Ésta es la nueva consigna: sólo nos mueve en nuestra posición política un afán de recuperar el poder, sólo nos mueve un simple interés electoralista.

Creo que desde hace meses viven sin comprender ni aceptar la fuerza de la reacción ciudadana ante muchas de sus iniciativas. Están empezando a temer que efectivamente se acerca el final de su etapa y, preocupados y enfurecidos con ello, viven una permanente huida hacia delante que, cada día que pasa, les aleja más y más de las aspiraciones ciudadanas.

Ya nada les sale bien, ya nada lo hacen bien. Los últimos 10 o 12 meses son, desde esta perspectiva, una antología del disparate. Empezaron por la reforma laboral y la huelga que nunca existió. Siguieron con el desprecio por la seguridad ciudadana, mientras se multiplicaban los asesinatos, las agresiones a mujeres, los delitos contra la propiedad, la proliferación de mafias criminales. Hundieron el Prestige y, con ello, tiznaron de negro las costas gallegas. Nos llevan a la guerra en medio de una oposición ciudadana que roza la unanimidad. Demoran en forma irremediable la inauguración del AVE a Lleida. Y siguen prometiendo, como desde hace siete años, que la inflación bajará con carácter inmediato..., aunque los datos se empeñen en desmentir una y otra vez esas promesas de Rato y, al hacerlo, confirmen la pérdida constante de poder adquisitivo de todos los españoles. Existe una situación de desgobierno de España.

No es fácil saber por qué, y la verdad es que esto hace aún más inexplicable el derrotero que, en la crispación creciente en la que están sumidos, va tomando la crítica política que Aznar, Arenas, Rato, Rajoy o Mayor (los demás callan, no vaya a ser que los españoles también descubran lo que piensan) dirigen a todos los partidos de la oposición y especialmente, como no podía ser de otro modo, hacia el partido socialista.

Electoralismo es, pues, la palabra de moda. La emplearon ya con el Prestige porque, decían, un accidente no debe dar lugar a crítica política al Gobierno. Y tenían razón en ello. El problema es que nadie les culpó del accidente, sino de la gestión de la crisis que ese accidente desencadenó. Hoy -cuando la férrea censura, cuando la firme desinformación de hace unos meses se ha relajado- ya lo confirman todos los informes y todos los expertos: la tragedia se pudo haber evitado, minimizando los costes que el accidente inicial produjo.

Ahora multiplican esa misma acusación con relación a la guerra. Y no se dan cuenta de que lo único cierto es que los ciudadanos han decidido expresar claramente que no comparten la postura belicista de Aznar y su Gobierno y su partido. Ésa es, precisamente, la postura del PSOE desde el comienzo mismo de la crisis actual: la hemos expresado claramente, incluso en momentos en que nos advirtieron de que era arriesgado porque no se podía saber cómo iban a evolucionar las cosas. Y como era nuestra postura, la hemos hecho saber a los ciudadanos. Y como coincidía con ellos, hemos salido juntos a la calle.

Con todo, es difícil asumir que todo el que no esté con el Gobierno sea un oportunista que sólo se mueve por intereses espúreos -electoralistas- mientras que las decisiones del Gobierno siempre responden -y sólo ellas responden- a los intereses generales. Afirmar esto, en la lógica de los términos en que se ha desarrollado la política en el siglo XX -que es, todavía, la que nos proporciona palabras para denominar a las cosas-, se llamaba autoritarismo: porque lo contrario del autoritarismo, la democracia, es aceptar que todos los actores políticos defienden, desde sus respectivas perspectivas, los intereses generales.

Otra cosa sería afirmar que una opinión es más o menos acertada. Nosotros lo venimos diciendo: el Partido Popular y el Gobierno pueden, en uso de su legitimidad, adoptar las decisiones que estimen convenientes. Los socialistas creemos que el Gobierno está profundamente equivocado y que está tomando decisiones que comprometen, seriamente, el presente y el futuro de nuestro país. Y vamos a seguir diciéndolo a los ciudadanos.

¿Electoralistas? Como oposición, nuestro derecho y nuestra obligación es apoyar al Gobierno en lo que entendemos que resulta esencial para los intereses de los españoles; y nuestro derecho y nuestra obligación es criticarlo, hasta el final, en lo que creemos que perjudica los mismos intereses de los españoles. Y creemos, sinceramente, que una posición como la que Aznar está defendiendo lesiona la legalidad internacional, incrementa la inestabilidad del mundo, favorece la aceptación como única fuente de legitimación de la ley del más fuerte, pone en riesgo mayor la seguridad del Estado, rompe una política internacional labrada por consenso durante 25 años por gobiernos de todos los colores, enemiga a los españoles con millones de ciudadanos de todo el mundo.

¿Electoralistas? Si fuese por eso, lo mejor que podríamos hacer los socialistas era permanecer callados y sentarnos a nuestra puerta a ver cómo avanza el cortejo que lleva a enterrar, entre los cascotes que ellos mismos se vienen empeñando en derribar, al Gobierno del PP. Lo mejor que podríamos hacer sería dedicarnos a contemplar cómo la ineficacia del Gobierno deshace, definitivamente, las esperanzas que en él depositaron, durante un tiempo, bastantes españoles.

Pero lo que está en juego es tan grave que no podemos permanecer callados y, con el mundo de la cultura y el trabajo, las organizaciones sociales y sindicales y los partidos del arco democrático, seguir diciendo un "no a la guerra". Tenemos una ventaja: no es un riesgo muy alto porque coincidimos con la abrumadora mayoría de los electores.

¿Electoralismo?: convicciones. Las mismas convicciones con las que formulamos nuestras alternativas y propuestas. Las mismas convicciones con las que criticamos la ineficacia absoluta del Gobierno. Con esas convicciones, junto a la soberbia del PP, no necesitamos acudir al electoralismo con el que tantas veces ha planteado el PP sus posiciones.

Manuel Chaves González es presidente de la Junta de Andalucía y presidente del PSOE.

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