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Tribuna:EL IMPACTO ECONÓMICO DE LA GUERRA
Tribuna
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Economía de la guerra y la posguerra

El conflicto con Irak no será gratuito y, mucho menos, si incorpora una confrontación bélica. Desde luego, no lo será en vidas, ni en esperanzas frustradas, ni en odios acumulados, pero tampoco en términos económicos. De hecho, antes incluso de empezar, está teniendo ya un coste económico directo sobre nuestro turismo, así como sobre empresas del textil, la madera o el azulejo, para las que Oriente Medio es un importante mercado, ahora en retroceso.

Está teniendo también un coste derivado de la gran incertidumbre existente sobre lo que pueda pasar en un escenario como el actual. La incertidumbre, como se sabe, es lo que más inhibe la inversión, la contratación de trabajadores y el consumo de las familias, a la vez que explica alzas en el precio del petróleo muy por encima de las que se tomaron en consideración al construir los escenarios macroeconómicos para este año.

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Simplemente, el ruido de los tambores de guerra sobre Irak está provocando ya revisiones a la baja en las previsiones económicas para Estados Unidos y Europa. Para España, el coste de la amenaza de guerra puede significar crecer un punto menos de lo previsto por el Gobierno (pasar del 3% al 2% este año), duplicar prácticamente la previsión de inflación hasta situarla en el entorno del 3,5% y una subida del paro tal que provocará en este año la primera destrucción de empleo de la última década. Estos resultados negativos podemos esperarlos ya, casi con independencia de lo que ocurra de ahora en adelante, y difícilmente se resolverá antes de mediados de año.

El coste presupuestario de la guerra dependerá de la duración y características de la misma. Estudios independientes han calculado que para Estados Unidos no bajará del 1% del PIB añadido a su ya abultado déficit público, y algo menos para todos aquellos países que participen en la misma y que deberán correr con los gastos si no hay cobertura de la ONU ni de la OTAN. Una presencia directa de tropas españolas en una guerra unilateral incrementaría nuestro gasto público hasta superar -en conjunción con el derivado de la catástrofe del Prestige, o los retrasos del AVE a Barcelona- el déficit del Estado previsto en una cifra no inferior a medio punto porcentual del PIB, llegando así a situarse por encima del 1%. Por mucha contabilidad creativa que se aplique, la guerra pondría fin al equilibrio presupuestario del que ha presumido el Gobierno.

Frente a quienes han defendido la idea de que una guerra corta y exitosa sería positiva para la recuperación económica internacional, el ruido de guerra está teniendo ya un elevado coste económico para el conjunto de los ciudadanos en forma de menos crecimiento, más paro y más inflación. Sin embargo, en la posguerra, los eventuales dividendos de la misma se repartirán sólo entre las pocas empresas que participen en el reparto del botín a que se refería el hermano del presidente Bush en su reciente visita a España.

Jordi Sevilla es secretario de Política Económica del PSOE.

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