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La vivienda: ¿problema o espectáculo?

Que el problema de la vivienda, que parecía solucionado a finales de los años setenta tras un periodo de desarrollo y construcción, haya vuelto a principios del siglo XXI con toda su dureza da mucho que pensar. A diferencia de los que pasa en lugares como Francia, Holanda y Alemania, que han mantenido la mejora y el control de la vivienda, en España el problema ha vuelto a raíz de la confluencia de dos factores complementarios: la burbuja inmobiliaria y la dejadez por parte de las administraciones -en nuestro caso la Generalitat de Catalunya-de sus obligaciones en materia de vivienda social.

En estas condiciones se ha de interpretar la realidad como es, fuera de tópicos. Primero, el problema no se soluciona con más suelo urbano disponible como pretende la nueva Ley del Suelo. El precio de la vivienda viene fijado por dos cifras: por debajo, el límite máximo de hipoteca que puede llegar a pagar una familia de renta media durante muchos años y con relación a los tipos de interés, y por arriba, el precio que están dispuestos a pagar los inversores en las promociones de una cierta calidad.

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Por lo tanto, es el precio de las viviendas y las oficinas el que determina el precio del suelo y no al revés. Segundo: el problema de la vivienda no sólo atañe al grupo social más visible -los jóvenes que no pueden emanciparse y las parejas que son expulsadas a las periferias-, sino que engloba a muchos otros colectivos: las familias con hijos que no pueden acceder a los metros cuadrados que necesitarían, los inmigrantes hacinados en centros históricos y periferias, los ancianos que no pueden pagar alquileres altos y que necesitan atención, y un largo etcétera.

Ante esto los mecanismos han de ser diversos y complementarios: la intervención pública para garantizar el derecho a la vivienda con suelo y promociones públicas, el control y la rehabilitación de las viviendas vacías, la experimentación de nuevos tipos residenciales, la creación de morfologías urbanas mixtas en las que la vivienda se mezcle con oficinas, tiendas, talleres e industrias no contaminantes.

Para ello hará falta corregir la tendencia a la especialización y terciarización de la ciudad, recalificando incluso algunos solares y densificando algunos puntos. No tiene sentido que proliferen pisos muy reducidos y que se construya vivienda social en los peores lugares, como los intersticios sobrantes junto a las vías rápidas. Paradójicamente, las pocas viviendas proyectadas en el área del Fòrum 2004 han quedado en vía muerta.

Aun así, el Ayuntamiento de Barcelona está en la vanguardia del urbanismo y, aunque sea con retraso y aportando una solución provisional, ha afrontando el problema, empezando a realizar pisos de alquiler a bajo precio para jóvenes. Pero que lo haya iniciado no significa que pueda convertir en diversión una de las miserias de nuestra condición contemporánea: las dificultades de muchos ciudadanos para elegir el lugar y las condiciones para habitar dignamente, la angustia de que se nos vayan años de trabajo en pagar las hipotecas de unos escasos metros cuadrados donde vivir. En nuestra sociedad del espectáculo, un ayuntamiento progresista no debería caer en la trampa de tratarlo todo con la banalidad de la mercancía.

Lástima que los actuales gestores municipales sea tan ineptos para explicar cómo proyectan y transforman la ciudad, consiguiendo que sus logros urbanos tan mal comunicados se conviertan en enigmas y haciendo que los problemas se vean como espectáculos.

sep Maria Montaner es catedrático de Composición Arquitectónica de la UPC.

Jo

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