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La Liga
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los goles anulados

Hay vidas también así. Lo normal es que en algún momento algo se tuerza que tú no detectes, y sigas adelante (o atrás, dependiendo del momento) sin saber que todo está anulado desde el principio y no habrá resultado

El árbitro comprueba el VAR y anula un gol durante el partido de Liga entre el Real Madrid CF y la UD Las Palmas en el Estadio Santiago Bernabéu este domingo.
El árbitro comprueba el VAR y anula un gol durante el partido de Liga entre el Real Madrid CF y la UD Las Palmas en el Estadio Santiago Bernabéu este domingo.Angel Martinez (Getty Images)
Manuel Jabois

Quizá el momento en que el fútbol mejor imita a la vida es cuando se produce una falta clara que el árbitro no pita y sigue el juego, con un equipo haciendo circular el balón y el otro defendiéndose, sospechando los dos que lo que están haciendo no valdrá de nada si finalmente alguno marca gol. Se produce entonces ese fenómeno fantástico: atacar con escepticismo. Pueden pasar varios minutos, eternos para el espectador, e incluso puede pasar que todos olviden que hubo en el origen una falta y se lancen a por el partido con todo: pues bien, tampoco vale. No sé si el reglamento lo contempla, ¿pero podría producirse un fuera de juego que el árbitro no ve en el minuto uno, que no salga la pelota durante 89, marque un equipo en el 90 y haya que anular no el gol, sino el partido?

Hay vidas también así, invalidadas desde el principio, pero pocas. Lo normal es que en algún momento algo se tuerza que tú no detectes, y sigas adelante (o atrás, dependiendo del momento) sin saber que todo está anulado desde el principio y no habrá resultado. Y sin embargo, he aquí el aprendizaje ya cantado por Machado sobre el camino: ¿no mereció de algún modo la pena?, ¿no se divirtió el equipo mientras hacía una jugada espectacular?

Esos minutos, incluso años, en los que todo sigue funcionando como simulacro, pueden ser más provechosos aún que aquellos destinados a la trascendencia. Pedro García Cuartango tiene una frase al respecto: “Pocos se dan cuenta de que el disfrute de la vida depende mucho más de los conocimientos que no tienen ninguna utilidad ni sentido práctico que de la habilidad para engrosar la cuenta corriente”. Si lo trasladamos al fútbol, exagera: uno prefiere siempre lo útil. Pero del mismo modo que en esta temporada las ocasiones falladas por Mbappé posteriormente anuladas por fuera de juego previo, apenas suponen alivio para el jugador (“¿qué me pasa?”, podría preguntarse), los goles anulados sí son un depósito de confianza: (“no ha subido al marcador, pero he batido al portero, me he desmarcado del defensa, estarán más pendientes y nerviosos en la siguiente jugada”).

En el partido de este domingo, el Madrid marcó tres goles más de los que subieron al marcador. Uno sirvió a Mbappé para confirmar —lo había hecho en Arabia, pero la goleada del Barça no es contexto para reivindicar a nadie— que está ya en modo estratosférico: hasta marcó un penalti, quién lo diría. Hubo otro, el de Valverde, que sí perjudicó al Madrid: no se puede tener una racha así de loca mucho tiempo, y el Madrid perdió esa bala. Fue un partido dibujado de una forma extraña. Empezó con un golazo de Las Palmas a los 27 segundos, siguió con un gol fallado a puerta vacía por Brahim en el minuto tres y se desatascó, para el Madrid, con un penalti de delantero, esa zancadilla absurda de quien se maneja mejor en el área contraria que en la propia. Lo cometió Sandro sobre Rodrygo. El penalti de delantero se caracteriza porque casi siempre se le hace a un rival que se está saliendo del área; Rodrygo se marchaba del área de Las Palmas buscando sabe Dios qué angulo, y antes de irse, Sandro lo derribó. Eso pasa también mucho en el día a día: te estás marchando del bar a casa, y antes de cruzar la puerta te regalan un penalti.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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