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La Liga
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hasta cuándo, Vini

Hay partidos en los que es más importante no perder los nervios que la pelota: en casi todos

Vinicius Junior empuja a Stole Dimitrievski antes de que el árbitro le muestre la tarjeta roja.
Vinicius Junior empuja a Stole Dimitrievski antes de que el árbitro le muestre la tarjeta roja.Pablo Morano (REUTERS)
Manuel Jabois

La roja (justísima: no se toca la cara de un rival, ni con fuerza ni sin fuerza) de Vinicius en Valencia es imperdonable por razones abundantes, pero una es especialmente delicada en lo que se refiere a la inteligencia o la memoria, siendo más indulgentes, del brasileño.

La temporada pasada el portero del Valencia, Stole Dimitrievski, lo era del Rayo Vallecano; tuvo un rifirrafe tonto con Vinicius que terminó con Dimitrievski desplomado en el suelo sin que el delantero del Madrid le tocase. Vinicius se echó a reír mirándolo, Dimitrievski aguantó en el suelo incluso hasta recibir asistencia y, cuando nadie estaba por la labor de ir al VAR, se levantó y siguió el juego. Aún entonces, Vinicius (hay que hablar con este muchacho, vol. 34) le espetó: “Tú y yo en la calle, tú y yo en la calle”. Cómo de fuera de punto tienes que estar para imaginarte, aún en caliente, en una calle poco iluminada siendo el delantero del Madrid con el portero del Rayo: ¿irían los dos con los uniformes de su equipo puestos?

Que un año después este portero te tire de la camiseta (práctica habitual suya: ya lo hizo con Gavi, que casi se lo come, pero sin rozarlo) y tú le vayas a tocar la carita, demuestra el recorrido psicológico que queda por hacer con un jugador de 24 años que ya es, pese a estas trapalladas, el mejor del mundo. Esto es parte del juego también, y no una parte menor: una parte que decide partidos, títulos, incluso balones de oro. Dimitrievski ya te había enseñado, en tus narices, que es un teatrero, como tantos (en Argentina les llaman vivos: también vale); que intenta, por cualquier medio, que su equipo gane provocando una expulsión. Y si hace un año se desplomó delante de ti sin que tú le tocases, ¿qué esperabas que hiciese si vas a tocarle ahora directamente la cara? ¿Llamar al árbitro y decirle que no pasa nada, que no fue para tanto, que incluso le vino bien para espabilarse porque estaba el partido, como cualquier Valencia-Madrid, muy tranquilito? ¿A dónde iba Vinicius enfurecido después de la roja cuando se dirigía al árbitro, a hablarle de Lalachus?

No, problema de gestión de ira tenía Zinedine Zidane y le costó a Francia una Copa del Mundo, pero Zidane cortocircuitaba por épocas, no se pasaba todos los partidos en riesgo franco de expulsión. Es cierto que Zidane tampoco aguantaba los insultos racistas de muchas aficiones ni había entonces redes sociales en la que los racistas, escrupulosamente anónimos, llenasen los móviles de montajes, insultos y barbaridades varias que tienen que ver con el color de la piel de Vinicius. Pero cuando eso no ocurre, no puede uno pasar quince años en la élite encarándose con todo el mundo, con razón o sin ella: el desgaste físico y mental de pelearse todas las jornadas es brutal. Y peor aún que eso es hacerlo sabiendo que afición y rivales saben lo que esperan de ti: la imprevisibilidad de la que vives con el balón en los pies, la pierdes cuando los contrarios saben que, con tirarte un poco de la camiseta, vas a perder los nervios. Y hay partidos en los que es más importante no perder los nervios que la pelota: en casi todos.

Hay algo en el carácter del Vinicius desencadenado y explosivo que tiene correspondencia en su juego, en el descaro, en la impertinencia, en el desafío constante que supone vengarse de un mundo que conspiró contra ti hasta el escarnio. Pero esa deuda está saldada, esos que señalaban con el dedo el coste de Vinicius han visto al brasileño ganar y marcar en dos Champions y ahora no se ríen de él sino que piden, directamente, su salida de la Liga, honra que no conquistó ni Cristiano: lo quieren fuera de España. Es urgente saber, por tanto, para prever disgustos madridistas en partidos más trascendentales, si a Vinicius han encontrado la forma mejor de marcarlo, que es sacarlo del partido literalmente.

En cuanto a Dimitrievski, le honra su gesto de resignación cuando Bellingham, consumada la roja a Vinicius, le tira el agua de la botella: hay algo digno en el tramposo, y es que cuando tiene éxito, siempre le queda dentro un resto de culpa que le impide presumir de su acción. Hizo cuanto estuvo en su mano, la misión tuvo éxito, ahora toca pasar un poco vergüenza. Ocurre no solo en el fútbol.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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