La guerra amenaza el patrimonio iraquí
Los especialistas alertan del riesgo de saqueos y venta ilegal de antigüedades
Egregia, impresionante, la arcada de ladrillo que hace 1.700 años cubría el salón de audiencias, aún sigue en pie. Desde el suroeste se aprecia, no obstante, una enorme grieta y la pared peligrosamente inclinada. La frágil estructura del arco de Tesifonte (siglo III) resultó dañada durante los bombardeos contra Irak de 1991. Ahora, ante la nueva amenaza de una guerra, amantes del arte de todo el mundo piden que se preserven los lugares históricos y arqueológicos de un país considerado la cuna de la civilización. Difícil cuando tiene censados más de 10.000.
"Todo Irak es una gran excavación arqueológica", coinciden en señalar los especialistas. Pero el peligro de un nuevo ataque de Estados Unidos ha alejado a los arqueólogos de sus campamentos a las orillas del Tigris y el Éufrates. Preocupados por la anunciada campaña terrestre, advierten de que el sur del país es un terreno llano y que cualquier promontorio tiene muchas posibilidades de ser un asentamiento enterrado. También alertan contra el saqueo y el tráfico ilegal de antigüedades, tal como sucedió tras la guerra del Golfo.
Al concluir la guerra del Golfo, miles de piezas, muchas robadas de los museos, llegaron al mercado
Para llegar hasta el arco de Tesifonte hay que dirigirse a Madain, a unos 30 kilómetros al sur de Bagdad. La carretera bordea el lugar donde Irak construyó su central nuclear, destruida por Israel en 1981 antes de que empezara a funcionar. Toda el área colindante es zona militar, lo que hace más difícil la protección de ese monumento.
Tesifonte no fue la única víctima de la guerra del Golfo. También la Munstansiriya de Bagdad, un impresionante edificio del siglo XIII que albergó la primera universidad del mundo árabe-islámico, resultó dañada por la onda expansiva de las explosiones. Y el zigurat de Ur, el mayor y mejor conservado de Irak, fue alcanzado por las bombas a pesar de que los aliados no dispararon a los dos aviones Mig estacionados a la sombra de esa torre escalonada. Incluso sin esa treta, la primera ciudad del mundo y gran capital sumeria entre los años 4000 y 3500 antes de Cristo corre peligro. En sus proximidades se halla la base aérea y el centro de radares de Tallil, sin duda un objetivo militar.
Esta vez, ante la movilización de los especialistas, el Departamento de Estado ha añadido un equipo sobre antigüedades a los 16 que trabajan sobre el futuro de Irak. Pero a tenor de la experiencia de 1991, la mayor amenaza a estos tesoros arqueológicos que forman parte de la historia no sólo de ese país, sino de toda la humanidad, no procede de las bombas, sino de la codicia. Al concluir la guerra del Golfo, miles de antigüedades de origen iraquí, muchas robadas de los museos, se introdujeron en los mercados internacionales.
La falta de trabajo de la población local animó las excavaciones ilegales, sobre todo en las provincias del Sur, y la falta de escrúpulos de algunos diplomáticos y anticuarios extranjeros dio salida a sus hallazgos. Se vaciaron así los museos de Nasiriya y Mosul. También desaparecieron la mayoría de las esculturas de los palacios asirios excavados en Nínive. La magnitud de los expolios llevó al Gobierno iraquí a castigar con la pena de muerte el tráfico de objetos arqueológicos. Costó varios años recuperar algunas de las piezas más significativas y reabrir los museos.
Ahora, una vez más, el Museo Arqueológico de Bagdad, junto con el de El Cairo el más importante de Oriente Próximo, ha cerrado sus puertas para salvaguardar sus tesoros. Ya lo hizo durante la guerra con Irán (1980- 1988) y luego en 1991. Su colección ha vuelto a ser embalada en cajas de madera y escondida en diferentes lugares para evitar que sea dañada por las bombas o saqueada, según explica su director, vestido, como todos los miembros del partido, en traje de combate.
Así se espera preservar, entre otros, la famosa estatua de Gudea o el casco de oro, los instrumentos musicales y las espadas de la colección del cementerio real de Ur (2450 antes de Cristo). Pero mucho más difícil resultará proteger las estelas y los colosales toros alados con cabeza humana y cinco patas procedentes del palacio de Sargón, en Jorsabad, que constituyen la joya del museo.
Sería una pérdida irreparable, ya que algunas de las piezas más valiosas de ese patrimonio histórico hace mucho más tiempo que salieron de su tierra de origen. El Código de Hammurabi, el primer compendio legal escrito, se encuentra en el Museo del Louvre de París desde su descubrimiento en 1901. De igual forma, el Museo Británico exhibe varios toros alados y estelas del periodo asirio. Privados de los antiguos Jardines Colgantes y de la famosa Torre de Babel, los modernos babilonios tienen que conformarse con una polémica reconstrucción de la antigua ciudad de Nabucodonosor.
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