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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dos estilos

Hay coincidencias muy ilustrativas. Con pocas horas de diferencia, hemos podido ver dos modos distintos de defender las posiciones políticas en la actual crisis internacional. Mientras Aznar agredía verbalmente en el Parlamento al líder de la oposición, Blair departía amablemente en un estudio de televisión con cuarenta estudiantes de todo el mundo, la mayoría de ellos contrarios a sus tesis sobre la guerra. La arrogancia insultante de Aznar y la impecable corrección de Blair: dos maneras distintas de entender la controversia política por dos líderes que están en la misma alianza.

Desde el primer día, Blair ha puesto la fuerza de la persuasión al servicio de sus ideas. Con admirable empeño y sin ocultar su posición detrás de eufemismos, ha intentado convencer con argumentos y sin exabruptos, a menudo con escaso éxito en la opinión pública. Aznar se escudó durante semanas en el silencio. Cuando se decidió a dar la cara lo hizo con un discurso agresivo, en el que la descalificación del adversario parecía más importante que los argumentos, repetición de los ya oídos en Washington. Salvo una inflexión de voz tras las grandes manifestaciones, el estilo se ha hecho más bronco a medida que aumentaba su soledad.

Cuando la amenaza de una guerra domina el horizonte, la política se tensa inevitablemente. Los debates hacen emerger convicciones profundas y criterios morales. Es difícil evitar la fractura. Pero esto ya lo saben los responsables políticos, por lo que deberían ser capaces de actuar con mayor contención. Las fuerzas políticas españolas no están en guerra entre sí. Oyendo a Aznar podría parecerlo. Aunque hay discrepancias estratégicas, están de acuerdo en cuestiones básicas como la prioridad de la lucha antiterrorista y la necesidad de desarmar a Sadam. Están en desacuerdo sobre la forma de hacerlo: Aznar piensa que no hay otro modo que la intervención militar; la oposición cree que la inspección sumada a la presión tiene todavía una oportunidad. Aznar cree que atacar a Irak forma parte de una estrategia global contra el terrorismo; la oposición piensa que el conflicto de Irak nada tiene que ver con la lucha contra Al Qaeda. Las diferencias están claras; los puntos de acuerdo, también. Ello no justifica que el presidente acuse a Zapatero de compañero de viaje de Sadam. O que, como en los viejos tiempos, saque a relucir el discurso de la alianza con el comunismo.

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La crisis internacional no se agota con lo que ocurra en Irak. Hay todo un plan de reordenación del mundo en marcha. España forma parte de Europa y tarde o temprano tendrá que volver a trabajar al lado de Alemania, de Francia, del núcleo duro europeo. Hay en este momento diferencias de fondo a nivel estratégico: Aznar ha roto el consenso europeísta de la política exterior española para decantarla del lado atlántico. Y lo ha hecho aprovechando el ruido de guerra, cuando un giro tan importante debería haber sido debatido sosegadamente en el Parlamento, fuera de la presión bélica. Probablemente lo que le duele es su incapacidad para conseguir el consenso en torno a su iniciativa. Es el primer presidente de la democracia que fracasa en lograr un acuerdo básico en política exterior. Tampoco Blair ha logrado convencer a la opinión británica, o siquiera a sus correligionarios. Y no por eso ha entrado en la senda del desprecio y la crispación.

Tras unos años en que se imponía el discurso tecnocrático, ha vuelto la política. Pero la política en democracia requiere transparencia, diálogo, respeto. Y Aznar parece que sólo acepta el aplauso incondicional. El que discrepa se convierte en antipatriota -acusó a Zapatero de deslegitimar al Parlamento y al Gobierno-, oportunista o frívolo. Debería saber que sus adversarios pueden tener la razón o equivocarse; exactamente igual que él.

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