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VISTO / OÍDO
Columna
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Europa

No sé si el sentido de la Europa como unidad se nos va otra vez de las manos. Yo soy europeo de nacimiento, como toda mi generación; era del siglo en que Falla o Picasso, Juan Gris o Casals, Ortega o Unamuno eran tan europeos como los que estaban más allá de los Pirineos. Fueron los bárbaros los que precipitaron sus guerras, y un bárbaro del pasado redivivo, Franco, quien destrozó nuestra cultura y trajo una civilización disparatada. Fue el primer antieuropeo de Europa, porque el continente era demócrata, masón, ateo, freudiano, einsteniano y algunas cosas más que se habían repudiado desde el abuelo del Rey, Alfonso XIII. Volvimos a ser europeos cuando el generalote murió, y ganamos mucho en carreteras y en el sentido capitalista con el que se hizo la unidad; y también en su aspecto americano. Todavía se dice ahora que Francia es una desalmada que paga mal a América sus dos entradas para salvarla del nazismo: como si no lo hubiera hecho para asentarse aquí y colocar su civilización. Cuando yo nací europeo, también nací de Estados Unidos, porque conservaba lo esencial de la civilización general y parecíamos todos una sola cosa. De las dos Europas que batallaban tenía una inclinación por la que aparecía como demócrata, la que invertía el sentido de clases en el Reino Unido, la que había asesinado a los zares en Rusia y se levantaba de la inmensa esclavitud.

Claro que esta unidad no era la mía (cuando hablo de mí estoy hablando de millones de europeos que sentían igual), la Europa de los pueblos y del pensamiento. Era y es la del consumo, las armas, la moneda igual para todos pero sobre todo para ellos. En todas partes ha saltado ahora esta doble idea: la Europa de los pueblos se niega a la guerra, y la mitad de los poderes acepta ese clamor popular y muchas veces intelectual, y sus Gobiernos son una caja de resonancia y luchan como pueden para desarmar a Bush; la otra media ni siquiera escucha a sus pueblos, o deteriora el lenguaje para engañarlos; qué desgracia para los que son como yo, que se vuelven a sentir en el lado malo de Europa: el de la guerra, el del pensamiento vencido o comprado, el de la ampliación del miedo y la creación de la angustia por el poder. Todo porque, después de la guerra y la dictadura, se perdió la transición.

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