Fuera máscaras
No hay ninguna ambigüedad en la propuesta de nueva resolución que ayer puso sobre la mesa del Consejo de Seguridad el Reino Unido, con Estados Unidos y España como cosignatarios. Las máscaras han caído. Es un texto para la guerra, que Aznar ha preparado y suscrito a espaldas del Parlamento español, mientras se dispone a una posible participación militar junto a EE UU en lo que constituye un gravísimo precedente y una burla para la democracia. Todas las explicaciones y excusas para evitar un abierto pronunciamiento sobre la posición española formaban parte de un estudiado sainete, conocido por todos y negado reiteradamente por el Gobierno.
Los autores de la resolución sustraen todo margen de autonomía a los inspectores internacionales de armas, que deben presentar un nuevo informe en los próximos días. ¿Qué pueden decir si los patrocinadores de esta resolución, encabezados por Estados Unidos, ya han concluido que "Irak no ha aprovechado la última oportunidad que se le brindó en la resolución 1.441"? El texto evita las expresiones amenazantes, pero es extremadamente grave en sus consecuencias. Zanjada toda duda sobre la actitud de Irak, sólo queda la guerra como respuesta.
La presentación se ha acelerado ante la voluntad de Francia, Alemania y Rusia de defender en el Consejo de Seguridad un memorando para lograr el desarme de Irak mediante un reforzamiento y mejora de la inspección por espacio de 120 días. Para Francia, que no ha hecho uso desde 1956 de su derecho de veto en el Consejo de Seguridad, una nueva resolución no es necesaria hasta que no quede probado que los inspectores no pueden cumplir su misión. Pero el trabajo de los inspectores avanza, tal como refleja el emplazamiento de Blix a Irak para que comience de inmediato a destruir sus misiles Al-Samud 2.
Chirac y Schröder, a la misma hora en que se conocía el texto para la guerra, reafirmaban su convicción de que la guerra sólo puede ser un "último recurso". La fractura europea y atlántica se trasladó ayer de nuevo a Bruselas, donde los ministros de Exteriores hicieron saltar la apariencia de unidad europea hilvanada una semana antes en la resolución que el PP presentó al Parlamento, en un ejercicio de enmascaramiento propio de estos días de Carnaval. Incluso CiU, que votó aquel acuerdo, se desmarcó ayer de forma taxativa, dejando de nuevo al Gobierno en soledad.
La propuesta anglosajona y española, incluso si recibe los votos necesarios del Consejo de Seguridad, no fija en los inequívocos términos habituales una autorización del Consejo de Seguridad para el uso de la fuerza, sino que sigue refugiándose en "la última oportunidad" y las "graves consecuencias" de que habla la 1.441. En tales condiciones, una guerra es una violación de la legalidad internacional. Bush ha dejado meridianamente claro que atacará en cualquier caso, con o sin resolución. La Casa Blanca fue ayer más lejos al admitir que su objetivo es un "cambio de régimen" en Bagdad, no avalado por resolución alguna de la ONU, por mucho que el de Sadam Husein resulte totalmente abyecto. La Administración de Bush, secundada por Blair y Aznar, ha pretendido vestir su decisión de atacar Irak de una apariencia de legalidad, proponiendo que el resto participe en este fraude. El Gobierno español dio ayer un paso decisivo y desgraciado hacia una guerra a la que se opone la inmensa mayoría de la opinión pública española.
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