La niña nicaragüense
Leo horrorizada en la prensa el caso de la niña nicaragüense de 9 años violada, embarazada y cuyos padres buscan desesperadamente un aborto, dado el alto riesgo que entraña este embarazo para la salud física y psíquica de su hija.
Escucho más horrorizada aún al representante de la Conferencia Episcopal Española salir al paso y comparar este aborto con la guerra de Irak y decir tan tranquilo que la Iglesia tiene que oponerse a ambas agresiones a la vida.
No salgo de mi estupor y no puedo creer que una persona mínimamente civilizada, no ya con entrañas de misericordia, sino con dos dedos de frente, pueda hacer semejante comentario frente al horror que está viviendo esta familia.
Nunca me deja de sorprender la falta de sensibilidad, de interés por la vida -por la vida de las mujeres- de la que nuestros obispos hacen gala, pero hay momentos que ya raya en lo esperpéntico. La misma jerarquía que se opone al uso de los preservativos que está costando millones de preciosas vidas en todo el mundo debido a la pandemia del sida. La misma que se opone al uso de los anticonceptivos, con lo que supone para la vida y la salud de miles de mujeres, especialmente las más pobres, y les arenga con auténticas mentiras sobre los riesgos que implica su uso. La misma jerarquía inclemente e inmisericorde que jamás, jamás, se pone del lado de las mujeres para defender nuestra salud y que entorpece constantemente, en las plataformas de debate internacional, cualquier avance que mejore nuestra calidad de vida. Se dirige a los pobres padres de la niña nicaragüense para advertirles que un aborto es un crimen igual que cualquier matanza de una guerra.
Pero ¿se puede tolerar semejante hipocresía y sinrazón?
Como católica, como madre de tres hijos, como mujer que lucha por los derechos de todas, les digo a mis obispos que no tienen derecho a hablar así a las mujeres. No tienen derecho a hablar así a la niña nicaragüense y que la historia les juzgará muy severamente por su ceguera y falta de sensibilidad.
Y también les digo que a las mujeres nos cuesta reconocer cada vez más a estos obispos como a nuestros pastores.
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