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Reportaje:AMENAZA DE GUERRA | La brecha transatlántica

La rebelión de la nueva Europa

Los países del Este que aspiran a ingresar en la UE apoyan a EE UU, al que miran como un modelo de libertad y democracia

Polonia va a recibir más de 16.000 millones de euros en dos años de los fondos de la Unión Europea después de su ingreso en enero próximo. La mayor parte de este dinero procede de Alemania. Gracias a esta generosa aportación, Varsovia va a comprar 48 aviones de combate por 3.800 millones de euros. Y no los va a comprar en Europa, sino en Estados Unidos. Este comentario inicial de un artículo del semanario Der Spiegel refleja bien el enorme malestar que ha generado en Berlín y París la revuelta de los países centroeuropeos que ingresan en la UE el año próximo, así como otros candidatos a favor de la postura norteamericana en la crisis de Irak.

Berlín, máximo valedor de Polonia, República Checa y Hungría para su ingreso en la UE, se siente sencillamente traicionada por lo que muchos califican no ya la "nueva Europa" de la que habló el secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, sino los nuevos "submarinos" de Washington contra la unificación europea en política exterior y de seguridad. París tampoco oculta su indignación. Según el presidente Jacques Chirac, los Estados candidatos al ingreso "perdieron una excelente oportunidad de callarse" cuando suscribieron una carta de apoyo a la política norteamericana.

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En las dos capitales de la "vieja Europa", como calificó despectivamente el halcón del Pentágono a Francia y Alemania, ha levantado ampollas el hecho de que, aun antes de ingresar oficialmente en la UE, estos Estados estén, según señalan fuentes diplomáticas, dinamitando una postura común europea y haciendo el juego a una Administración norteamericana que, aunque lo niegue, no pierde ocasión de sabotear posibles avances en la creación de una Europa realmente unida de 25 Estados que en un futuro pueda suponer un rival a tomar en serio y cuestionar el monólogo actual en el gran juego internacional del poder económico y militar, y el control de los mercados.

Son muchas las causas de la especial afinidad de estos países con Washington. Todos consideran que deben su democracia ante todo a la Administración de Ronald Reagan, que echó el pulso con la Unión Soviética que supuso el hundimiento de ésta. Todas sus sociedades tienen una visión idealizada de Estados Unidos todavía no sometida al desgaste de unas largas relaciones y conocimiento, como sucede en la llamada Europa vieja. Y a los viejos miedos a una hegemonía alemana y a una antipatía a Francia por sus largos coqueteos con la Unión Soviética durante toda la guerra fría, se une una comprensible irritación por los intentos de Chirac, favorecido por la debilidad crónica interna y externa del Gobierno Schröder, de erigir al eje franco-alemán, o a París para ser más exactos, en gran timonel de las voluntades europeas.

Cuando hace un mes Chirac y Schröder se lanzaron en Versalles a su propia política unilateralista en el seno de la UE ante la crisis de Irak, no fue difícil convencer a los países ex comunistas de adherirse a la iniciativa de Tony Blair y José María Aznar de vocación atlantista incondicional ni a una nueva proclamación claramente crítica con los dos grandes países de la UE. El papel de Washington en dichas iniciativas no lo discute nadie y todos saben, en Bruselas, París y Berlín, la gran capacidad que tiene EE UU en Varsovia, Praga o Budapest para mover, cambiar y gestionar voluntades.

Así las cosas, y a meses de la ampliación, surgen graves dudas en Bruselas, Berlín y París sobre el concepto de la UE que traen consigo los nuevos miembros. Para algunos países como Italia y España, pueden ser, como en la actual crisis, un apoyo inestimable en hacer frente a las renovadas ambiciones de un Chirac que, sin oposición interna, parece querer erigirse en el Rey de Europa, aunque eso le cueste la liquidación del Consejo de Seguridad y así, también, del único papel realmente relevante de Francia en el concierto internacional. Otros, sin embargo, creen, especialmente en París y Berlín, que si los nuevos miembros no cambian su beata admiración hacia EE UU por una vocación plenamente europeísta en lo político y no meramente economicista, la Unión Europea podría comenzar a enterrar su sueño como potencia unitaria. En Washington no son pocos los que se alegrarían.

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