Guerra y consenso
EL PP MODIFICÓ POR SORPRESA el formato del pleno convocado el pasado martes para que el presidente del Gobierno informase al Congreso sobre la cumbre europea celebrada la víspera. Ese viraje procesal -del artículo 203 al artículo 196 del Reglamento de la Cámara- no tenía la finalidad altruista de favorecer a los portavoces de la oposición: también las sesiones informativas admiten un doble turno de palabra. El sectario objetivo buscado por el PP era utilizar las propuestas de resolución que cerraron el debate como palanca para restablecer las maltrechas relaciones del Ejecutivo con sus socios nacionalistas y para tender una taimada celada a los socialistas. La operación resultó menos rentable de lo calculado: pese a los trucos empleados y las presiones ejercidas sobre el Congreso, finalmente sólo CiU sirvió de lazarillo -a regañadientes- a un Gobierno todavía mas alejado de la opinión pública después de las multitudinarias manifestaciones del 15-F.
El Gobierno manipuló partidistamente la resolución sobre el conflicto de Irak aprobada por la cumbre de la Unión Europea como una herramienta electoralista para la política interna española
Con su conocida proclividad a jugar con el prestigio de las instituciones siempre que la maniobra redunde en su beneficio, el grupo popular manejó la declaración europea de Bruselas sobre el conflicto de Irak como un texto destinado a servir de arma de combate en la lucha partidista española. Esa usurpación sectaria de un acuerdo internacional para ponerlo al servicio de la estrategia electoralista interna del Gobierno aspiraba fundamentalmente a situar al PSOE entre los cuernos de un falaz dilema: si los socialistas no se adherían a una moción calcada de la resolución de Bruselas, serían acusados de traicionar a Europa; si la respaldaban, el PP explotaría su voto como la prueba de que la línea belicista de Aznar -defendida de manera abierta hasta la semana pasada y emboscada ahora en espera de las instrucciones de Bush- es indistinguible de los esfuerzos de Francia y Alemania para conseguir una salida pacífica al conflicto de Irak.
Los socialistas se salieron de ese provocador dilema -o lunáticos antieuropeos o falsos testigos- mediante el procedimiento de abstenerse ante la propuesta gubernamental y de hacer suyos los elementos nucleares de la posición franco-alemana. El arbitrario veto del Gobierno a que Coalición Canaria (CC) sometiese al pleno una moción calcada también del texto del Consejo Europeo desenmascaró definitivamente el doble juego del PP, temeroso de que el PSOE respaldase la moción de CC tras castigar la suya con la abstención. El PP consiguió el reticente respaldo de CiU a su resolución patrimonializadora del texto europeo, pero volvió a quedarse patéticamente solo cuando el resto de la Cámara pidió -con el vergonzoso voto en contra del PP- que España defendiese en el Consejo de Seguridad la causa de la paz.
La indecente utilización por el Gobierno de una gravísima crisis internacional -capaz de incendiar el Oriente Próximo y de hacer saltar por los aires a las Naciones Unidas y a la Unión Europea- al servicio de mezquinos objetivos electoralistas desnuda su miopía política y miseria moral. La maliciosa estrategia de confundir el consenso nacional -duradero y fundamentado- del arco parlamentario sobre la acción exterior española (roto unilateralmente por Aznar tras su decisión de sacrificar el entendimiento con Francia y Alemania en beneficio de un sumiso alineamiento con la Administración Bush) y el compromiso intereuropeo -provisional y cogido con alfileres- alcanzado en Bruselas conculca las reglas de juego del sistema constitucional. Como subrayó el portavoz de CC el pasado martes, el acuerdo del Consejo Europeo es susceptible de lecturas contrapuestas a la luz de las intenciones de sus firmantes. El debate dejó pocas dudas sobre la presumible interpretación dada por el jefe del Gobierno a ese ambiguo texto: Aznar cree ineluctable (y tal vez deseable) la guerra en breve plazo, votará llegado el caso a su favor en el Consejo de Seguridad y la respaldará aunque Bush prescinda de las Naciones Unidas.
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