La última oportunidad de Sadam
Incluso ahora, Sadam Husein podría evitar la guerra que con seguridad destruirá su régimen, y que casi con toda seguridad conducirá a su propia huida precaria o muerte, junto a la de su familia y probablemente muchos miles de miembros de su clan. Ni siquiera tiene que entregar todas sus armas prohibidas. Si simplemente ordenara la apertura de un número convincente de almacenes, búnkeres y cuevas que contienen materiales biológicos, químicos y nucleares, la marcha hacia la guerra se detendría, mientras los inspectores de la ONU siguen adelante con sus inspecciones, eliminaciones y demoliciones. Con eso, el apoyo político a la guerra se evaporaría incluso entre los fieles republicanos de la Administración de Bush, y desde luego entre los estadounidenses en general, así como los gobiernos aliados. Algunos funcionarios en Washington y millones de iraquíes estarían amargamente decepcionados por el intento fallido una vez más de acabar con el odioso Sadam y sus métodos criminales, pero el presidente Bush saldría muy bien del trance. Bush, no habiéndose comprometido nunca lo bastante con la meta más ambiciosa de destruir el régimen iraquí, y habiendo persistido en sus demandas de desarme ante las críticas de la comunidad internacional, se justificaría plenamente al reivindicar una victoria sin derramamiento de sangre.
Sadam Husein, en su calidad de mariscal de campo de Estado Mayor (un rango exclusivo de siete estrellas), presidente de la República, presidente del Consejo de Mando de la Revolución, secretario general del Comando Regional del partido Baaz, y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, sin duda tiene la autoridad ejecutiva para emitir las órdenes necesarias. Pero pocos observadores que han seguido su carrera creen que se salvará del desastre; ha sido sistemáticamente un maestro de la represión interna y un completo inepto en cuestiones de guerra, paz y estrategia militar.
La última vez que encaró un ultimátum, en 1991, Sadam evidentemente creyó hasta el último momento que Estados Unidos y sus aliados no atacarían al final, a pesar de las inmensas fuerzas que se habían enviado para hacerle frente. Es muy posible que subestime a George W. Bush, al igual que subestimó a su padre, incluso que esté siendo inducido a error por las vanas admoniciones que cada día salen de París, Berlín y el Vaticano. Lo más probable es que Sadam crea que puede ganar su guerra manteniendo sus mejores tropas en la retaguardia, lejos de las fronteras, para defender Bagdad como otro Stalingrado, casa por casa y calle por calle. Quizá se ha visto alentado en su optimismo por el pesimismo de algunos analistas militares occidentales. Éstos han advertido sobre el gran número de bajas que se producirían al luchar en calles bloqueadas y cerradas con barricadas, sometidos al fuego constante de francotiradores, tanques atrincherados y una lluvia de proyectiles de mortero, así como el omnipresente fuego de armas cortas de miles de milicianos, como en Mogadiscio en octubre de 1993. Citando la ignominiosa retirada que siguió a la muerte de 18 estadounidenses en Mogadiscio, los funcionarios iraquíes dicen ahora que si las tropas estadounidenses y británicas alcanzan Bagdad se volverían a retirar poco después tras haber perdido a miles de soldados, sin haber llegado siquiera al centro de la ciudad y a los palacios y búnkeres de Sadam.
Un método bélico que empieza deliberadamente de la manera en que terminan la mayoría de las guerras, con una lucha defensiva en las calles de la capital, es sin duda original. También es realista al no intentar siquiera defender las fronteras de Bagdad frente a la aplastante superioridad de la potencia aérea estadounidense. Pero la idea de que los ciudadanos de Bagdad combatirán para defender el régimen de Sadam del mismo modo que los somalíes se unieron para luchar por su clan es pura fantasía. Lo máximo que Sadam puede esperar es pasividad y resentimiento. Si hay una defensa de las calles, tendrá que ser organizada precisamente por las fuerzas que constituirán los blancos principales de los bombardeos aéreos: unidades de la Guardia Republicana Especial y divisiones de la Guardia Republicana Regular llamadas como refuerzo. No es muy seguro que todavía sean capaces de luchar y estén dispuestas a hacerlo después de bombardeos de precisión mucho más intensos que en 1991. Hay muchas razones para no invadir y ocupar Irak, pero el temor a un Stalingrado prolongado en el Tigris no debería ser una de ellas.
Edward N. Luttwak es miembro directivo del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.