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Columna
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Imágenes del futuro

Algo tiene que cambiar para que todo continúe igual. La tediosa repetición de sí misma, que es la feria Arco, ha necesitado redecorar sus programas de galerías invitadas, prescindiendo de los ya tradicionales Cutting Edge y Proyect Rooms, que han sido sustituidos por otro, que este año se ha bautizado como Futuribles, en el que diferentes comisarios han elegido más de 50 galerías especializadas en el llamado arte emergente. La idea es ofrecer lo más novedoso de las jóvenes promesas del arte mundial.

Toda vez que las galerías y los artistas participantes en este área han sido cuidadosamente elegidos por comisarios de las más importantes instituciones mundiales, cualquier visitante puede pensar que lo que aquí se muestra corresponde, como reza el subtítulo, al futuro del arte actual o, al menos, a lo que se va a llevar la próxima temporada. Esta expectación es justificada y el intento por acercarnos a lo último, apostando por adivinar el futuro, muy loable. El resultado, sin embargo, parece que hay que recogerlo con pinzas.

Cuando los diferentes movimientos de vanguardia presentaron, hace ya casi un siglo, sus obras, se agruparon alrededor de unos manifiestos en los que exponían sus ideas y defendían sus posiciones. Ahora lo que vemos son sólo obras individualizadas y aisladas de contexto que parecen flotar a merced de las corrientes y los vientos de un mercado incierto. Tal vez por eso califican a este arte de emergente, ya que sale de las profundidades a la superficie en pequeñas tortas, como el chapapote.

Mundo interior

Hay obras interesantes que tienen posibilidades de proyectarse en un futuro inmediato, pero la impresión que ofrece el conjunto es la de un despropósito que busca provocar aquel efecto que caracterizó a las vanguardias. Tal vez sea éste el motivo por el que, frente a la contundencia de las vanguardias, se apilan aquí tantas obras que quieren hacer evidente una desbordada originalidad basada en la extrañeza y en la irrealidad, tratando temas ajenos a los problemas del mundo y al espíritu de la época.

Para conseguir el distanciamiento, muchos de estos jóvenes artistas se refugian en su mundo interior, mostrando sus obsesiones, la autoafirmación de su personalidad, el descubrimiento de su sexualidad o sus perversas inclinaciones, de tal manera que ahora no es posible hablar de estas obras en términos artísticos, refiriéndonos a estilos o tendencias, sino a posiciones individualizadas en las que cobran entidad otras categorías estéticas tales como la sordidez, la horterada, la cutrería o la falsa ingenuidad, es decir, en las que predomina el lenguaje de las mercaderías.

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