Farmacias y recetas por principio activo
En las declaraciones del presidente del Consejo Andaluz de Colegios de Farmacéuticos, Manuel Arenas Vargas (EL PAÍS, 4 de febrero de 2003), abundan las afirmaciones chocantes que desfiguran la realidad de las cosas. Comento dos de ellas: a) dice que "propiciamos (los farmacéuticos) ahorro", cuando las farmacias son establecimientos monopolistas que impiden la competencia y determinan una distribución de medicamentos ineficiente, o sea, contraria al bien de la sociedad; b) anuncia que "la gran revolución farmacéutica va a ser la prescripción por principio activo", una práctica antigua circunscrita a poquísimos países y cuyo alcance en España no puede ir más allá de los medicamentos genéricos (4% del mercado), y los llamados "medicamentos copias", o vestigios de un mercado sin patente de producto, que están siendo desplazados por los genéricos y arrinconados por las novedades.
Naturalmente, con tan estrecho campo de acción, el ahorro que puede producir la prescripción por principio activo es irrelevante. Causa, sin embargo, inconvenientes serios: coarta la libertad de prescripción y, por tanto, el ejercicio profesional del médico; puede confundir al enfermo, que nunca identifica el fármaco con el nombre del principio activo, sino con una marca comercial, y podría recibirlo de la farmacia hoy con una marca y mañana con otra diferente, la más barata en cada momento; y concede al farmacéutico la facultad impropia, si no ilegal, de interferirse en las recetas del médico. ¿Será ésta "la gran revolución farmacéutica"?
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