Los soldados se van, el esperma se queda
Los militares de EE UU ya no sólo dejan testamento. Muchos congelan su semen antes de partir al Golfo
Cuentan que los soldados que marchan a una guerra suelen emplear sus últimos días en resolver asuntos familiares pendientes, lo que habitualmente significaba sentarse a escribir un testamento. Así pasó en Estados Unidos durante el despliegue de tropas en las semanas anteriores a la guerra del Golfo, que se desarrolló a comienzos de 1991.
Doce años después, la tecnología ha avanzado lo suficiente como para que el testamento no sea el único legado de quienes han recibido la orden de movilización para una guerra que empieza a darse por inevitable. Repentinamente, las clínicas de fertilización de Estados Unidos tienen una larga lista de clientes militares, decenas de soldados que desean congelar su esperma antes de iniciar el viaje hacia los alrededores de Irak.
El modelo de fuerza abrumadora se impone sobre el de guerra ligera y rápida
Frente a quienes piensan que en Estados Unidos el dólar está por encima de la bandera en términos de devoción, varios centros de congelación de esperma ofrecen el servicio gratis a los soldados llamados a filas, lo cual demuestra que, al menos en este gremio empresarial, el patriotismo está por encima del materialismo.
Los soldados no congelan su esperma por miedo a no volver, sino por miedo a lo desconocido. Temen que el siniestro síndrome del Golfo acabe por producir la misma infertilidad que afecta a miles de soldados desplegados en la guerra anterior contra el régimen de Sadam Husein. El Pentágono todavía insiste en que no hay vinculaciones médicas entre aquella batalla y el síndrome que lleva su nombre, aunque el mal ha afectado, en mayor o menor medida, a miles de soldados desplegados en el Golfo en 1991. Muchos se han quejado de jaquecas insoportables; otros, de dolores musculares, y algunos han desarrollado variantes de cáncer con características extrañamente semejantes. El denominador común en casi todos ellos es la infertilidad como consecuencia.
Ningún estudio ha podido demostrar con fiabilidad la vinculación entre las enfermedades y los elementos de aquella guerra. Algunos informes aseguran que fueron las vacunas contra posibles agentes químicos las que dejaron secuelas clínicas en los soldados. Otros investigadores creen que las dolencias surgen a partir de una combinación de varios elementos, desde la vacuna contra el ántrax hasta los pesticidas agrícolas empleados por Irak o los restos de elementos químicos pegados al campo de batalla, a pesar de que Sadam Husein no usó ese tipo de armamento contra las tropas de Estados Unidos. California Cryobank, una clínica de congelación de esperma de Los Ángeles, no tenía ni un solo cliente militar hasta hace algunas semanas. De repente, la mayoría de los solicitantes llegaban uniformados. Al comprobar la razón, decidió regalar a los soldados los costes del primer año de congelación, unos 270 dólares. No han planteado qué ocurrirá con los tubos de esperma cuando venza la promoción.
En la costa Este, Fairfax Cryobank de Virginia, una zona de mucho acuartelamiento militar, cobra más caro y no hace descuento. La factura asciende a 1.000 dólares anuales por la preservación de muestras de esperma en nitrógeno líquido a una temperatura de 196 grados bajo cero, lo que mantiene permanentemente intactas las características del producto. Había clínicas de donación de esperma antes de la guerra del Golfo de 1991, pero se contemplaban todavía con cierta frivolidad. Con el paso del tiempo se han convertido en centros de prospección del futuro, en lugares emotivos llenos de cábalas y temores. La tecnología permite en la actualidad a las parejas plantearse la conveniencia de crear una familia no sólo cuando el padre sea infértil, sino cuando el padre haya fallecido.
Según Ángela Cruz, que verá partir a su novio hacia el Golfo en los próximos días, "si muriese allí, estoy segura de que querría usar su esperma para quedarme embarazada", declara a Los Angeles Times.
Otra mujer, Julie Archer, propuso hacer lo mismo a su marido, un sargento del Ejército también movilizado hacia el Golfo. "Y mi marido me dijo: 'Si me ocurre algo, no querría que tuvieras otro hijo, no querría que tuvieras que cuidarlo sin mí', asegura Archer.
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