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Reportaje:

Aliviados en el Putxet, sorprendidos en La Mina

Los vecinos de las víctimas intentan volver a la normalidad

La noticia corrió como la pólvora por toda la ciudad. En la zona alta de Barcelona, en el barrio del Putxet, los vecinos se mostraban aliviados y agradecidos por la detención del presunto asesino de dos mujeres en el aparcamiento de la calle de Bertran. Mientras, en La Mina, junto al río Besòs, la llegada de la policía con el acusado cayó como un jarro de agua fría: sólo le faltaba eso al barrio más estigmatizado de la ciudad.

Pese a la alegría, en el Putxet los vecinos mostraban cautela: "Hasta que no se confirme que el detenido es realmente el autor de las muertes no vamos a dormir tranquilos", era la frase más repetida. A media tarde, el sentimiento que expresaban era de estupor: durante dos meses del año pasado el acusado había sido cliente del mismo aparcamiento en el que se cometieron los crímenes.

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En la puerta del aparcamiento, agentes de policía de paisano comprobaban la identidad de los clientes. "Estamos muy contentos, pero para que las cosas vuelvan a ser como antes tendrá que pasar un tiempo", decía Miquel, uno de ellos. El presidente de la comunidad de propietarios del aparcamiento, Antonio Santana, expresaba una mezcla de satisfacción y perplejidad desde la barra del bar que regenta, situado en la misma finca del suceso. Santana explicó que, pese a la detención, piensan contratar a un vigilante para el aparcamiento "de inmediato".

La presidenta de la Asociación de Vecinos y Amigos del Putxet, Mónica Marambio, hizo un llamamiento a la tranquilidad: "Vivimos en una gran ciudad donde cosas así pueden pasar, y de la misma forma que no hay que bajar la guardia hay que intentar volver a la normalidad", dijo, y concluyó que los asesinatos "han servido de lección para todo el mundo".

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Rupert Bilbao, marido de María Teresa de Diego, la segunda víctima, felicitó a la policía, aunque con matices: "Si hubieran contado con más medios no habrían tardado tanto". Desde la puerta del gimnasio que regenta, muy cerca del aparcamiento donde se produjeron los crímenes, Bilbao lamentó el "secretismo" con el que la policía y la justicia han llevado la investigación del caso.

En la finca de la ronda del General Mitre donde vivía la primera víctima, Maria Àngels Ribot, el portero explicó que desde el asesinato la familia ha mantenido su actividad "con relativa normalidad" y aseguró que el marido de Ribot se encontraba ayer trabajando pese a estar "hecho polvo".

Mientras tanto, en el paseo de Camarón, en pleno corazón de La Mina, un centenar largo de vecinos se agolpaban frente al edificio donde vivía el detenido con su familia. "Madre mía, un asesino aquí al lado, qué horror; ahora el miedo de Barcelona se ha venido aquí", exclamaba un joven sin apartar la vista del portal del acusado, custodiado por una decena de policías. "No me cabe en la cabeza. Al detenido lo conozco desde que nació, y era un chaval tranquilo, que estudiaba y trabajaba y no se metía en líos de droga ni nada", decía una mujer que vive en la misma escalera. Otra vecina, a su lado, asentía y comentaba: "Lo malo es que nunca sabemos lo que hacen los demás en cuanto salen por la puerta de casa, y a veces te llevas sorpresas como ésta".

Muchos niños merendaban frente al portal mientras preguntaban a policías y periodistas si estaban seguros de que "el chico del primero" era el culpable. "Espero que la policía no se haya equivocado, porque a lo mejor se monta todo este cirio, detienen al chico durante meses y después resulta que no ha sido él", comentaba una clienta de la tienda de alimentación Zamora, junto al edificio del acusado.

"Después de esto ya pueden quemar el barrio, porque ni los taxis se van a atrever a venir por aquí", se lamentaba un hombre. "Por uno malo, siempre nos meten a todos en el mismo saco", corroboraba otro. Y es que el barrio de La Mina, uno de los más deprimidos del Barcelonès, sobrelleva como puede la leyenda de peligroso mientras espera los fastos del Fòrum 2004 para recibir inversiones de la Administración pública que pongan fin a la marginación que ha sufrido durante años.

Sobre las 20.30 horas de ayer, el detenido, esposado, salía por fin de su casa tras el registro. Algunos vecinos empezaron a gritar: "¡Asesino, asesino!", mientras corrían tras el coche policial.

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