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Columna
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Globalizar la solidaridad

"¿Cuál es el combustible de la globalización? El dinero. Tal vez no sea inútil recordarlo: reducida a lo esencial y privada de los oropeles, la globalización es un asunto de dinero. Es un movimiento del dinero. Es el dinero que está buscando un terreno de juego más vasto, porque confinado en su terreno habitual no puede multiplicarse en demasía y muere por asfixia" (Bariccco). Así es. La actual globalización es, por encima de todas las cosas, "la internacional de la pasta, el mundo entregado a la rapacidad del capital" (Passet). Siempre ha sido así, podemos decir. Sí y no. Bajo un régimen capitalista, el beneficio es lo que cuenta, y esto ha sido siempre así. Pero hoy es así... de una manera distinta.

Lo nuevo de la globalización actual no es la internacionalización de los procesos económicos, pues esta no es sino la continuación de una característica estructural del capitalismo cuyos inicios se remontan a los viajes de descubrimiento y conquista del siglo XV, protagonizados por portugueses (en África), españoles (en América del Sur) e italianos (en Asia). En efecto, no descubrimos nada nuevo si recordamos el carácter voraz del capital, su naturaleza cancerígena, metastática: el capital y su lógica de mercado exigen su continua propagación, su extensión ilimitada.

En 1916, Rosa Luxemburgo escribía: "Lo que distingue el modo capitalista de producción de todos los anteriores es, principalmente, que él tiene la tendencia interna a expandirse sobre todo el globo terrestre, desplazando todo otro orden social anterior". El capitalismo es un sistema que tiende a desplazar y a sustituir cualquier otra forma de organización socioeconómica. Es un sistema colonialista por naturaleza. De ahí que pueda datarse con precisión el momento, el temprano momento, en que tiene lugar el primer comercio de esclavos europeo, momento que bien puede ser considerado como el acto fundacional de una historia en la que la inhumanidad y la barbarie han predominado sobre la bien intencionada concepción universalista de los derechos del hombre: el 8 de agosto de 1441, en el puerto portugués de Lagos, en la costa del Algarbe, fueron desembarcados 235 hombres, mujeres y niños, capturados en varias aldeas de las islas Arguín, frente a la actual Mauritania, siendo todos ellos vendidos en pública subasta.

¿Qué es, entonces, lo nuevo de la globalización actual? ¿Qué la hace distinta del colonialismo primigenio o del posterior imperialismo del siglo XIX? Básicamente esto: que, frente a lo que nos dice la propaganda, globalización no significa conexión sino desconexión creciente. Desconexión, en primer lugar, entre el dinero y su lógica y el conjunto de la vida social e incluso económica. Se trata de un peligroso capitalismo de casino, como lo denominó ya en 1986 Susan Strange, sobre cuyas graves consecuencias advirtió esta autora en un libro posterior titulado, muy gráficamente, Dinero loco.

El capitalismo global se ha vuelto crecientemente especulativo, cada vez más alejado de los procesos y necesidades de la economía real, pero que la condicionan radicalmente con su voraz búsqueda de altos beneficios a corto plazo. Y desconexión, en segundo lugar, entre los vencedores y los perdedores de esta globalización. El capital y sus gestores se ha desvinculado definitivamente de las poblaciones sobre las cuales inciden sus decisiones. Es la secesión de los triunfadores. El neoliberalismo triunfante ha extendido con éxito una visión radicalmente darwinista de la existencia, que elimina cualquier atisbo de responsabilidad colectiva y entroniza la responsabilidad individual: a cada uno, individuo o región, le va según cómo se lo monte. Cada uno es responsable de su propio destino.

En Porto Alegre, un año más, la globalización de los derechos alza su voz contra la internacional de la pasta. Un sistema que, por definición, exige el crecimiento continuo para subsistir es, en realidad, un sistema suicida. Esto, a largo plazo; a corto plazo, es un sistema homicida. Todos debemos hoy ser Porto Alegre. Pues lo que está claro es que Davos sólo puede ser unos pocos.

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