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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La sombra de Cuiña

Los dirigentes del PP gallego han desmentido con energía que exista cualquier crisis de su partido, pero Aznar se sintió obligado a reforzar el Plan Galicia, presentado el viernes en A Coruña, con una convención celebrada el domingo en Santiago para levantar los ánimos de los suyos y exigirles unidad ante el enemigo que "ladra su rencor por las esquinas".

Aunque las tensiones en el PP gallego se dispararon tras la convulsión ocasionada por el Prestige, sus orígenes son anteriores, y remiten casi todos al nombre de Xosé Cuiña. Su largamente cultivada ambición de suceder a Fraga despertó recelos en el PP nacional, al que desairó más de una vez protegido tras el escudo del patrón. Detrás de Cuiña se escondían poderosos intereses vinculados a la red clientelar que el PP ha ido tejiendo en Galicia. La estructura de esa red se distribuye en una especie de virreinatos de comarcas y provincias, que rinden extraordinarios beneficios electorales y que exigen como contrapartida autonomía de acción en sus territorios. Un sistema que ha sido un surtidor inagotable de votos para Fraga y Aznar, pero que era demasiado incontrolable para la jerarquía del partido. De ahí que Cuiña y los suyos se hayan envuelto en una bandera galleguista de conveniencia, útil para reivindicar sus orígenes humildes frente a la élite de la organización y para justificar su idea de un partido regional plenamente soberano.

La caída de Cuiña ha abierto la caja de los truenos. Sus fieles quieren cobrarse la pieza del secretario regional, Jesús Palmou, acusado de someterse a Madrid, e incluso han amagado con dejar a Fraga en minoría en el Parlamento. La proximidad de las elecciones municipales maniata a los sublevados, cuya fuerza reside en el poder local, pero lo sucedido suena como el aviso de una larga batalla, en la que Fraga ya no parece capaz de imponer la autoridad. Si la crisis del Prestige pasa factura electoral al PP gallego en mayo, será difícil contener el estallido.

Está por ver si la defenestración de Cuiña anuncia un intento de acabar con el caciquismo o sólo de cambiar de caciques. Para que fuera lo primero, el PP tendría que desmontar el tinglado clientelar, que ha repartido inversiones y empleos públicos con arreglo a criterios extremadamente sectarios. No es seguro que quiera acabar con esos criterios un Aznar que empezó por descalificar como "profesionales del resentimiento" a los descontentos con su gestión de la catástrofe. Dice muy poco en su favor que identifique con animales a sus adversarios políticos. Y también de su memoria, pues no recuerda quiénes son en este país los que llaman perros a sus enemigos.

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