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Tribuna:LA POLÍTICA PRESUPUESTARIA
Tribuna
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La parábola del buen gestor

El autor señala los riesgos de una política basada en rebajar el IRPF y subir otros impuestos, mientras la bonanza exterior se demora y se ponen de manifiesto los problemas estructurales del tejido productivo.

Muchos ciudadanos echan de menos el dinero perdido en decisiones de dudosa eficacia general
La falta de bonanza exterior y las catástrofes inesperadas obligan a gastar más dinero
El endeudamiento público acumulado no coincide con las cuentas anuales presentadas

Ésta es la historia de un contable que sucedió hace muchos años en un país muy lejano. Después de pasar muchas penalidades, este país había alcanzado un nivel de desarrollo digno gracias al intenso esfuerzo realizado por sus habitantes. Incluso había cumplido uno de sus sueños: pertenecer a la gran alianza de países creada hacía mucho tiempo en su continente. Sin embargo, la calidad de vida de sus ciudadanos tenía todavía lagunas significativas, en especial si se comparaba con los que vivían en los países de su entorno. Además, su capacidad de mejorar era reducida al no disponer de los medios físicos y humanos con los que contaban el resto de las regiones de la Alianza.

En este punto, la confianza popular designó a unas personas para asumir el gobierno de sus intereses. Algunos de los elegidos decidieron demostrar a su conciudadanos ser los mejores gestores y convencieron al resto para hacer de esta función una de sus principales virtudes.

Las dificultades de los gestores disminuyen cuando se reduce aquello que se debe gestionar, pero a la vez los recortes suelen traer negativas consecuencias para quienes tienen que revalidar la confianza de los ciudadanos. Por otra parte, aumentar el dinero a gestionar suele estar acompañado del inconveniente de aumentar las obligaciones de los gobernados con subidas de impuestos.

El gran contable encontró la solución a esta contradicción. Gastaremos más, dijo, bajaremos los impuestos que se ven, subiremos los que no se ven y, si es necesario para alcanzar el equilibrio, excluiremos de la contabilidad una parte de los gastos. El círculo quedaba cuadrado.

Dicho y hecho. Así se hizo durante los primeros cuatro años. Aprovechando un tiempo de bonanza económica muy influida por la situación exterior, el país prosperaba mientras en el horizonte se acercaba un nuevo proceso electoral. Ante este reto, alguien puso en duda la suficiencia de los signos externos para conseguir encandilar al pueblo y se le ocurrió hacer coincidir las nuevas elecciones con una rebaja del impuesto sobre la renta, el que más se nota. Algunos miembros de la comunidad avisaron de la inconveniencia de la medida en un momento de fuerte crecimiento económico al poder provocar inflación, endeudamiento con el exterior y una pérdida futura de ingresos públicos. El consejo de sabios rechazó la propuesta con el aval del contable mayor. No habrá problemas dijo, las cuentas siempre cuadrarán porque la decisión es buena.

El resultado de la decisión en términos electorales fue abrumador, pero en poco tiempo, el gran contable vio como los tiempos de abundancia general disminuían y con los mismos las cuentas se deterioraban. La solución pensó es sencilla, aumentaremos los impuestos que no se ven y aprovecharemos al máximo las posibilidades contables excluyendo más gastos de la contabilidad (hasta el 1,5% de la riqueza de la nación). El tiempo devolverá la bonanza económica y nos servirá para adecuar nuestra creatividad en la contabilidad.

Pero la bonanza exterior se demoraba, aún a pesar de ser anunciada de forma permanente por ilustres miembros del consejo de sabios, y se acercaba una nueva revalida democrática. Cada vez se hacía más difícil cuadrar el círculo. Mucha gente echaba de menos esos dineros perdidos en decisiones de dudosa eficacia general. Incluso se abría el rumor que algunas reformas también podían haber sido injustas. Después de esperar muchos años habían aparecido documentos que mostraban como una minoría había concentrado ventajas muy elevadas. Los papeles mostraban que el 0,8% de los contribuyentes (8.532 personas) acumulaban la tercera parte de las plusvalías declaradas y su ahorro con las reformas había sido desmesurado (1.000 millones).

El consejo de sabios recordó los buenos frutos electorales conseguidos con la decisión de rebajar el impuesto que más se ve y reclamó una repetición de la maniobra. Incluso ahora podía estar justificada en términos económicos porque según los expertos en la materia concedería aire a unos ciudadanos excesivamente endeudados. La teoría sonaba bien pero el gran contable empezaba a tener problemas para cuadrar las cuentas y, si eso sucedía, se quebraría el principio central de su gobierno: ser un buen gestor. Cada vez echaba más en falta esos dineros tan rentables para su partido pero tan necesarios para desarrollar políticas imprescindibles.

La falta de bonanza exterior ponía de manifiesto los problemas estructurales de su tejido productivo: falta de inversiones públicas y privadas para mejorar su competitividad. Los acontecimientos tampoco ayudaban. Aparecían catástrofes inesperadas que obligaban a gastar dinero y, poco a poco, algunas personas se empeñaban en demostrar que el endeudamiento acumulado por las arcas públicas no coincidía con las cuentas anuales presentadas (más de 40.000 millones de diferencia), obligando a gastar más en intereses todos los años (2.000 millones anuales).

Los sabios se agobiaban por momentos, su mensaje principal se podía desmoronar y los ciudadanos juzgarles negativamente. Además, algunos se inquietaban porque estaban perdiendo sus empleos, otros porque ante una tragedia no recibían el apoyo suficiente de origen colectivo y debían conformarse con el voluntarismo de la población, otros porque no podían acceder a una vivienda o, debían pagar en exceso para alcanzarla. La gente esperaba que los instrumentos colectivos no les dejaran en la estacada cuando más lo necesitaban.

La solución a las carencias coyunturales y estructurales podía ser pedir más esfuerzos a los ciudadanos, en especial a los de más ingresos. Esta opción era válida porque pagaban mucho menos que el resto de los ciudadanos de la Alianza pero, ¿como iban a modificar la dirección de las anteriores decisiones después de asustar a sus gobernados diciendo que pagaban muchos impuestos, aunque no fuera cierto, y cuando siempre habían asegurado que podían cubrir todas las necesidades bajando el impuesto que se ve? El consejo de sabios se desquiciaba y no encontraba respuesta. La cuadratura del círculo se había roto y era difícil afrontar los problemas.

La angustia se desvaneció cuando el autor se despertó del sueño. ¿Quién podía ser capaz de pensar que una situación así pudiera ser real?

Miguel Ángel García Díaz, es responsable del Gabinete Económico Confederal de CC OO.

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