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Rumores de guerra

Joseph E. Stiglitz

En general se cree que la guerra está ligada a los buenos tiempos económicos. A menudo se dice que la Segunda Guerra Mundial sacó al mundo de la Gran Depresión, y desde entonces la guerra ha aumentado su reputación de ser un acicate del crecimiento económico. Algunos insinúan incluso que el capitalismo necesita de las guerras, que sin ellas la recesión siempre estaría acechando en el horizonte.

Hoy día sabemos que esas ideas son un disparate. La expansión de los años noventa dejó claro que la paz es económicamente mucho mejor que la guerra. La del Golfo, de 1991, demostró que las guerras pueden ser de hecho malas para una economía. Aquel conflicto contribuyó poderosamente a la llegada de la recesión de 1991 (que, debería recordarse, fue probablemente el factor clave que impidió la reelección del primer presidente Bush en 1992).

Los costes de cualquier guerra son elevados y no deben medirse sólo en términos económicos
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Los efectos económicos de una guerra con Irak no serán buenos

Lo actual situación es mucho más parecida a la de la guerra del Golfo que a la de las guerras que hayan podido contribuir al crecimiento económico. De hecho, los efectos económicos de una segunda guerra contra Irak probablemente serían mucho más adversos. La Segunda Guerra Mundial exigió una movilización total, y fue esa movilización total, que requirió la totalidad de los recursos de un país, lo que erradicó el paro. Guerra total significa pleno empleo. Por el contrario, los costes directos de un ataque militar al régimen de Sadam Husein serán minúsculos por lo que se refiere al gasto total del Gobierno de EE UU. La mayoría de los analistas sitúan los costes totales de la guerra en menos del 0,1% del PIB, y como máximo en el 0,2%. Gran parte de esos costes, además, incluyen el uso de municiones que ya existen, lo que implica que proporcionará escasos o nulos estímulos a la economía actual.

El compromiso (titubeante, según propia confesión) de la Administración de Bush con la prudencia fiscal significa que gran parte, quizá la mayoría, de los costes de la guerra se compensarán con recortes del gasto en otras partes. Las inversiones en educación, salud, investigación y medio ambiente serán desplazadas casi inevitablemente. Por consiguiente, la guerra será claramente mala en lo que respecta a lo realmente importante: el nivel de vida de la gente corriente.

Así pues, Estados Unidos será más pobre, tanto ahora como en el futuro. Obviamente, si esta aventura militar fuera de hecho necesaria para mantener la seguridad o preservar la libertad, tal como proclaman sus defensores y promotores -y si demostrase tener tanto éxito como sus impulsores esperan-, entonces el coste podría, a pesar de todo, merecer la pena. Pero eso es otra cuestión. Quiero desenmascarar la idea de que es posible lograr los fines de la guerra y beneficiar al mismo tiempo a la economía.

Existe también el factor de la incertidumbre. Por supuesto, resolver la incertidumbre no es razón para invadir Irak prematuramente, ya que los costes de cualquier guerra son elevados, y no deben medirse únicamente, o básicamente, en términos económicos. Se perderán vidas de inocentes, posiblemente muchas más de las que se perdieron el 11 de septiembre de 2001. Pero la espera de la guerra acentúa las incertidumbres que ya lastran a la economía estadounidense y mundial:

- Las incertidumbres derivadas del déficit fiscal que se avecina en EE UU, debido a una mala gestión macroeconómica y un recorte de impuestos que el país no puede permitirse.

- Las derivadas de la inacabada "guerra contra el terrorismo".

- Las asociadas a los masivos escándalos contables y bancarios de las grandes empresas, y los esfuerzos poco entusiastas de la Administración de Bush para llevar a cabo la reforma, a consecuencia de lo cual nadie sabe el valor real de las empresas estadounidenses.

- Las relacionadas con el enorme déficit comercial de EE UU, que ha alcanzado niveles sin precedentes. ¿Estarán dispuestos los extranjeros a seguir prestando a EE UU, con todos sus problemas, a un ritmo superior a mil millones de dólares al día?

- Las relativas al Pacto de Estabilidad de Europa. ¿Sobrevivirá, y si lo hace, será bueno para Europa?

- Por último, las incertidumbres relacionadas con Japón: ¿arreglará por fin su sistema bancario, y si lo hace, hasta qué punto serán negativas sus repercusiones a corto plazo?

Algunos insinúan que EEUU puede estar yendo a la guerra para mantener los suministros de petróleo estables, o promover sus intereses petroleros. Pocos pueden dudar de la influencia que tienen los intereses petroleros en el presidente Bush; prueba de ello es la política energética de la Administración, con su énfasis en la expansión de la producción petrolífera antes que en la protección del medio ambiente.

Pero incluso desde el punto de vista de los intereses petroleros, la guerra contra Irak es una empresa arriesgada: no sólo su impacto sobre el precio y, por tanto, sobre el precio de las compañías petroleras es enormemente incierto, sino que no podrá ignorarse fácilmente a otros productores de petróleo, entre ellos Rusia y los intereses europeos.

De hecho, si Estados Unidos va a la guerra, nadie puede predecir el efecto que tendrá en los suministros de petróleo. Podría establecerse un régimen iraquí pacífico y democrático. Ese nuevo régimen, desesperado por conseguir fondos para la reconstrucción, podría vender grandes cantidades de petróleo, y hacer que bajen los precios mundiales del crudo. Los productores nacionales estadounidenses, al igual que los de países aliados como México y Rusia, sufrirían efectos devastadores, si bien los usuarios de hidrocarburos en todo el mundo saldrían enormemente beneficiados.

O bien el caos que se desatase en el mundo musulmán podría conducir a interrupciones del suministro de petróleo, y a elevar los precios como consecuencia. Ello complacería a los productores de petróleo en otras partes del mundo, pero tendría consecuencias enormemente adversas para la economía global, similares a las resultantes de la subida de los precios del crudo en 1973.

Dondequiera que miremos, los efectos económicos de la guerra con Irak no serán buenos. Los mercados aborrecen la incertidumbre y la volatilidad. La guerra, y la anticipación de la guerra, traen ambas. Debemos estar preparados.

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