Superviviente
El 18 de julio de 1936 Jesús Alonso Sentandreu aún no se había identificado con ningún partido como para ponerse a su servicio, y puede que nunca lo hiciera. Tenía 25 años, era maestro y ni siquiera podía acreditar que fuese republicano. Sin embargo ya había publicado artículos en El Pueblo, El Mercantil Valenciano o Las Provincias. Asimismo había desarrollado un gran sentimiento antifascista. Con su disposición y su opinión, ser nombrado comisario delegado de guerra de un batallón de intendencia casi fue una consecuencia. Una de sus acciones más gloriosas fue organizar un camión-bar-librería para dar vida a la tropa, aunque también tuvo que poner a prueba su horror debajo de la lluvia de acero nazi de Almería. Alonso pasó la guerra sin haber matado un pajarito, tratando de evitar la desbandada y la indisciplina de una República que tenía el principal frente en su interior. Sabía que valía más un perro vivo que un león muerto, así que cuando se impuso la rendición, renunció a los heroísmos para ahorrar vidas, y ni se le pasó por la cabeza huir, presumiendo que el adversario iba cumplir sus promesas de magnanimidad. Pero se arrepintió enseguida. Cuando entró preso en el primer pueblo de la España nacional vio que el país había retrocedido a los años veinte. Luego estuvo hacinado en varias pocilgas, fue esquilado como un mulo y pronto se acostumbró a las humillaciones y a los parásitos. Regresó a Valencia en una cuerda de presos y fue juzgado por un tribunal de matarifes. Entonces ya sabía que la guerra no sólo no había terminado sino que iba a durar muchos años. Era el tiempo de los chivatazos, los ajustes de cuentas y las fosas comunes. Alonso sufrió presidio y destierro, y fue apartado de la docencia, aunque otros lo pasaron mucho peor. Ahora tiene 92 años y se diría que también le sobrevive a la biología. No ha desperdiciado ni un minuto de la vida que se encontró por casualidad, y su persistencia es una honda instrucción para algunos de nosotros. Ha escrito siete libros, entre ellos el que acaba de publicar, ¡Superviviente! 1936-41, donde expone su testimonio de esa carnicería civil que nunca cicatriza del todo.
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