Creando escuela
Cuando a mediados de los noventa las primeras botellas de Marqués de Vargas salieron al mercado, el consumidor se encontró con unas cuantas innovaciones en su contenido; algo que de primeras le confundió. Pero en seguida, debido a la amabilidad y complejidad de los vinos, las asumió como un nuevo camino en la elaboración de los caldos.
Lo más sorprendente en el primer encuentro con los mostos de Marqués de Vargas fue la materia colorante en suspensión, que obliga a decantar los vinos, producto de la no filtración. Esta circunstancia supuso un choque muy fuerte para el consumidor, acostumbrado a los vinos finos, brillantes y limpios de toda materia en suspensión. Pasado el tiempo esta práctica de no filtrar se está extendiendo.
El aumentar el coupage tradicional de castas riojanas con alguna variedad experimental para dar más rotundidad a los caldos, fue algo también pionero en Marqués de Vargas. De esta manera sus vinos se convierten en algo más complejos y longevos sin que por ello se pierda la identidad de Rioja. Una práctica que todavía hoy suscita controversia.
La incorporación de barricas de roble ruso para envejecer sus vinos fue otra innovación de la bodega. Esta novedad rompía un monótono parque riojano, en el cual sólo estaban representadas las barricas de roble francés y americano. Barricas de roble ruso que, por cierto, nos vamos encontrando cada vez más en otras bodegas y que está abriendo la veda para probar robles de distintas procedencias.
Con todas estas innovaciones, no es de extrañar que los vinos de Marqués de Vargas sean admirados y ocupen un lugar de preferencia dentro de los grandes de Rioja. Vinos que el consumidor encontrará en el mercado, todos con la contraetiqueta de Reservas desde el Marqués de Vargas, con una producción de 290.000 botellas, pasando después al Reserva Privada con 35.000 botellas y terminando con el exclusivo Hacienda Prado Lagar y sus únicas 6.000 botellas en el mercado.
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