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Diez años de 'sprawl'

La publicación del último censo permite establecer un balance demográfico-territorial bastante fidedigno de la provincia, de la capital y de la Mancomunidad de Municipios de Barcelona durante la década de 1990, concretamente entre marzo de 1991 y noviembre de 2001 (*).

Hagamos abstracción, por el momento, de los nacidos en el extranjero llegados entre 1991 y 2001. Durante este periodo, la ciudad de Barcelona ha ganado 138.767 nuevos residentes por nacimiento e inmigración y perdido 387.272 por defunción y emigración. El saldo es pues negativo y cercano al cuarto de millón de barceloneses. En cuanto a los 30 municipios restantes de la Mancomunidad, éstos han ganado casi lo mismo que la capital, pero han perdido sólo la mitad de lo que ha perdido ésta. Así pues el saldo en la MMB, aunque también negativo, es mucho más pequeño (-65.091 habitantes). Por fin, el resto de la provincia ha ganado 361.299 habitantes y ha perdido tan sólo 154.156, lo que le asegura un saldo positivo considerable (207.143 habitantes).

La capital catalana es, de momento, la gran perdedora de la competición demográfico-territorial: a este ritmo, dentro de 60 años Barcelona podría encontrarse completamente vacía de sus actuales residentes. La competición es más tensa en el resto de la MMB, puesto que los que llegan cada año sólo superan en 6.200 a los que salen. Al otro extremo, el resto de la provincia es la gran ganadora de la década de 1990, con resultados totalmente inversos a los de la capital ya que alcanza, como hemos visto, un saldo positivo de más de 200.000 residentes.

A esta evolución de los residentes se añade ahora el incremento de población nacida en el extranjero. Su llegada durante los 10 últimos años suma más de un cuarto de millón neto a los que llegaron antes (contados como residentes en el cuadro anterior). Un 42% de este incremento se ha producido en Barcelona capital, un 23% en el resto de la MMB y un 35% en el resto de la provincia, lo cual tiene por efecto suavizar los números rojos observados. Sin embargo, el fenómeno merece consideración aparte puesto que, como todos sabemos -y los propios inmigrantes los primeros-, su integración en el capital social no es automática ni mucho menos.

A la vista de lo anterior, podemos decir que lo que está ocurriendo en el ámbito metropolitano de Barcelona es parecido, con sus más y sus menos, a lo que ha ocurrido en tantas metrópolis americanas, pero con la diferencia de que aquí las cosas acontecen con: 1º, un crecimiento demográfico interno cero; 2º, un fuerte ciclo residencial, y 3º, una insensata inflación de precios, tanto en el centro como en la periferia. Por supuesto, pocos deseaban ver aquí una dispersión periurbana (sprawl) tan inoportuna, rápida y costosa. En el fondo, tampoco se deseaba en Estados Unidos (véase el debate sobre los Suburbia ya en la década de 1960), pero allí la dejadez de la Constitución Americana en materia territorial permitió que la mano invisible (o el fundamentalismo del mercado, como lo llamaría Stiglitz) lo inundara todo de forma sistemática e irreversible en cada Estado, en cada condado y en cada distrito. Muchos autores han criticado este tipo de urbanismo por razones más que fundadas: externalización de costes que deben ser pagados por las administraciones en términos de bienes públicos, consumo irreversible de suelo que ensancha la huella sin fundamento demográfico, agravio comparativo en la distribución del derecho de propiedad, etcétera. Actualmente, está resurgiendo además una reflexión propiamente urbanística sobre el sprawl, que permitirá tal vez superar el sempiterno debate sobre diseño. Esta reflexión analiza los vínculos de causalidad entre la generalización del urbanismo disperso y la evidente pérdida de capital social de las áreas urbanas americanas. Lo interesante de esta aproximación es que utiliza indicadores del más alto interés político (confianza, participación, cooperación, uncommiting, aislamiento...), lo cual puede ser una garantía de que, por fin, los responsables políticos le echarán alguna cuenta.

(*) Es normal que las cifras censales subestimen a la población empadronada debido a faltas de respuesta en el recuento. Ricard Vergés, arquitecto y economista. redverges@arquired.es

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