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CÁMARA OCULTA | NOTICIAS Y RODAJES
Columna
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Olvídame, cariño

El título no es mío, desgraciadamente, sino de la espléndida biografía que sobre Robert Mitchum ha publicado en España el historiador estadounidense Lee Server. En ella recorre, como en una novela, la historia de este melancólico, socarrón, descreído y cínico individuo, además de aventurero, poeta y excelente actor. Una leyenda de Hollywood, Mitchum interpretó unas 120 películas, algunas de las cuales forman parte de lo mejor del cine, aunque él prefiriera ignorarlo. Presumía de no haberlas visto: "No me pagan por verlas, y, además, aparcar delante del cine es un coñazo", decía.

Eran famosas las réplicas de Mitchum. Cuando en 1993 se le rindió un homenaje en el Festival de San Sebastián, su laconismo en la rueda de prensa fue interpretado como consecuencia de la frecuente demanda de anís que se sabía había hecho desde que pisara aquella tierra. "Bacalao y Chinchón", encargó en el primer restaurante donostiarra al que se le invitó, y apenas cambió el menú en los siguientes. Eran añoranzas de cuando rodó en España Villa cabalga, que presuntamente se localizaba en México. Pero ni el anís ni otros bebedizos minimizaron su lucidez. "Míster Mitchum, ¿qué opina de Marilyn Monroe y de Sarah Miles?". "Bueno, una era más alta que la otra". "¿Qué es ser actor?". "Un oficio que se ejerce desde las nueve de la mañana a seis de la tarde, donde te pagan los viernes y te dicen cómo moverte y qué decir. No olviden que el perro Rin Tin Tin fue toda una estrella". "¿Cuáles son sus registros interpretativos?". "Tengo dos: con caballo y sin caballo".

Lo cierto es que algunos festivales de cine permiten con frecuencia excepcionales encuentros con grandes figuras del cine. La presencia de Mitchum en San Sebastián quedará en el recuerdo de cuantos tuvieron el privilegio de encontrarse con él, tanto en vivo y en directo como a larga distancia. Es cierto que el primer día de su estancia se refugió en las cocinas del hotel huyendo de los reporteros, pero cuando le tocó encontrarse con ellos, se les entregó sin remilgos. "¿Mi diferencia con otros actores? Que han estado menos tiempo en la cárcel que yo". Parece que le detuvieron en 37 ocasiones, unas por violento, otras por su conocido consumo de marihuana. Él mismo cultivaba y cuidaba la planta con el esmero de un enamorado, hasta el punto de hacerle fotos que llevaba en la cartera en lugar de los retratos de sus hijos. Fue un hombre peculiar, independiente, sin pelos en la lengua, tal como desvela esta autobiografía. En cierta ocasión no tuvo reparos en replicarle a un director: "Tus diálogos son tan malos que hay que escupirlos como si te sacaras algo de entre los dientes".

Es de desear que los festivales sigan procurándose el privilegio de las visitas así. De alguna manera nos ponen los pies en la tierra al desmitificar leyendas. El mes que viene se celebrará el festival de Berlín, cuyas retrospectivas estarán dedicadas a los clásicos Yasujiro Ozu y a Friedrich Wilhelm Murnau y que entregará su premio especial a Anouk Aimée, musa de cierto cine europeo de vanguardia y actriz popular precisamente por la película que menos la representa, Un hombre y una mujer, de Claude Lelouch, que a pesar de su cursilería ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1966, así como el Oscar a la mejor película extranjera. Paradojas. Por su parte, el inminente festival de Miami rendirá homenaje a Carlos Saura. (Como dice Almodóvar sobre sí mismo, a Saura también le dan fuera lo que le niegan dentro)

El festival de Berlín suele ser el pistoletazo de salida para la vorágine anual de homenajes y premios. Allí se asistirá a la promoción europea de las películas americanas candidatas a los oscars (inaugurar con Chicago es un claro síntoma), a lo que seguirán los Globos de Oro, los Fotogramas, los Goya, el festival de Cannes..., el largo etcétera de siempre. Que cada quisque diseccione la invasión informativa que se nos viene encima, ya que suele esconder bastante paja.

En ocasiones, los festivales son también noticias por sí mismos. La Mostra de Valencia ha comunicado que no será ya dirigida por Jorge Berlanga, y la de Venecia su intención de no celebrarse más en la isla del Lido, ahora que va a cumplir su 60º aniversario...

Los premios y los homenajes, como ya se sabe, no siempre recaen en lo mejor de cada casa. La lista de los talentos del cine jamás premiados puede equipararse a la de los premiados, y viceversa. A Robert Mitchum todo ello le importaba un bledo. Nominado en una ocasión para el Oscar, se sintió tan incómodo que decidió no asistir nunca más a la ceremonia. Prefería sus juergas y sus soledades. "No me gusta ser una estrella. No me gusta que se adueñen de mí. Fui un vagabundo, sigo siéndolo y lo seré siempre...". ¿Premios, homenajes? "Olvídame, cariño".

¡A saber por qué aceptó el reconocimiento del festival de San Sebastián! Fuera por lo que fuese, allí demostró que era un tipo cordial, brillante, respetuoso, sensible, culto y fiel a sí mismo: bebidas, cigarrillos, buen humor, coqueteos infructuosos con la presentadora Anne Igartiburu..., es decir, lo de toda su vida. Cuenta el libro Baby, I don't care, en traducción de Joseph Escarré, que al sentirse morir, estando junto a Dorothy, la única esposa que tuvo, Robert Mitchum encendió un último Pall Mall sin filtro... para acompañarse en el camino.

Ojalá en el cine hubiera más como él... Y en los festivales.

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