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Columna
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Los energúmenos

Están por todas partes y lo emponzoñan todo, desprestigian lo que tocan, convierten el oro de las cosas en ceniza, y la convivencia diaria, en una guerra: son los energúmenos, esos seres maleducados y prepotentes que intentan una y otra vez engañarnos y avasallarnos con el único argumento de su fuerza bruta; que presumen de saltarse las leyes porque sí y se creen capaces de aplastar nuestros derechos como quien pisa a una hormiga; gente cerril y despectiva que transforma cualquier trámite en un infierno. A veces, el personaje desconsiderado o abusón vive en el piso de arriba; en otras ocasiones, la grosera o el soez de turno está al otro lado de una ventanilla, un teléfono o un mostrador, y desde allí nos salpican con su chulería y su cólera oscura, su cólera buey, que diría el poeta Juan Gelman. ¿Hay alguno de ustedes que no se haya sentido en alguna ocasión víctima de uno de esos tempestuosos brutos?

Como el único arma que tenemos la gente civilizada contra los que no creen en la justicia es la ley, cada vez son más las personas damnificadas por los desaprensivos de toda especie que no caen en la resignación o el fatalismo y recurren a la Oficina del Consumidor, a los juzgados y hasta al Defensor del Pueblo para plantear sus quejas y ser amparados. Sin duda, en la medida en que crece el número de denuncias disminuye el ejército de los inciviles, y en ese sentido son estupendas las campañas que se vienen haciendo para recordarle a los ciudadanos sus derechos y animarlos a denunciar las tropelías y los delitos de los que sean objeto. Sólo falta que los organismos municipales encargados de pararle los pies al vecino que no te deja dormir con los aparatos de aire acondicionado que puso a menos distancia de tus ventanas de la que es obligatoria, o al que te deja sin luz porque ha levantado un muro que no respeta la distancia normativa con tu casa, o a la empresa sinvergüenza y chapucera que no quiere hacerse cargo de una avería que reparó mal y cobró muy bien anteriormente sean más rápidas y eficaces: a menos delitos impunes, mejor ciudad y más confianza en la ley.

Estos días hemos leído en la sección contigua a esta columna, la de "Opinión del lector", que es en muchos sentidos la más importante de estas páginas, la queja de un veterano investigador, don Julio Gómez de Salazar y Alonso, sobre el trato vejatorio que recibió, al parecer, por parte de alguna empleada y un jefe o capataz de la Biblioteca Nacional, cuando se fue a quejar del poco cuidado con que se manipulaban sus documentos y del trato ofensivo que recibía de determinados funcionarios de la institución. Los presuntos exabruptos y majaderías de toda clase con que fue tiznado el señor Salazar y Alonso por el presunto energúmeno son de manual: "Aquí mando yo", "Usted me puede llamar las veces que quiera, pero yo vendré cuando me salga de los cojones", o "A mí, el defensor del pueblo me toca los cojones". O sea, que no deja de asombrar lo bien que se ajustan algunos nadies al retrato-robot del mentecato, y que si el sueño de la razón, como decía Goya, produce monstruos, el despertar de los monstruos produce la sinrazón.

El señor Salazar y Alonso, sin embargo, reaccionó rápido a la afrenta y escribió una carta a EL PAÍS contando el supuesto atropello. Es extraordinario que el mismo lunes saliera junto a su carta otra del director de la Biblioteca Nacional, Luis Racionero, disculpándose de antemano por el hipotético maltrato y dándole la seguridad de que iniciaría una investigación y, según su resultado, exigirá responsabilidades. También lo es que al día siguiente, el martes, apareciese otra carta del propio defensor del Pueblo, Enrique Múgica Herzog, repudiando lo sucedido y comprometiéndose a tomar medidas. Ojalá, si se demuestra que los hechos fueron como dice el investigador agredido, esas medidas se tomen pronto y sean drásticas, porque sería un gran ejemplo, tanto para los otros agraviados como para los otros agresores, esos orangutanes sin selva que andan por la ciudad dando voces y pasándoselo todo por el arco del triunfo. A por ellos, que este año recién comenzado se libre lo más posible de ese lastre.

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