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Tribuna:CONFLICTO EN ORIENTE PRÓXIMO
Tribuna
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La crisis crónica de Israel

Ante los últimos acontecimientos en Israel, con la retirada del Partido Laborista del Gobierno de unidad nacional y, en consecuencia, la convocatoria de elecciones anticipadas, se presupone que no existirán cambios sustanciales en el futuro Gobierno que salga de las elecciones (debido a a que los problemas de Israel con su entorno están incrustados desde su nacimiento como Estado en 1948), salvo que el nuevo Gobierno dé un giro radical a su política respecto a lo que más seriamente le afecta: la cuestión palestina y sus relaciones con los países árabes.

Los sucesivos gobiernos israelíes, tanto laboristas como del Likud, han formado en varias ocasiones gobiernos de unidad nacional. Incluso encontraron una fórmula extraña, como fue la creación de un Ejecutivo de dos cabezas en la década de los ochenta, que permitía a ambos partidos alternar la jefatura del Gobierno de unidad nacional por dos años.

"La crisis israelí se debe a su incapacidad de resolver el problema con los palestinos"
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Desde luego existen diferencias entre los dos partidos, pero respecto a los métodos para resolver sus problemas con el pueblo palestino son absolutamente coincidentes, por lo que con demasiada frecuencia dejan perpleja a la comunidad internacional. Por esta razón, algunos políticos israelíes consideran la retirada de los laboristas del Gobierno encabezado por Sharon como oportunista, ya que se identifican por completo con la política de devastación total de Palestina.

Hay que tener presente que en ningún momento el Partido Laborista ha ofrecido un plan real de paz a los palestinos. Lo máximo que ha ofrecido ha sido una administración palestina limitada, sin soberanía ni continuidad geográfica, sin fronteras definidas ni reconocidas, sin el desmantelamiento de los asentamientos y sin resolver el derecho al retorno de los refugiados palestinos de 1948. Ésta es la oferta que muchos de los laboristas han denominado la oportunidad de la paz perdida, repitiendo hasta la saciedad que Arafat fue el causante de la caída del Gobierno de Barak y el debilitamiento del Partido Laborista.

Lo que tienen que reconocer los políticos israelíes es que su crisis se debe a su incapacidad de resolver el problema con los palestinos y que la solución se encuentra en la aplicación de las resoluciones de la ONU. Durante los últimos 10 años, se han formado cuatro gobiernos: dos del Likud (con Netanyahu y Sharon) y dos de los laboristas (Rabin, Peres y Barak). Cada uno de ellos ha caído antes de cumplir sus mandatos, a excepción de Rabin que cayó asesinado a manos de un integrista israelí. Si Arafat es el responsable de la caída de los sucesivos gobiernos israelíes, ¿por qué los políticos israelíes se niegan a resolver el problema que causa tan frecuentemente la caída de sus gobernantes y viejos generales? ¿por qué se niegan a la aplicación de las resoluciones de la ONU, retirando sus soldados y colonos de la tierra de Palestina? Sólo así conseguirían la paz, seguridad y estabilidad política y económica deseada.

La incapacidad de los políticos israelíes de optar por soluciones políticas y pacíficas negociadas, en vez de por la fuerza militar nos hace inevitablemente retroceder al pasado colonial y a sus intentos de someter a los pueblos colonizados por la fuerza de las armas. Aquellas grandes potencias coloniales fracasaron y no tuvieron más remedio que evacuar las colonias, algunos de mala manera. Los políticos israelíes siguen pensando igual que sus viejos generales, quienes decían que sus fronteras se establecerían donde llegaran sus soldados. Hoy, Palestina es el único país que queda bajo ocupación militar extranjera. Mientras no cambie la mentalidad de estos políticos y generales, que sólo piensan en su derecho a utilizar la ley de la fuerza contra el pueblo de Palestina, por mucho que cambien los nuevos gobernantes sólo habrá más sufrimientos y dolor para los dos pueblos, el palestino y el israelí. Mientras no modifiquen sus planteamientos, los gobiernos israelíes seguirán cayendo por su nefasta política hacia el pueblo palestino.

La situación sólo cambiaría si se diera un giro radical en las próximas elecciones israelíes, lo que implicaría aceptar los derechos nacionales del pueblo palestino y su tratamiento como vecino soberano. La prolongación de la ocupación no le otorga ningún derecho a Israel sobre Palestina. Israel podrá seguir violando las resoluciones de la ONU, incluso seguir con su política de ocupación, humillación y destrucción, pero si hasta ahora no ha conseguido el sometimiento del pueblo palestino y la anulación de sus derechos nacionales, es muy poco probable lo logre en el futuro.

En 1991, cuando finalizaron los ataques de los aliados contra Irak, el presidente Bush, haciendo referencia a Israel, declaró que había dos lecciones de dicha guerra; la primera, que no hacía falta ocupar territorios ajenos para garantizar la seguridad de un Estado, ya que la avanzada tecnología no reconoce fronteras; y la segunda, que no hacía falta tener ejércitos fuertes para luchar contra el enemigo exterior porque éste no existe. En vista de la puesta en práctica de la política del Likud, queda claro que no le interesa llegar a un arreglo pacífico. Las dos personas que se disputaban el liderazgo del partido, Sharon y Netanyahu, llevan tiempo enfrentados y su reto se ha basado en quién puede ensañarse más y mejor con los palestinos.

Ante este panorama, no cabe duda de que la alternativa sería, en todo caso, el Partido Laborista, que acaba de elegir al alcalde de Haifa, Amram Mitzna, como candidato a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones. Sus primeras declaraciones respecto al proceso de paz con el pueblo palestino hace que vuelva de nuevo un cierto sentimiento de optimismo y esperanza a la sociedad israelí. Pienso que no sólo quieren ganar las elecciones, sino también ganar la paz a la que renunciaron en el pasado tanto los primeros ministros del Likud como los del Partido Laborista: Peres, Netanyahu, Barak y Sharon.

Para ganar la paz de los valientes, el Partido Laborista tiene que presentar un programa electoral de paz sin ambigüedades a la sociedad israelí, la misma que apoyó el proceso de paz de Rabin y Arafat: fronteras, asentamientos, Jerusalén y refugiados conforme a las resoluciones de la ONU. Esto es lo que se consideraría como un giro radical y valiente que traería la paz y con ello la estabilidad política y económica y, ante todo, la seguridad para toda la región. Si no se produjera un planteamiento como este, las nuevas elecciones no tendrían sentido. De no producirse un giro radical, ambos partidos no harán sino confirmar su visión coincidente del futuro de Israel, que no será mejor que la política llevada hasta ahora: una fortaleza con murallas, alambradas y campos minados.

Con todo lo expuesto con anterioridad, habría que resaltar un hecho crucial que se ha podido comprobar a lo largo de décadas: el poder político y militar del Estado de Israel emana del poder de EE UU. Esto ha sido lo que ha permitido que Israel siga violando las resoluciones de la ONU. A Israel se le consiente seguir ocupando territorios y practicar el terrorismo de Estado. Esta postura de la Administración norteamericana es una constante humillación para los pueblos árabes, razón por la cual la potencia mundial suscita tan pocas simpatías y confianza entre ellos. Si los israelíes son incapaces de entenderse con el pueblo de Palestina, ¿cómo piensan conseguir la paz con el resto de los países y pueblos árabes?

Hani Faydi fue delegado palestino en España.

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