La guerra que viene
Los analistas coinciden en que un nuevo conflicto entre EE UU e Irak no será una repetición de la Tormenta del Desierto
"No creo que una nueva guerra contra Irak se convierta en otro Vietnam. Sin embargo, sí podría parecerse a la invasión de Panamá, en 1989, o a la operación de Mogadiscio (Somalia), de 1993, no por su resultado o consecuencias, sino por su carácter de guerra urbana. Ciertamente, no vamos a ver otra Tormenta del Desierto", afirma a EL PAÍS Michael O'Hanlon, investigador de la Brookings Institution, un centro de análisis independiente de Washington.
O'Hanlon, que compareció como experto el pasado día 2 ante el Comité de Fuerzas Armadas del Congreso, parte de la premisa de que la única posibilidad de defensa o, mejor dicho, de resistencia por parte de Irak frente a las fuerzas de EE UU será luchar en las ciudades. "Sadam ya sabe lo que es enfrentarse al Ejército norteamericano desplegando a sus blindados en espacios abiertos o disparar desde posiciones estáticas. Así lo hizo en la guerra del Golfo, y fue tan fácil para la aviación norteamericana como una cacería de patos".
Ahora las cosas serán distintas. "Probablemente, Sadam tratará de enrocarse en las principales ciudades, sobre todo en Bagdad, y ocultar sus armas cerca de viviendas, escuelas, hospitales y mezquitas, como lleva haciendo desde hace 11 años para defenderse de los bombardeos rutinarios de norteamericanos y británicos", dice O'Hanlon. Esta táctica, añade, tendrá dos intenciones: limitar la eficacia de los bombardeos de precisión, como ya se vio en la guerra de Kosovo por la movilidad de las fuerzas serbias en un paisaje boscoso, y tratar de crear un "efecto Al Yazira" -la llamada CNN árabe- si hay un alto número de bajas civiles que galvanice las protestas contra la guerra tanto en el mundo árabe como en Occidente.
Bajo estos supuestos, O'Hanlon ha elaborado un cálculo de bajas que previsiblemente superarán a las registradas en la guerra del Golfo. Entonces hubo menos de 400 muertos por parte de la coalición internacional que lideró Estados Unidos y más de 100.000 por parte iraquí. Basándose en los casos de Panamá y Mogadiscio -23 soldados de EE UU muertos, 125 panameños y de 200 a 600 civiles y 18 norteamericanos, y más de 300 somalíes- calcula que las muertes en un nuevo conflicto oscilarán de 1.000 a 5.000 por parte de EE UU y serán de decenas de miles por parte de Irak.
Gary Samore, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres, enumera otras diferencias con respecto a la la guerra de 1991. "El objetivo ahora no es expulsar a Sadam de Kuwait, sino derrocarlo o acabar con sus armas de destrucción masiva. Bush tiene mucho más difícil que su padre organizar una gran coalición internacional, porque la oposición de la opinión pública es mucho mayor que entonces y, probablemente, Israel no se contendrá esta vez si es atacado".
A estas dificultades hay que añadir la desaceleración económica mundial. Moisés Naim, director de la revista Foreing Policy, señala que "esta vez los costes económicos de la operación serán más indirectos y globales que en 1991. Tendrá consecuencias no sólo sobre la oferta de petróleo, sino también sobre la demanda, al bajar el consumo de los países en crisis". Naim afirma que de momento "el enfrentamiento entre las diferentes facciones de la Administración de Bush -realistas unilateralistas, cruzados cristianos y neoconservadores aislacionistas- sobre la necesidad o no de la guerra es mayor que el que existe entre EE UU e Irak". La flecha puede estar ya en el arco, pero, concluye Naim, "cuando hay tantas opiniones, al final la flecha va en una dirección y con una intensidad que no satisface a nadie".
La cuenta atrás se inicia el 27 de enero
Pese a que es casi imposible conocer los planes de guerra del Pentágono y a la insistencia de la Administración de Bush en que aún no hay tomada ninguna decisión, el hecho es que EE UU ya tiene desplegados en la región de Golfo 60.000 soldados y prepara el envío de otros 50.000.Además, la fecha del 27 de enero, cuando el jefe de los inspectores de la ONU, Hans Blix, debe informar al Consejo de Seguridad sobre si Sadam Husein ha decidido salvar sus armas o salvar su cuello, es considerada unánimemente como el Día D para el inicio de las hostilidades.Descartados un golpe de Estado en Bagdad, la repetición de la Operación Tormenta del Desierto, que exigiría muchos meses de preparación, y el modelo afgano -la movilización de los kurdos iraquíes del norte y los shiíes del sur como se hizo con la Alianza del Norte contra los talibanes- la mayoría de los analistas se inclinan por un plan que llaman de dentro-afuera. Consistiría en un ataque rápido y profundo contra Bagdad con el objetivo de decapitar la estructura de mando de Sadam, derribar a su Gobierno y sembrar el caos en su Ejército. Al tiempo que la aviación bombardearía las afueras de Bagdad, una fuerza terrestre de entre 50.000 y 90.000 soldados capturaría otras ciudades en un rápido avance desde Kuwait, y tal vez desde Turquía, hacia la capital iraquí. Este plan, señalan, tendría la ventaja de poder ponerse en marcha a las pocas semanas de que Bush diese la orden y evitaría que Sadam pudiera atacar a las tropas de EE UU o a Israel.Otro cantar será qué pasará tras la victoria,que no debería tardar más de seis semanas. A la posibilidad de la desestabilización de la región y de un incremento del terrorismo, se sumaría la necesidad de que las tropas norteamericanas se instalarán en el país hasta nueva orden. Pero, aparte de esas dificultades, no es probable que Bush se presente a la reelección en 2004 con Sadam aún en el poder.
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