Macasar
Ni el Diccionario de la Lengua Española ni el cada día más imprescindible Seco registran el vocablo, pero así se denomina el arbusto en Granada. Nativo de Japón y China, parece ser que fueron los musulmanes quienes lo trajeron a España, una más entre tantas especies antes desconocidas. Algún científico occidental lo bautizó en latín Chimonanthus, término al cual se añade a veces el calificativo de praecox (porque las flores salen "prematuramente") y otras el de fragrans (por su perfume, claro está). Cualquier carmen albaicinero o alhambreño digno del nombre suele tener un macasar, como señala Francisco Prieto Moreno en su hermoso Los jardines de Granada. Hace unos días, al penetrar por fin en el de los Catalanes, recientemente adquirido por el Patronato de la Alhambra y abierto al público hasta febrero (las vistas de la Colina Roja son inéditas, espléndidas), pude constatar que allí no falta un magnífico ejemplar. No sé si habrá en los jardines de los Alcázares de Sevilla y Córdoba. Supongo que sí. Cuando llegué a este pueblo me regalaron uno. Tiene ya dos metros de altura (alcanzan tres) y, fiel a su cita "precoz" anual, para engalanar el solsticio, está ahora cubierto de pequeñas flores amarillentas de aroma tan dulce, tan sensual, que evoca el mismísimo Cantar de los cantares. Hoy, después de contemplar un día más las desconsoladoras imágenes de la tragedia gallega -tragedia evitable si los políticos a quienes pagamos los contribuyentes europeos hubiesen actuado a tiempo, y tiempo hubo más que de sobra-, he me llenado los pulmones de la fragancia bíblica de sus florecillas cerosas (todavía acompañadas de las últimas hojas del año que se va acabando) y he acariciado la piel lisa de sus pétalos. Estar en presencia de tal milagro estremece. Qué belleza, qué delicadeza. Y cuánta lección encerrada.
En el prólogo de sus Novelas ejemplares, Cervantes recuerda que no siempre se puede estar en los templos, los oratorios o los negocios, que hay horas de recreación "donde el afligido espíritu descanse". "Para este efecto -añade a continuación quien tanto sabía de aflicciones- se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan con curiosidad los jardines". Nada como un pequeño jardín granadino para garantizar tal descanso, con sus macetas, su parra, su surtidor y, al fondo, Sierra Nevada. Yo siempre lo sabía y, desde las brumas del norte, lo añoraba. Ahora que, después de tantos años, tengo el privilegio de poder salir a uno, en parte por mi mano plantada, y de convivir con las plantas y criaturas que allí crecen y se mueven y se renuevan y se mueren, creo tener un concepto de lo que puede ser la felicidad en este mundo no elegido por mí. Nos olvidamos demasiado a menudo de que formamos parte de la naturaleza, y de que no amar y proteger nuestro entorno es una locura. Muy pronto, al empezar la nueva guerra, ¿quién tendrá en cuenta la masiva destrucción del medio ambiente que automáticamente conllevará la aventura bélica? A la administración Bush la conservación ambiental le quita poco sueño. Lo ha demostrado con creces. A veces pienso que hace falta otro Diluvio.
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