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Columna
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Cacerolas, otra vez

La historia no se repite ni como farsa. Pero sus humildes servidores, los seres humanos, somos tan poco originales que nos confortamos imitándonos a nosotros mismos. En septiembre de 1973, las gentes de orden chilenas salían a la calle para echar, cacerola en mano, a un presidente que había cometido graves errores, pero cuyo democrático derecho a concluir su mandato era indiscutible. Hubo entonces un golpe que instauró la sangrienta dictadura del general Pinochet. El parecido con la situación del presidente Chávez en Venezuela termina ahí, porque la hora no exige, ni probablemente permite, un recurso tan basto como la asonada militar. Pero el fragor de cacerolas permanece.

Cuando Hugo Chávez, tras ganar las elecciones en 1998, empezó por bautizar su república de bolivariana, ya había seguramente motivo para la preocupación. Más enigmático que el Espíritu Santo y tan versátil como la doctrina republicana francesa, lo bolivariano olía a populismo, sin plan ni rumbo conocidos. ¿Fue el Che en su día suficientemente bolivariano? Y el proyecto no ha defraudado a crítica ni público. Hoy nadie sabe en qué consiste.

A renglón seguido, Chávez hizo aprobar una Constitución en la que era posible barruntar asechanzas a la libertad de expresión, pero ninguna de ellas se fue con el tiempo concretando, salvo que consideremos atentado a la democracia las interminables peroratas del presidente en la televisión pública. Los medios de comunicación privados, en cambio, no dejaban ni un instante de triturar la imagen del antiguo coronel, sin que las nuevas autoridades chavistas, presuntamente liberticidas, trataran de impedirlo.

Más gravemente, ante la manifestación en cadena de sus adversarios, los seguidores de Chávez tuvieron directa responsabilidad en la matanza de hasta 19 personas en las calles de Caracas, con motivo del golpe de Estado fracasado del pasado abril, y en las últimas semanas se han producido de nuevo en la capital otras muertes, siempre atribuidas a desmán de los partidarios del presidente.

Finalmente, Chávez lo que ha demostrado es que para gobernar hacen falta profesionales de la persuasión política que sea, que su equipo carece de visión del mundo, y que él mismo está perdido entre guiños a La Habana, visitas a Bagdad y el recurso a las regalías, siempre insuficientes, del monocultivo del petróleo.

Ante ese pugnaz adversario de sí mismo, el Departamento de Estado norteamericano levantó, según fuentes irreprochables, la veda de la crítica contra su persona en enero pasado. La diplomacia de Washington había obrado con la máxima prudencia durante todo un año, cierto que no por amor al líder mulato, sino para evitar que se convirtiera en mártir del nacionalismo latinoamericano. Pero, tras el 11-S y el endurecimiento general de la Administración de Bush en la guerra contra los regímenes que le disgustan, también llamada guerra al terror, era absurdo que comenzara a cargar el ambiente contra Sadam Husein en Irak, y siguiera guardando silencio sobre Chávez que, además, había cometido la ligereza de cartearse amablemente con el superterrorista Carlos, preso en una cárcel francesa.

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A continuación se produjo la mencionada intentona civil y al portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, se le abrió una sonrisa de oreja a oreja cuando parecía que el golpe se consolidaba. Hoy, Washington aspira simplemente a que el caceroleo de Caracas baste para que el jefe del Estado renuncie; sea derrotado en elecciones anticipadas, a las que la Casa Blanca le niega el derecho a presentarse, con lo que ello equivaldría a exigir su retirada; o por la vía del referéndum, que es la última opinión de una política norteamericana casi tan caótica como la del propio Chávez. Gran parte de la oposición, de otro lado, si ahora apoya referéndum o elecciones, no es por apego a la legalidad, sino porque no ve otra forma de hacer que caiga.

Pero tanto error por parte del presidente tan sólo puede hacerle reo de relevo por la vía constitucional. Es posible que hoy una parte de la masa de oscuro color, que le eligió con más de un 70% de sufragios, exhausta de que su situación material no haya mejorado pese a tanta arenga, esté desencantada de su líder hasta el extremo de dar la mayoría a cualquier candidato de la gente de orden.

Chávez carece de proyecto. El único es echarle.

Una partidaria de Chávez regala rosas a un soldado.
Una partidaria de Chávez regala rosas a un soldado.AP

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