Todos somos pocos
Desde hace unos días he tenido el trabajo, y posteriormente la enorme satisfacción, de coordinar los grupos de estudiantes de nuestra facultad (y a partir de la semana próxima, también de Veterinaria) que se ofrecieron voluntarios para colaborar durante el puente de la Inmaculada en las tareas de limpieza de la gran marea negra que ha herido de muerte la costa de Galicia.
A la vuelta de estos días de trabajo, todos los que hemos estado allí tenemos una mezcla de sensaciones, pero una que compartimos todos es la impotencia. Se ha escrito mucho sobre la actitud del voluntariado, pero es necesario estar allí para vivirlo. El espíritu de colaboración es tal que, a pesar de las durísimas condiciones de trabajo, de tener que dormir en el suelo de un pabellón frío, muy frío, con duchas de agua también fría y un comedor improvisado al aire libre, nadie ha expresado la menor queja y, al contrario, todos nos hemos sentido ampliamente recompensados por las muestras de gratitud de los vecinos, que han tratado de hacer nuestra estancia lo más grata posible (queimada y gaiteiros incluidos). Desde aquí, mis más sinceras gracias a los alumnos que me acompañaron, tanto en Muxía como en Carnota, y a los responsables de la coordinación de ambas localidades.
¿Qué es lo que hemos visto? Hemos visto un panorama desolador. Hemos estado limpiando playas aparentemente limpias, que desde las carreteras, los helicópteros o los despachos tienen un aspecto magnífico, pero en las que, cuando armado de tu disfraz de cazafantasmas mueves la capa superficial de arena depositada por la última marea, descubres el odioso chapapote formando con la arena una especie de milhojas (capa de arena, capa de denso fuel), que introduce la contaminación hasta el fondo de la playa. Hemos visto cómo en el agua dulce de los pequeños ríos que desembocan en las marismas de Carnota (espacio natural protegido) el chapapote no flota, haciendo mucho más difícil su recogida. En este espacio la cantidad de fuel es comparativamente reducida y, sin embargo, apenas hay fauna, y los cangrejos que aún están vivos son incapaces ni tan siquiera de huir a enterrarse en la arena. También hemos visto cuadros más dramáticos. Más de mil (sí, mil) toneladas de fuel acumuladas en una pequeña ensenada, formando entre algunas rocas capas de más de un metro de altura. Por más que lo intentemos, ¿cómo vamos a ser capaces de devolver a la costa su aspecto original?
En cuanto a lo que hemos sentido, hablaba antes de satisfacción, satisfacción por poder colaborar en la medida de nuestras posibilidades y por ver los esfuerzos de los vecinos por agradecernos la ayuda, pero también hemos sentido impotencia y dolor. Nos duele ver la riqueza ecológica arruinada. Nos duele ver los paisajes pintados de negro. Nos duele ver a la gente que depende del mar en esa situación. ¿Dónde ha estado hasta el 9 de diciembre la colaboración de las Fuerzas Armadas, ante una emergencia y un ataque a nuestras costas? Hace falta apoyo logístico y en algunos sitios parecen cumplir bien esa función, pero también hace falta tropa: personal, mano de obra, soldados capaces de organizarse y hacer cadenas humanas de transporte de cubos de fuel (pesadísimos), que hemos transportado entre personas con más voluntad que fuerza, andando más de 300 metros por arena seca y atravesando un pequeño río que nos subía por encima del nivel de las botas. El sargento encargado del reparto de material en el Ayuntamiento de Carnota (al cual recomiendo desde aquí para un permiso de 15 días y una medalla al mérito que corresponda) se desesperaba tratando de organizar a 250 voluntarios, que, como es fácil comprender, no están entrenados en la disciplina castrense y no responden de igual forma que un batallón de soldados. Se nos ha dicho que el Gobierno ha respondido con diligencia. En ese caso, ¿cómo es posible que hayamos llegado los voluntarios desde todas las partes del mundo antes que ellos?, ¿y cómo es posible que en Muxía hubiera antes soldados belgas que españoles? Si algún día la amenaza, en lugar de venir en forma de marea negra desde el mar, viene en forma de misiles apuntándonos desde algún punto del globo, ¿también serán necesarios más de 20 días para reaccionar? Nos duele el papel de los políticos; no es lo mismo ver en fotografía el Caribe que darse un baño en él, y tampoco es lo mismo recibir informes que llegar a la costa y tocar el desastre con la mano. Por eso también, aunque ningún voluntario tiene afan de protagonismo, nos duele que un periódico local ilustre la noticia de que los voluntarios van a colaborar con las tareas de limpieza con la fotografía de un concejal de nuestro Ayuntamiento. No me importa su nombre ni su partido, pero para todos nosotros ésa ha sido la primera noticia que tuviera relación con la expedición.
Por favor, no nos olvidemos de lo que está pasando. Hay trabajo para todos. Ahora y durante meses. Sigamos acudiendo a Galicia. Si somos más diligentes, aún hay muchas cosas que salvar. Demos esperanza (no con palabras, sino con hechos) tanto a la población local como a la riqueza medioambiental de nuestra costa atlántica y cantábrica.
María Paz Herráez Ortega es profesora de la Facultad de Ciencias Biológicas y Ambientales de la Universidad de León.
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