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Bush nombra a un alto ejecutivo de Wall Street asesor económico

Enric González

George W. Bush anunció ayer el nombramiento de Stephen Friedman, un alto ejecutivo de Wall Street, como presidente del Consejo Económico Nacional y, como tal, máxima autoridad económica de la Casa Blanca. El cargo había permanecido semivacante desde la semana pasada, cuando su titular, Lawrence Lindsay, fue obligado a dimitir junto al secretario del Tesoro, Paul O´Neill. El compás de espera fue utilizado por un sector del Partido Republicano para lanzar una campaña contra Friedman, considerado demasiado "tibio" ante las reducciones de impuestos que son uno de los ejes del programa electoral del propio Bush para las presidenciales de 2004.

La peripecia de Friedman refleja las dificultades de Bush para crear un equipo económico coherente. El anterior secretario del Tesoro, Paul O´Neill, fue obligado a dimitir porque no aceptaba las directrices impuestas por Karl Rove, el todopoderoso asesor político de Bush, poco experto en finanzas pero hábil en estrategias electorales y artífice de la victoria republicana en los comicios del pasado 5 de noviembre. Rove cree que las reducciones de impuestos son esenciales para que Bush logre la reelección en 2004. O´Neill, y prácticamente todos los economistas clásicos, consideran que por esa vía sólo se reducirá la recaudación fiscal y se agravará el déficit público.

Las dificultades para encontrar economistas que crean en las orientaciones de Rove ha hecho que los dos nuevos responsables de la gestión de la economía, John Snow, que el lunes fue nombrado secretario del Tesoro, y Stephen Friedman, al que ayer se designó como asesor económico presidencial, sean tan escépticos frente a las rebajas de impuestos como lo eran sus antecesores, O´Neill y Lindsay.

La Administración de Bush reproduce, en cierta forma, los enfrentamientos que caracterizaron el mandato de Ronald Reagan. Los reaganistas, entre los que abundan los políticos y escasean los técnicos, afirman que bajar los impuestos reactiva la economía. Los llamados "conservadores clásicos" creen que la falacia de esa tesis quedó demostrada por el enorme déficit que Reagan dejó en herencia.

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