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Columna
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Sensación de desgobierno

El pasado domingo, en el suplemento de economía de La Vanguardia, publicaba Fabián Estape un comentario sobre la gestión hasta ese momento por parte del Gobierno de la emergencia originada por el hundimiento del Prestige, en el que acababa elevando la anécdota a la condición de categoría. "Lo que sucede y va a suceder en los próximos veinte meses da materia suficiente para terminar un ensayo sobre política y política económica que, con la venia de mi editor y amigo, llevara por titulo Análisis de las postrimerías de cualquier mayoría absoluta. Porque esta es la verdadera clave para entender lo que nos pasa y lo que, probablemente, nos sucederá".

En el momento en que escribió su comentario, Fabián Estape disponía de información sobre cuál había sido el comportamiento de Manuel Fraga y de algunos ministros, pero disponía de una información todavía muy limitada sobre la conducta de algunos otros, como Álvarez Cascos, con responsabilidad directa en el asunto por el departamento ministerial que ocupan. Pero si hubiera dispuesto de ella, no sólo no habría tenido que cambiar una coma, sino que habría podido expresarse en términos todavía más rotundos. Pues no fue sólamente en el momento inicial en el que el Gobierno brilló por su ausencia, sino que tal brillo se prolongo durante muchos días. Tantos que, como hemos tenido ocasión de ver esta semana, los miembros de los Gobiernos de la nación y de la comunidad autónoma no pueden ahora ni siquiera pisar el terreno de la tragedia por temor a la reacción airada de la ciudadanía afectada.

En la catástrofe de Aznalcóllar el Gobierno de la nación tenía puesta la cabeza en gobernar y el de la Junta también. En ésta los gobiernos implicados parecían más interesados en escurrir el bulto

Esta es, posiblemente, la consecuencia más importante del hundimiento del Prestige. El coste material, aunque difícil de evaluar todavía, ha sido enorme. Pero el coste del hundimiento del prestigio de la acción política puede ser todavía mayor. Pues no hay nada que acabe siendo más perjudicial para una sociedad que el efecto desmoralizador que produce la sensación de desgobierno, el hecho de que el Gobierno brille por su ausencia cuando más se lo necesita. Ese coste es muy difícil de cuantificar, pero no por ello deja de ser real y deja de pasar factura, como Fabián Estape indicaba en su artículo.

Creo que no está de más recordar en este momento lo que se dijo y lo que se escribió tras la ruptura de la balsa con residuos tóxicos en las minas de Aznalcóllar propiedad de la empresa Boliden. Y sobre todo, comparar la reacción que en aquél caso se produjo por parte tanto del Gobierno de la nación como del Gobierno de la Junta de Andalucía con la que se ha producido en este caso. En aquella catástrofe el Gobierno de la nación tenía puesta la cabeza en gobernar y el de la Junta de Andalucía también. En ésta los dos Gobiernos implicados parecían más interesados en escurrir el bulto y en autoexonerarse de responsabilidad que en cualquier otra cosa. Y así nos ha ido.

La crisis de liderazgo puesta de manifiesto por el hundimiento del Prestige es lo peor de lo ocurrido. Porque, además llueve sobre mojado. Desde que el presidente del Gobierno decidió mezclar la gestión de la presidencia española de la Unión Europea con la reforma del mercado de trabajo a través del decretazo, generando la respuesta de todos conocida, no ha habido ni un solo acto de Gobierno con sentido, que haya podido ser explicado en términos objetivos y razonables. No se explicó la reacción gubernamental a la huelga general, no se explicó el cambio de Gobierno, no se ha explicado el por qué de la retirada del decretazo casi en su totalidad excepto en lo que afecta al subsidio agrario y así sucesivamente. Llevamos ya varios meses sin una acción de gobierno que sea inteligible para los ciudadanos.

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Esto es lo que están empezando a reflejar todos los estudios de opinión, independientemente de quien los haga. El suspenso general que en todos ellos se da al Gobierno es la novedad de los sondeos conocidos en estos tres últimos meses. Nunca en la legislatura y media de Gobierno del PP se había producido un suspenso general del Gobierno. Siempre había habido ministros que suspendían, pero había siempre varios que aprobaban y en especial aprobaba el presidente del Gobierno. Desde hace varios meses no aprueba nadie. La sensación de desgobierno es, pues, anterior al hundimiento del Prestige, aunque es más que probable que se haya visto reforzada por la ausencia del Gobierno en la gestión de la misma.

El problema es que nos quedan todavía muchos meses de legislatura y que las cosas no parece que puedan ir a mejor. Si en estos últimos meses no parece que nadie en el Gobierno haya tenido la cabeza puesta en gobernar, sino en ver cómo se situaba cada uno de cara al hecho sucesorio, es más que probable que esta tendencia se acentúe en los próximos meses. Una de las causas de la mala gestión política de la crisis del Prestige es que nadie en el Gobierno quiso dar la cara en el momento en que se produjo la emergencia y no hubo nadie que decidiera qué es lo que había que decir y quién lo tenía que decir. La prolongación de esta situación durante quince o veinte meses puede tener un coste demasiado alto para nuestro sistema político.

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