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Columna
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El goteo

No existe una imagen más aterradora, tanto para las víctimas como para los responsables, que observar el cuerpo del delito en el fondo del mar mientras se desangra lentamente, gota a gota. ¿Cuántos días, semanas o meses continuará el Prestige agonizando delante de una sociedad conmocionada por la tragedia? ¿Cuántos ojos habrá que sumergir y durante cuánto tiempo hasta que el forense pueda certificar que se acabó todo? A medida que pasan las horas, se hace más evidente que estamos todavía en los comienzos de un largo proceso que repercutirá social y políticamente durante mucho tiempo.

Pero además existen síntomas de que algo nuevo está sucediendo, porque las cosas ya no funcionan como esperábamos. Por ejemplo, los días festivos, las vacaciones, eran momentos en que todo se tranquilizaba y la gente se alejaba de los problemas. Muchos políticos estaban ansiosos por la llegada de fiestas y reposos, no sólo para recreo personal sino para que la sociedad se distanciara de los problemas. Sin embargo, en este puente de la Constitución, unos cuantos miles de personas se vuelcan en Galicia, quieren ayudar y observar de cerca lo que está pasando. Cuando vuelvan, estarán cargados de experiencias, de anécdotas y de irritaciones por lo que vieron y por lo que sintieron, algo que contarán a todo el país para mayor asombro de todos. Por primera vez, las vacaciones van a empeorar la opinión política.

Se supone también que las Universidades, la ciencia y la investigación, deberían aportar ideas y soluciones ante cualquier tipo de catástrofe, proporcionar técnicas y planes para suavizar al menos el impacto del desastre. Pues no señor, la nueva ciencia depende principalmente del alumno puesto que son los únicos que, al margen de libros y teorías, se desplazan al centro del problema y ponen manos a la obra para conseguir algo, para aliviar un poco y acompañar mucho, que ya es bastante. Otra novedad, la vieja ciencia también pierde energía gota a gota, sumergida en el fondo de sus instituciones.

El goteo va camino de convertirse en la imagen social más poderosa de estos momentos. Pasó el tiempo de la lluvia fina, esa metáfora que calaba poco a poco en el cerebro y en la opinión pública para mayor gloria de los estrategas de la comunicación y la política. Ahora observamos desesperados como gotean los problemas, como sueltan hilillos de calamidad, como se forman regueros sublimados de torpeza. En Valencia, sin ir más lejos, tenemos un goteo constante de casos de legionela. Igual que los enfermos de cáncer de Alicante, que ven pasar los días y los meses sin el tratamiento adecuado de radioterapia. También los parados suben gota a gota, como regueros que se van solidificando con aspecto de plastilina en estiramiento vertical, por utilizar esta nueva definición de situación catastrófica.

No hay duda. El cadáver del Prestige ya forma parte de nuestra vida, junto con el sucio lagrimeo de sus entrañas. Nos gustaría hacerlo desaparecer, que se lo tragara la tierra, pero ahí está y seguirá estando durante mucho tiempo. Debería ser suficiente con este aviso para ponernos a buscar soluciones, antes de que aparezcan más grietas en el resto del barco. De lo contrario, vamos a estar chapoteando durante toda la vida. Y tampoco es eso.

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